Capítulo veintiocho

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Capítulo 28

Durante dos días me quede tumbada en el sillón, pensando y viendo películas de amor dramáticas, mientras comía chocolate. No había dormido casi nada. Las ojeras me llegaban al suelo y quería que llegasen más abajo.

Los meses habían pasado, y anoche mi padre había llamado y hoy le devolveré su puesto. Tengo demasiado peso encima. Estoy acabada y lo estaré más cuando el bebé nazca.

Llegué a casa de mis padres, todo estaba tranquilo, raramente. Pero no todo es para siempre. Se oían gritos desde arriba y supuse que eran mis padres. Pero no, cuando abrí la puerta mi madre estaba de pie gritándoles a Phoenix y a Bastian que parásen. Mi padre se encontraba en medio de ellos. Pensaba que al abrir la puerta pararían, pero no fue así.

-¿Qué demonios pasa aquí?- Nadie me escuchó. Más cabreada todavía, grité con todas mis fuerzas y entonces pararon.

-Tú querido amiguito quiere quitarme de heredero- gritó Bastian enfadado. No me lo podía creer, eso no es posible-. ¡Eso es lo que pasa!

-Yo sólo creo que estoy más capacitado que tú- Phoenix tenía el labio sangrando y Bastian la nariz.

-¡Aquí acaba esto! Bastian es el heredero. Por el momento, mi padre recuperará el trono y cuando él no esté reinará Bastian. Él es su hijo, y mi hermano. Phoenix, te quiero, pero esta vez no tienes la razón. Ahora, vamos- no obtuve respuesta, simplemente aceptaron mis órdenes.

Cuando llegamos todo estaba en perfecto estado. Fuímos a buscar la corona y el bastón y subimos arriba. Mi padre nos había advertido de que podría ser peligroso. Era mejor guardar distancias, él no sabía que podía llegar a pasar, pero sabía que algo malo.

Llegó el momento de la verdad y todos nos alejamos. Mi padre se acercó al trono y justo en el momento en el que su cerebro ya no podía cancelar la acción, Phoenix dijo algo y salió corriendo. Todo pasó tan rápido y a la vez tan lento, como en las películas.

Una inmesa explosión de luz explotó contra Phoenix y cayó al suelo. Teníamos nuevo rey, pero Phoenix no respiraba. Su corazón no latía y mi padre no podía hacer nada. Cuando alguien moría en el Inframundo, no había vuelta atrás. Nadie decidía, simplemente moría.

Corrí hacia él, desesperada. Me tiré al suelo junto a él comenzé a hablarle. Tenía que reaccionar, deseaba que reaccionara, pero no lo hacía. Como cuando alguien es pequeño, cogí una rabieta. Comenzé a llorar, a gritar y mis padres sólo me intentaban tranquilizar. Pero nada funcionaba. En el fondo, lo seguía queriendo como algo más de lo que habíamos sido.

Sentía como mi corazón se encogía, él siempre estaría en mi corazón.

Tuvimos que decir que había sido un infarto, nadie podía saber la verdad.

Cuando llegué al funeral, estaban todos los dioses del Olimpo. Claramente, de incógnitos. También habían algunos amigos, todos se acercaban a él, le acariciaban y todas esas cosas que hacen en las películas.

A todos les llegó su turno, pero yo seguía allí parada. De pie mirando el cuerpo inerte. Finalmente cogí valor y me acerqué lentamente.

Suspiré y le dí un corto beso en los labios. Fue algo que no pude controlar. Sabía que su alma seguía ahí, y que si le hablaba, me escucharía.

-Todo ha sido mi culpa. Lo siento. Si no hubieses ido, si yo no le hubiese dado el trono a mi padre, nada habría pasado. Jamás sabré que era cosa era tan urgente -me paré un segundo, y tragándome las lágrimas, grité como si me fuese a contestar-, ¿no podías habérselo dicho en otro momento?

Sentí un presentimiento, algo que me decía que no lo podría haber dicho en otro momento, pero nunca la sabría.

Me sentía dolorida por dentro, no pensé que este día llegaría, pero llegó.

Unos brazos me cogieron por detrás, me giraron y me abrazaron. Tal vez pareciese que exagero, pero yo lo quería, y es díficil superar algo así. Las lágrimas no me dejaban visible el rostro de la persona, pero en cuanto oí su voz, no lo dudé.

Era él.

Nate.

Y esta vez, espero que para quedarse.

No daba crédito. No hizo falta que me secase las lágrimas para verle, de eso ya se había encargado él. Me dió un beso, el beso que más había necesitado nunca.

No me separé de él en todo el funeral, pero tampoco nos dijimos nada. Él había vuelto, y eso valía más que mil palabras. No todo el mundo lloraba, pero sí la mayoría, incluida yo. Sobretodo en el momento en el que cantaron su canción favorita, estaba todo el día cantándola. Era una preciosa balada de Queen, que no sé como se llama.

Todo lo demás paso muy rápido, y cuando terminó, simplemente me fuí a mi casa con Nate.

Abrí la puerta, entramos en la sala de estar y nos sentamos. Hubo un pequeño silencio, pero yo le tenía que preguntar algo.

-¿Porqué has vuelto?

-Creí que eston eran momentos difíciles y necesitarías mi apoyo. También quería verte, ver cómo vas con lo del bebé y bueno... Saber si hay noticias. ¿Es niño o niña?

-No lo sé, mañana es la segunda ecografía. ¿Porqué no me llamaste?

-No quería presionar, pero te juro que no me volveré a marchar. Lo siento, te quiero.

-No hace falta que te disculpes, te comprendo. Yo tampoco te llamé.

No sólo me sentía aliviada por la sorprendente reaparición de Nate, sino que he aprendido, a pesar de que hace unas horas no pensaba lo mismo, que Phoenix está bien. No debo llorar por él, ahora el se reencarnará en algún hermoso pájaro que vuela por el cielo sin rumbo, como siempre había querido.

Era el día de la ecografía y no me había sentido tan nerviosa desde el día en que me hize la prueba. Llevaba cuatro meses con esta criatura dentro de mí, y aún no sabía que comprarle, pero hoy ya lo sabría.

-Es una niña.

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