—¿qué quieres decir?
se arrastró por el sofá y empezó a chupármela. gruñí agotado.
—querida, treinta y dos manzanas con aquel sol... estoy liquidado.
ella siguió. tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.
—querida —le dije— ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!
como digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. La mayoría sólo conocen el viejo
chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó a las bolas, luego las dejó, volvió otra vez
al pene, fue subiendo en espiral, despertando un maravilloso volumen de energía, Y
DEJANDO SIEMPRE EL CAPULLO PROPIAMENTE DICHO. INTACTO. Por último, yo
me disparé y me lancé a decirle las diversas mentiras sobre lo que haría por ella cuando
consiguiese por fin enderezar el culo y dejar de ser un golfo.
entonces ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su longitud, hizo esa pequeña
presión con los dientes, el mordisquito de lobo y yo me corrí OTRA VEZ... lo cual significaba
cuatro veces aquella noche. quedé completamente agotado. Hay mujeres que saben más que la
ciencia médica.
cuando desperté estaban todas levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie y
Eve. intentaron destaparme, riendo.
—¡bueno, Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el
bar de Tommi-Hi!
—¡vale, vale, adiós! salieron las tres meneando el culo.
todo el Género Humano estaba condenado para siempre.
cuando ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.
—¿sí?
—¿señor Bukowski?
—¿sí?
—¡vi a esas mujeres! ¡venían de su casa!
—¿y cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.
—conozco a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora
y respetable.
—¿sí?
—sí, señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y nunca jamás había visto
cosas como las que pasan en su casa. siempre hemos tenido aquí gente respetable, señor
Bukowski.
—sí, son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la terraza y se tira de
cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre esas plantas artificiales que tienen ustedes allí.
—¡le doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!
—¿qué hora es en este momento?
—las ocho.
—gracias.
colgué..
busqué un alka-seltzer. lo bebí en un vaso sucio. luego busqué un poco de vino. corrí las
cortinas y miré el sol. era un mundo duro, no me decía nada, pero odiaba la idea de volver otra
vez al barrio chino. me gustan las habitaciones pequeñas, sitios pequeños donde poder pelearse
un poco. una mujer. un trago. pero nada de trabajo diario. no podía soportarlo. no era lo
bastante listo. pensé en tirarme por la ventana pero no podía. me vestí y bajé a Tommi-Hi's. las
chicas reían al fondo del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía. le hice una seña.
no hay dinero. me senté allí.
apareció ante mí un whisky con agua y una nota.
«reúnete conmigo en el Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será
para nosotros. amor, Linda.»
bebí el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.
—no, señor —me dijo el recepcionista—, no hay ninguna habitación 12 reservada a
nombre de Bukowski.