Veinticinco vagabundos andrajosos (tercera parte )

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ahora estaría levantándome a echar una meada. tomando una cerveza en la cocina,
esperando el sol, viendo cómo iba haciéndose de día. contemplando mis tulipanes. y luego
volvería a la cama con Kathy.
el tipo que estaba a mi, lado dijo:
—¡eh, compadre!
—sí —dije.
—soy francés, —dijo.
no contesté.
—¿quieres que te la chupe?
—no —dije yo.
—vi a un tipo chupándosela a otro en la calleja esta mañana. tenía una polla blanca y larga
y delgada y el otro tío aún seguía chupando mientras se le caía de la boca toda la leche. y
estuve viéndolo todo y estoy de un caliente... ¡déjame chupártela, compadre!
—no —le dije—. no me apetece en este momento.
—bueno, si no me dejas hacerlo, quizás quieras chupármela tú.
—¡déjame en paz! —le dije.
el francés pasó más al fondo del camión. kilómetro y medio después cabeceaba allí. se lo
estaba haciendo delante de todos a un tipo viejo que parecía indio.
—¡¡¡VAMOS, MUCHACHO, SACASELO TODO!!! —gritó alguien.
algunos se reían, pero la mayoría se limitaba a guardar silencio, beber su vino y liar sus
cigarrillos. el viejo indio actuaba como si nada pasase. cuando llegamos a Vermont, el francés
ya había acabado y nos bajamos todos, el francés, el indio, yo y los demás vagabundos. nos
dieron a cada uno un trocito de papel y entramos en un café. el papel valía por un bollo y un
café. la camarera alzaba la nariz. apestábamos. sucios chupapollas.
luego alguien gritó: —¡todos fuera!
yo les seguí y entramos en una habitación grande y nos sentamos en esas sillas como las
que había en la escuela, más bien en la universidad, por ejemplo en la clase de Formación
Musical, con un gran brazo de madera para apoyar el brazo derecho y poder poner el cuaderno
y escribir. en fin, allí estuvimos sentados otros cuarenta y cinco minutos. luego, un chico listo
con una lata de cerveza en la mano, dijo:
—¡bueno coged los SACOS!
todos los vagabundos se levantaron inmediatamente y CORRIERON hacia la gran
habitación del fondo. qué demonios, pensé. me acerqué lentamente y miré en la otra
habitación. allí estaban empujándose y disputando a ver quién se llevaba los mejores sacos. era
una lucha despiadada y absurda. cuando salió el último de ellos, entré y cogí el primer saco
que había en el suelo. estaba muy sucio y lleno de agujeros y desgarrones. cuando salí al otro
lado, todos los vagabundos tenían los sacos a la espalda. yo me senté y esperé sentado con el
mío en las rodillas. han debido tomarnos el nombre en algún momento, pensé, creo que fue
antes de darnos el papel del café y el bollo cuando di mi nombre. en fin, fueron llamándonos
en grupos de cinco o seis o siete. así pasó, más o menos, otra hora. cuando entré en la caja de
aquel camión más pequeño con unos cuantos más, el sol ya estaba bastante alto; nos dieron a
cada uno un pequeño plano de las calles en que teníamos que entregar los papeles. a mí
también. miré inmediatamente las calles: ¡DIOS TODOPODEROSO, DE TODA LA
CIUDAD DE LOS ANGELES TENÍAN QUE DARME PRECISAMENTE MI PROPIO
BARRIO!
yo me había hecho una reputación de borracho, jugador, vivales, de vago, de especialista
en chollos, ¿cómo podía aparecer allí con aquel saco cochambroso a la espalda, a entregar
folletos publicitarios?
me dejaron en mi esquina. era una zona muy familiar, realmente, allí estaba la floristería,
allí estaba el bar, la gasolinera, todo... a la vuelta de la esquina mi casita con Kathy durmiendo
en la cama caliente. hasta el perro estaba durmiendo. en fin, es mañana de domingo, pensé.
nadie me verá. duermen hasta tarde. haré la condenada ruta. y me dispuse a hacerla.

La Máquina
 de follarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora