18. Seducción

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Se sentía el idiota más grande del mundo. Y ya hacía muchos años que esa clase de pensamientos no invadían su mente. La guerra, estar al servicio de Dumbledore como pago de sus malas decisiones, lo habían llenado de un extraño regocijo. Sabía que no todo había sido gracias a él, pero le gustaba pensar que había sido a su ayuda que Potter había acabado de destruí los horocruxes. Lo había hecho sentir útil y, definitivamente, no un idiota. Pero esa noche todo había acabado. La idea de haber ayudado ya no lo complacía y, a momentos, se preguntaba por su seguridad mental. ¿Qué hombre, en su sano juicio, rechazaría el ofrecimiento de una joven? Si alguien se enterase incluso dudarían de sus preferencias sexuales. ¡Merlín no lo permitiese! A él siempre le habían gustado las mujeres. ¡Y Hermione, especialmente, lo volvía loco del deseo! Pero se sentía tan raro verla de ese modo. Se sentía como un asqueroso pervertido. Claro, ella había dejado de ser su alumna pero sus memorias no estaban tan mal y los recuerdos de cuando ella llegó al colegio con once años de edad volvían. ¡Eran un pedófilo!

Pero... ¡Diablos!... si no fuera porque había pasado casi todo un fin de semana a su lado ahora no la estaría viendo como la mujer que realmente era. Una mujer hermosa, valiente, digna de la casa en la que había sido seleccionada. Su corazón comenzaba a latir más de prisa con sólo recordar una de las sonrisas que había visto en su rostro; sin embargo, la desazón volvía al recordar que la mayoría de ellas habían sido obsequiadas a Malfoy. ¡Maldito imbécil!

Lanzó un suspiro pesado, sintiendo pena por sí mismo. Qué ridícula era aquella situación. Durmiendo en su sillón favorito, que nunca antes le había parecido tan incómodo como en ese momento, tapado con una precaria manta... Sí, no había nada más ridículo. Él, que siempre se había jactado de apreciar por sobretodo su privacidad, ahora veía invadida su casa por dos ex alumnos y un bebé que ni siquiera sabía de dónde había salido.

Agitó su cabeza con cansancio. Tenía que intentar dormir a pesar de que su mente parecía preferir rememorar los instantes anteriores donde había podido sentir la suavidad de su piel tersa y joven bajo sus manos ásperas. ¿Acaso debía recurrir a una poción para dormir sin sueños también? No utilizaba una desde que había terminado la guerra.

Aspiró profundamente y obligó a sus ojos a cerrarse. Pero sus instintos de supervivencia, por años perfeccionados por ser espía, le indicaron que ya no estaba solo. Su audición era casi perfecta y no tardó en notar unos suaves pasos de pies descalzos sobre el suelo avanzando a donde él se encontraba. Se tensó. Sabía quién era. No podía estar cien por ciento seguro pero había algo dentro de su pecho, casi a la altura de su corazón, que le hacía tener aquel terrible presentimiento. Terrible porque ella era la última persona en el mundo que quería volver a ver. ¡Maldita joven, él no tenía el temple de acero como para soportar tantas tentaciones! ¿Qué hacía allí esa condenada muchacha? ¿A caso quería socarrarle su autocontrol hasta lo último? Pero él era Severus Snape y tendría que luchar hasta las últimas consecuencias... ¡Por las barbas de Merlín! ¡Aquello sonaba como si estuviera a punto de enfrentarse de nuevo a una gran batalla del mundo mágico cuando en realidad sólo se trataba de contener sus sentimientos y sensaciones cuando Hermione estaba cerca! Pero para él era muy poca la diferencia porque las dos cosas eran igual de dificultosas.

Siguió manteniendo sus ojos cerrados y procuró que su respiración se escuchara calma y pausada en medio de aquel silencio. Si se hacía el dormido posiblemente lo dejara en paz y se marcharía a la habitación.

La sintió detenerse a su lado y el aroma del perfume que llevaba llegó a sus fosas nasales. Era delicioso, un suave dulzor que lograba enviarle una delicada corriente eléctrica a su espalda. Mentalmente frunció el ceño, preguntándose por qué no había sentido aquel olor en el momento en que había compartido la cama. ¿A caso se lo había colocado recién? ¿Por qué?

Sentir causa demasiado dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora