Asombro

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- Lo sabía.

- ¿Qué sabías mi amada esposa?

- Que tanta dulzura y bondad para conmigo de parte de tu tía, no era gratis en absoluto. ¿Cómo ha osado invitar a los Collins? ¿Acaso ha olvidado que esta no es su casa?

- Pensé que te alegraría ver a tu amiga Charlotte.

- Claro que sí. Bien sabes que adoro a Charlotte, pero no soporto a su pomposo marido.

- Bueno lo del señor Collins es algo que no puedo discutir. ¿Qué crees que está tramando mi tía?

- Seguramente se ha cansado de que nadie esté tras ella alabándola y diciéndole lo buena, maravillosa y perfecta que es y por eso ha decidido invitar a su mejor perrito faldero, para que la adore.

- No niego que sea posible, pero hubo algo diferente en su actitud al hacer el comentario.

- ¿Qué quieres decir?

- Que tal vez su motivación no sea precisamente fastidiarte.

En realidad a Elizabeth le hacía ilusión poder compartir un tiempo con su mejor amiga, en otras ocasiones la había invitado, pero está siempre rechazaba la invitación aduciendo que no le sería fácil deshacerse de su marido para estar tranquila en Pemberley. Pero ahora con Lady Catherine presente era posible esquivar a su primo y refugiarse en cualquier lugar de la vasta propiedad, lo cual les permitiría tener conversaciones íntimas lejos de las miradas escrutadoras de otros.

Después de pensarlo bien, decidió alojar a la pareja y a sus hijos en ala principal de la casa ya que era el sitio que siempre estaba destinado a alojar a sus familiares y amigos más cercanos. Tal vez su señoría pensará que al ser sus siervos deberían estar más cercanos al área ocupada por la servidumbre, pero para Elizabeth, Charlotte era su amiga más cercana y el esposo de esta para bien o para mal era parte de su propia familia, así que lugar que destinó para ellos estaría a la altura de la consideración que le merecían.

Anne y Georgiana se encontraban felices viendo los patrones de vestidos y muestrarios de telas que recién habían llegado de Londres, para encontrar el vestido ideal para la futura novia. Lady Catherine para asombro de todos había reducido sus intervenciones al mínimo y decidió poner tema de conversación.

- Señora Darcy, ¿ya ha decidido cuáles habitaciones cederá a los Collins?

- Si su señoría. En el ala principal estarán cómodos, espero que no la moleste su cercanía.

- No creo que me moleste, pero yo los habría alojado en el ala más cercana a los sirvientes, ellos son mis siervos y no esperarían mucho más. Pero esta es su casa y es a usted a quien corresponde tomar tal decisión. Sólo le sugiero que no se desviva por atenderlos, siguen siendo gente sencilla como corresponde a su rango, a pesar de haber tenido cierta cercanía con la alta sociedad en Rosings.

- No se preocupe Lady Catherine –contestó Elizabeth, pensando que finalmente la señora de Bourgh no logró guardarse el comentario para sí misma-

Darcy sabía que William Collins en algún momento del pasado albergó esperanzas de casarse con su Lizzy, no le tenía celos en absoluto, ya que el clérigo se le antojaba un monigote insufrible y al igual que su esposa se sentía constantemente irritado por la afectación y exageración en sus modales. No podía olvidar que gracias a las habladurías mal intencionadas del rector su tía había visitado a Elizabeth con el fin que le jurara que nunca aceptaría una propuesta matrimonial de su parte, la negativa de ella a decir tal cosa, fue la que le dio la esperanza y la fortaleza para declararle nuevamente su amor después de una primera petición fallida y que para su alegría finalmente fue aceptada. De alguna forma se sentía agradecido por los chismes del párroco.

Sin embargo, estaba decidido a demostrarle al clérigo por qué nunca hubiera podido estar a la altura de una gran dama como Elizabeth, cuál era el trato, el amor y los detalles que ella merecía. Sabía por las conversaciones que habían tenido que cuando ella se hospedó en casa de los Collins en Hunsford, el hombre no desaprovechó la oportunidad de mostrarle las grandes cosas que perdió al rechazar su mano. Una actitud muy mezquina y despechada y nada digna de un caballero honorable según opinaba Darcy.

