12. Pensamientos peligrosos

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Severus estaba confundido. Y él, que siempre se jactó de entender perfectamente las situaciones en las que se encontraba, no le gustaba el sabor amargo que le dejaba verse de este modo. Allí no sabía guiarse correctamente, era como un ciego que no podía ver el camino a recorrer. Lo detestaba. ¿Cómo rayos se le había ocurrido a esa muchachita considerarlo "un hombre admirable"? ¿Y qué rayos quería decir eso? ¿Por esa admiración que supuestamente sentía hacia su persona había acabado encima de su regazo besándolo como si fuera el último día de su vida? Era simplemente ridículo. Lo mejor sería que lo olvidase todo de una buena vez y no siguiera intentando encontrarle sentido a aquello porque tal vez jamás lo encontraría.

No importaba la razón por la que ella lo había besado, no importaba que le hubiera dicho que lo admiraba y no importaba, de ningún modo, lo que la relación de esas dos ideas pudiera ocasionar en su mente. Se negaba de lleno a ver una realidad que posiblemente no existiera y que fuera producto de su imaginación. Porque ella, simple y llanamente, no podía albergar algún sentimiento hacia él.

Rápidamente se fue a cambiar. No quería seguir oliendo a orín de bebé.

Luego, bajó las escaleras sin prisa, alargando el momento de tener que volver a encontrarse a solas con ella. Pero cuando sólo se encontraban en la casa ellos dos y el mocoso no tenía muchas expectativas de poder impedirlo. Se quedó parado en el último escalón viendo al interior de la sala donde Hermione había hecho aparecer su patronus logrando que Alex lo contemplara embelesado. Y por unos segundos él también se vio atrapando en aquel animal plateado que se formaba perfectamente. La nutria parecía feliz de estar allí, nadando en un lago invisible mientras daba vueltas en el aire como si estuviera en el agua, con movimientos gráciles de sus patas y de su cola, moviéndose a gran velocidad.

Una especie de sonrisa tiró de la comisura de sus labios cuando un pensamiento se coló en su mente. No había duda que la forma de su patronus le quedaba perfectamente a ella ya que era sabido que las nutrias eran leales y trabajadoras. ¿Y qué características podrían adjudicársele sino esas a la inigualable sabelotodo? Había demostrado ser leal con sus ideales y sus amigos más allá de lo imaginable y era legendaria su sed de conocimiento y su poco temor hacia el trabajo duro.

Sin embargo, él sabía que había algo más allí bajo toda esa capa de supuesta valentía. Algo que nunca antes había observado pero que, después de pasar esas horas tan cerca de ella, había sido imposible no notar. Inseguridad. Irrisorio, lo sabía, pero esa mirada tímida que varias veces le había dado, incluso en sus clases, ahora que recordaba, no hacían más que demostrar que la inseguridad era algo latente en ella y que sentía un terrible terror ante el fracaso. Y no podía culparla y hallar en ello motivo de burla ya que en cierta manera él era igual. Y, por más increíble que pudiera parecer, aquello lo enternecía.

Terminó de bajar ese último escalón que le quedaba y se acercó a ella. Quiso rodar los ojos cuando la vio sentada nuevamente en su sillón favorito.

-¿Por qué no puedes sentarte en otro sitio?- le preguntó de mala gana.

-¿Disculpe?- inquirió ella apartando la vista de Alex.

-¿Siempre tienes que sentarte en mi sillón?- inquirió con brusquedad.

Sabía que podía parecer una rabieta infantil sus protestas pero realmente estaba cansado de no poder sentarse allí. Era en él donde se relajaba donde más cómodamente se sentía.

Ella lo contempló con confusión pero luego que él le hiciera una señal para que se apartase y fuera al sillón que estaba en frente sus ojos le devolvieron una mirada molesta.

-¿Todo por un estúpido sillón?

-¿Estúpido? Si así lo cree no tendrá inconveniente de moverse.

Sentir causa demasiado dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora