Siento tu calor, siento la suavidad de tu piel en las yemas de mis dedos.
Cierro los ojos y te veo, con tus ojos cerrados, disfrutando de mis caricias como si estuviera rozando la más fina seda en tu pecho, me gusta verte así.
Tienes los ojos cerrados aún, te susurro lo que sentí al verte por primera vez, me convierto en narradora de ese primer día, tú, mi fiel oyente, continúas disfrutando de mis dedos en tu pecho.
Sonríes de tanto en tanto ante mis palabras, las sientes como si fueran el dulce canto de la más rara de las aves, o al menos, eso me transmites.
Acaricio tu cabello, suave como siempre, admiro como las hebras negras juegan con mis dedos, en una danza cómplice, como si nadie supiera que están juntos, mi epidermis se vuelve adicta al roce de tus finos cabellos, admiro la delicadez con la que mi mano te acaricia, es como si no la controlara, como si supiera que tu cabello es lo más delicado que podría encontrar en centenares de años.
Continúo con mi relato, cierro los ojos y me transporto a ese recuerdo, mi lengua se desenvuelve como si habría contado lo sucedido una y otra vez hasta casi olvidar como se pronuncian el resto de las palabras, aunque gustosa le puedo narrar ese día hasta a un desconocido, siempre suena igual, siempre lo digo igual, siempre me asombro de mí misma al encontrarme mirando a la nada, con la vista paralizada, enamorada. Mis ojos temen encontrarse con otros, no quieren que le arrebaten ese hermoso cuento que mis labios se atreven, inconscientemente, a difundir sin pudor alguno, pero cuando se trata de ti...
Ay amor... ¡¿Qué le haz hecho a esta pobre alma despistada?! La secuestraste sin previo aviso, la cegaste para luego enseñarle a ver, le enseñaste que hay mucho más allá que ver en una mirada desolada, extraviada en el horizonte, le enseñaste a ver con esos ojos que se ocultan, sigilosos merodeadores, esos ojos que tiene el alma, que ni la más aguda de las cegueras podría obligar a dejar de observar.
Dichosos los ojos que te observan en tu día a día, esos ojos físicos que no conocen tus pensamientos ni tus sentires, que sólo sirven para reflectar tu figura en el cerebro... Dichosos aquellos ojos que observan tus movimientos. Pero yo tengo algo mejor, algo que nada ni nadie me podrá arrebatar. Los ojos de mi alma jamás lograrán olvidarte, te tengo grabado a fuego en la mente, mis ojos podrán no verte delante mío pero me permito verte con el alma, verte aproximándote, en cámara lenta como si de la escena esencial de la más romántica de las películas se tratara, puedo observar tu respiración, como tu pecho sube y baja, y si presto más atención, escucho tu corazón latir apresurado, obsesionado por chocar con el mío, y éste no se queda atrás, la demora se vuelve agobiante, mi corazón estresado late aún más rápido y fuerte, lo siento chocar con mi caja torácica, desesperado por sentir el corazón de mi compañero en este largo paso por la vida; me obliga a avanzar para hacer más corta la distancia, al cabo de unos pasos por fin sucede, ambos nos fundimos en ese abrazo necesitado, desesperado, ceñido, tan esperado, tan anhelado, tan lleno de nada más y nada menos que amor.
Me encuentro fascinada por la facilidad y lo vívido del recuerdo, sentirte en carne propia, sentir fuego donde me rozan tus dedos, sentir tu piel contra la mía, con roces, choques, fundiéndose la una con la otra, volviéndonos uno...
Sin darnos cuenta, todo acaba, pero nuestras almas continúan enlazadas, negándose a separarse, al fin se encontraron como era debido, al fin se sienten merecedoras de la otra, complementándose, que injusticia tener que separarlas, aunque ellas no son tan tontas como creemos, nosotros somos idiotas al pensar que luego de tanto tiempo podrían permitir que las aíslen, ellas se vuelven magnas luchadoras, ni el más aguerrido guerrero podría separar esas almas enamoradas, toman tamaños colosales para lograr su cometido: tomarse de la mano en cada momento, no abandonarse ni en los sueños mucho menos en la realidad.
Me quedo sola en la infinita oscuridad de mi cuarto, testigo mudo de las declaraciones reiteradas de amor, de los juramentos realizados, de las ideas a futuro en común que ambos nos confiamos, miro el techo, a duras penas pude distinguir la grieta, entonces, siento hundirme, siento como la cama se mece sin hacerlo realmente, me encuentro en brazos de Morfeo que me acuna como si fuera un bebé que acaba de cenar y que intenta conciliar el sueño. En ese momento lo recuerdo, abrazo esa almohada que compartimos juntos, hundo mi nariz en el lado que él ocupa generalmente... y aspiro, lo más fuerte que puedo, quiero impregnar mi nariz con el aroma que mi amado me regala cada día que compartimos esa cama, el recuerdo de su presencia me relaja, entonces caigo en la ensoñación, me mudo a ese segundo plano de la vida en la que puedo estar con él otra vez, sin restricciones, sin horarios, sin tener que pedir permiso para disfrutar de su presencia, lo encuentro en ese lugar donde ni su madre puede entrar a prohibirme verlo, donde nada ni nadie impide que lo ame de nuevo... Al mirar esos ojos color café oscuro, en los que a gatas distingo sus pupilas, pero que brillan para mi, le repito sonriente "estoy hasta las neuronas por vos" y me toma en sus brazos, mis pies dejan de sentir el suelo...
Es simplemente perfecto.