Collins estuvo hablándoles a su esposa e hijos la mayor parte del tiempo mientras se dirigían a Pemberley, no paraba de reiterar la bondad de su señoría al invitarlos a una de las propiedades más hermosas y reconocidas de Derbyshire, aunque no dejó de insistir que seguramente se debía a la alta estima que le profesaba Lady Catherine y que además indudablemente lo extrañaba como su asesor espiritual que recibieron tal invitación. Aunado a esto no dejaba de recordarle a Charlotte que era gracias a su profesión como clérigo que ella como su esposa había logrado relacionarse con personas de la más alta sociedad y más fina cuna, insistiéndole que ella debía tomar ejemplo de las grandes señoras y comportarse con más clase como correspondía a la esposa de un párroco.

Después de toda esta perorata se calló, pero lo hizo sólo con el objetivo de reflexionar en la conveniencia de tener buenas relaciones con el señor Darcy, ya que daba por sentado que al ser parientes políticos este allanaría su camino para entrar a la corte.

- Si ves querida Charlotte, Lady Catherine ha tenido la cortesía que nunca ha tenido mi prima que se dice tu mejor amiga. Nos ha invitado a pasar unos días a Pemberley.-dijo con el ánimo de incordiar a su esposa en contra de su amiga-

Charlotte guardó silencio y también se dedicó a reflexionar sobre las muchas veces que Eliza la había invitado, veces que ella misma se rehusó porque sabía que su marido no la dejaría ir sola con tal de no perder la oportunidad de hacerse notar, situación que a ella la llenaba de bochorno.

Ambos esperaban ser recibidos ser de la misma forma que en Rosings, sin grandes ceremonias llenas de protocolo formal, en contra de la importancia que se daba Collins a sí mismo, para ambos era claro que para la señora de Bourgh no eran más que siervos a los que ella decidió tratar con un poco más de condescendencia. Por eso su sorpresa fue mayúscula al ver que cuando se adentraban en el camino que dirigía a la propiedad eran esperados por un lacayo que hizo parar el coche con el objetivo de guiarlos y ayudarlos en lo que fuera necesario mientras concluía el viaje y un jinete que asumieron que era uno de los caballerizos que al verlos salió a todo galope para anunciar su llegada.

Al arribar a la casa y descender de su carruaje su asombro se vio incrementado al ver que el personal de servicio y sus amos se encontraban esperándolos como si de personajes ilustres se trataran. Elizabeth rompió el frío protocolo al bajar las escaleras y darle un abrazo lleno de emoción a su mejor amiga entre las reverencias de los empleados. Después de los saludos formales los Collins y sus hijos fueron llevados a las habitaciones que ocuparían durante su estancia.

Charlotte nunca en su vida había tenido una habitación tan grande y adornada con tanta elegancia y gusto. Decidió que Pemberley era absolutamente encantador y refinado y que se veía mucho mejor al no contar con la excesiva opulencia de Rosings.

- Querida todo esto es seguramente por posición privilegiada que yo ocupo a lado de Lady Catherine. Los Darcy seguramente se habrán dado cuenta por sus comentarios de la gran estima que me tiene y lo elevado de mi rango y por ello han tenido tan magnífica consideración conmigo.

- Seguramente es así. –Dijo ella sin comprometerse- Lo mejor es organizarnos para la cena, bien sabes que su señoría odia las tardanzas.

La comida fue maravillosa y el ambiente se tornaba muy agradable, Charlotte y Elizabeth hablaban animadamente, la señora de Bourgh y su hija conversaban alegremente sobre la carta enviada por Lady Grovesnor, dando consejos sobre los preparativos de la boda, Georgiana y Darcy reían recordando alguna historia del pasado. Sólo Collins permanecía en silencio ya que todos parecían haberse olvidado de él.

Orgullo y Prejuicio. Dos Años DespuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora