Después de aquel día, Jane continuo molesta conmigo a pesar de que mis intenciones habían sido buenas, realmente no pretendía ofenderla o discutir como ocurrió, pero ella no veía las cosas del mismo modo que yo y con lo sucedido comprendí que no podía hacerla cambiar de opinión, así que para evitar empeorar las cosas mantuve silencio y permití que mi madre siguiera avivando sus esperanzas.
Mi reserva ante el asunto provoco qué, con el pasar de los días, mi hermana comenzara a olvidar nuestro pequeño altercado y de un momento a otro me abordara con preguntas y sugerencias sobre listones, guantes y abanicos que podrían combinar con mi vestido, siendo sincera, eso era de lo que menos deseaba hablar, pero tampoco quería volver a reñir con ella y por ello tuve que soportar con sonrisas falsas esos temas que tanto me aburrían.
Mi madre no paso por alto mi nueva actitud, había cambiado mis paseos en el campo por tardes encerrada en el saloncito con mi hermana tomando té y galletitas de vainilla, creo que dedujo que finalmente había llegado esa etapa de mi vida en la que era necesario madurar y mi hermana me estaba guiando por ese camino y lo supe porque ella comenzó a mostrarse más comprensiva conmigo, cuando hablábamos del baile ella tenía la amabilidad de pedir mi opinión al respecto y aunque no estaba del todo segura de que decir, ella sonreía complacida al escucharme.
Debía admitir que, aunque extrañaba mi soledad, ser incluida en sus charlas también tenía sus beneficios como el descubrir que mi madre había mantenido correspondencia con lady Shwarz y que entre ambas ya tenían planificado el encuentro de la pareja, de hecho, en esos planes yo estaba incluida.
Era un juego, pero era uno perverso en el que Jane se disputaría la corona contra un cierto número estimado de jóvenes que asistirían al baile. Saberlo no me sorprendió en lo absoluto, algo tan importante como lo era la corona de la reina debía ser el objeto más anhelado en todo el reino entre todas las jóvenes nobles aptas para ser elegidas y aunque sabíamos que Jane era quien menos probabilidades tenía en la contienda, confiábamos en su belleza. Aunque en un principio me desagrado la idea de que Jane peleara en una guerra silenciosa entre abanicos y encajes, me disgustaba aún más la idea de no hacer nada por ella, después de todo era mi hermana y lo quisiera o no era mi deber apoyarla aun si su deseo no lograra realizarse.
Finalmente, el tan esperado día llego, debía admitir que al igual que Jane y mi madre, estaba nerviosa y no me contuve de contárselo a Melanie, mi única confidente.
—Tenga fe—musito mientras cepillaba mi cabello con un peine de plata con el que trataba de alisar mi cabello ondulado— y rece para que su deseo le sea concedido.
—No creo que eso realmente funcione—dude de que mis rezos fueran suficientes, últimamente en todas mis oraciones añadía una última petición, que Jane encontrara la felicidad que estaba buscando. Lo pedía con el corazón porque sabía que la corona que ella tanto anhelaba no traía consigo felicidad.
Una vez que Melanie considero que mi cabello estaba perfectamente desenredado, comenzó a tomar mechones untando en ellos una esencia con aroma a rosas para después recogerlos en un moño que sujeto con algunos pasadores que imitaban la forma de una perla, el resto de mi cabello fue rociado del mismo aceite qué, además de perfumar mi cabellera, también me ayudaba a mantener los rizos que caían sobre mi espalda. Para finalizar me coloco una peineta que tenía varias margaritas talladas sobre su borde, un accesorio que me fascinaba al ser la margarita mi flor favorita.
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Amor De Cristal
Historical FictionEn edición Helena Hamilton es una chica tierna e inteligente. Sin embargo odia la vida social a la que esta sujeta por ser hija de un conde. Aprender a tocar instrumentos musicales, hablar otros idiomas, asistir a bailes es la tortura de cada día...