2. Bicho raro

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Hermione reía divertida por la vieja anécdota que le contaba su madre. Esa tarde había decidido pasarla junto a ella y había ido a tomar una buena taza de té mientras disfrutaba de su compañía.

—Todavía me cuesta creer que te hayas comportado de esa forma—decía su madre—Mira que hacerle crecer la nariz, exactamente como Pinocho, porque le mintió a su madre diciendo que le habías robado su oso de felpa.

— ¡Pero no lo hice a propósito!— exclamó ella sonriendo—Tenia tan sólo cinco años y no tenía idea de que podía hacer eso...

Su madre rió durante unos momentos más hasta que, finalmente, lanzó un suspiro. Miró a su hija con un notable brillo de orgullo en sus ojos.

—Y ahora eres toda una... bruja.

—No empieces, mamá—le advirtió Hermione con mirada represora.

Desde que los había vuelto a buscar y dado sus recuerdos nuevamente, su madre tenía ataques de melancolía en donde se ponía a hablar de lo grande que ella estaba, que pronto se casaría y se olvidaría de ella...

—Lo siento, hija—se disculpó su madre sin ningún ápice de sincero arrepentimiento— ¡Pero sabes que tengo razón! Me perdí todo un año de tu vida por culpa de esa guerra y ahora...

Hermione la estaba por interrumpir nuevamente pero, por fortuna, algo se lo impidió. Un patronus apareció en medio de la sala, uno que reconoció inmediatamente, haciéndole sentir una extraña opresión en su estómago. Y cuando escuchó la voz de Severus Snape saliendo de aquel animal pidiéndole ayuda de manera urgente, un escalofrío recorrió su espalda haciéndola estremecer. Pero luego, cuando las palabras entraron finalmente a su mente, sintió alarma.

¿Severus Snape pidiéndole ayuda con urgencia? ¿Qué rayos podría estar pasando? No veía a su profesor desde hacía un año, cuando ella había terminado de re-cursar su séptimo año y él le enseñaba Defensa contra la Artes Oscuras. Sabía que había asistido al casamiento de Harry y Ginny pero ella no lo había visto en ningún momento. Tenía demasiadas dudas. Pero si había algo claro era que se debía tratar de una verdadera emergencia si él recurría a ella.

De un salto, se levantó del sillón.

Jean, su madre, quién ya antes había presenciado este tipo de hechizo, la contempló fijamente con el ceño fruncido de preocupación.

— ¿Quién era?—le preguntó— Se oía tan desesperado...

—Mamá, debo irme—le dijo con prisa mientras se inclinaba y le daba un beso en su mejilla—Después te explico.

—Pero...

— ¡Adiós!

Sin añadir nada más y dejando a su madre con la palabra en la boca, corrió hasta su vieja habitación, la que sólo usaba en los momentos en que se quedaba a dormir en la casa de sus padres, para poder aparecerse. Pero cuando llegó allí se dio cuenta que no tenía idea de a dónde la había llamado el Profesor Snape. Era poco probable que se tratara del colegio porque estaban en época de vacaciones y no creía que hubiera alguien allí. Tal vez se trataba de su casa. Si era así, también se encontraba con un problema porque nunca había ido ni conocía la dirección. Tenía una ligera idea de saber en qué barrio de Londres vivía pero nada más.

Decidida a comenzar a hacer algo desapareció de su cuarto y apareció en las Hilanderas en Cokeworth donde sabía que tenía una residencia. ¡Pero allí había más de cincuenta casas! ¿Cómo iba a hacer para saber cuál pertenecía a la de su profesor?

Sabiendo que no podía perder el tiempo, comenzó a buscar indicios de magia en todas ellas.

***

Sentir causa demasiado dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora