Día Cuatro

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Toronto-Canadá 30 de enero de 2016

Voces distantes se escuchaban haciendo eco a mi alrededor, mis ojos se sentían pesados negándose a abrirse.

—¿Me asegura que estará bien? —reconocí la voz de mamá, sonaba preocupada.

— Sí, no se preocupe, logramos extraer el veneno a tiempo. Quizá tarde un poco hasta que despierte, les aconsejo que vayan a casa a descansar, Emily estará bien. —una voz masculina y gruesa se hizo escuchar.

Luché contra mí misma y poco a poco fui abriendo los ojos hasta encontrarme con cuatro personas; mamá, Sara, una enfermera algo mayor y un doctor nada atractivo.

—¿Mamá? —logré hablar, pero con una voz tan débil que hasta para mí se me hizo difícil escucharme.

Sentí a mamá acercarse, acarició mi mejilla de aquella forma tranquilizadora y reconfortante.

—¿Estás bien cariño?

Mi cabeza palpitaba del dolor, era lo único que dolía.

Recuerdos del día anterior me golpearon como un balde de agua fría; fui al centro comercial con Stella, me probé la ropa que asignó Roger y luego me mordió una serpiente endemoniada.

— Define bien, mamá —me incorporé en la cama con la ayuda de mamá—. ¿Dónde estoy? —me sentí una estúpida al darme cuenta de lo obvio, estaba en un hospital.

— En el hospital —confirmó mamá—. Luego de lo que pasó en el centro comercial Stella llamó a una ambulancia y se hicieron cargo. Estás a salvo ahora, lograron sacar el veneno de la víbora a tiempo.

— Espera, ¿Qué? ¿Una víbora?

— Sí, su nombre era... víbora... —chasqueó sus dedos— Víbora gariba, así se llama, ¿No la notaste?

— No, madre, no me detuve a estudiar la anatomía de la serpiente. —dije irritada.

Solo quería que se fueran y me dejaran dormir.

— La policía está afuera, quieren hacerte un par de preguntas sobre...

— Mamá —la interrumpí—. No me siento del todo bien, quiero descansar.

Al parecer entendieron la indirecta y salieron del cuarto.

Debía ser por la mañana, la cortina dejaba a la vista un día soleado, unas ganas inmensas de ir a una piscina me invadieron al igual que el sentimiento de odio y rencor hacia Roger, al principio de todo esto lo subestimé, creía que era quizá un chico que gustaba de mí consciente de que nunca me tendría, pero no, es más que eso, es un maniático capaz de colocar una serpiente en un vestidor de una tienda reconocida. A él no le importaba asesinarme.

Debieron haberme inyectado un calmante en el suero ya que al cabo de unos minutos caí en un profundo sueño.

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Para cuando desperté eran las 6 p.m. Estaba sola en la habitación y el único ruido que se escuchaba era el tic—tac del reloj.

Tenía la mente en otro lado, a tal punto que no sentí el momento en el que alguien entró a la habitación.

— Hey —saludó una voz familiar.

— Michael... —sentí alivio al saber que estaba a mi lado, sentía que habían pasado años desde que lo vi, lo extrañé mucho.

— Te ves horrenda —sonrió.

— Vaya Michael, haces maravillas con mi autoestima. —reímos.

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