Capítulo 38

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—¿Qué?— dije sin poder creerlo.

—Con la velocidad con la que se aproxima es cuestión de minutos para que estén aquí.

—Debo irme— anuncié mirando hacia el consejero. Entonces los latidos de mi corazón comenzaron a ser frenéticos. Cuando salí, mi andar era presuroso, no podía perder el tiempo. Subí a la planta principal, ahí mis damas esperaban por mí y al verme intentaron aproximarse, sin embargo, una voz las detuvo.

—Helena— la voz de la duquesa hizo eco en el pasillo vacío.

—¡William está aquí!—dije con emoción esperando que ella comprendiera mi felicidad.

—Eso lo sé, pero...— respondió con altanería mirándome de arriba abajo—¿Por qué la reina corre deliberadamente por los pasillos como una niña tonta?

—¿Cómo puede hablarme de esa manera en esta situación?— me atreví a responderle.

—Eres tú quien no comprende la situación de las cosas ahora, una guerra se aproxima y la reina siempre comportándose como una pordiosera. ¿Cómo debo hablarle a la reina si no entiende que es el único consuelo que tiene nuestro pueblo en este momento? ¿Cómo se sentirá William cuando se dé cuenta de que solo has estado dando vueltas en el palacio metiéndote en cosas que no son de tu incumbencia?

—Son intereses del reino y por consiguiente me interesan a mí, no puedo quedarme en mi habitación y aparentar que no sucede nada. ¿Qué clase de reina pretende que yo sea, si mi única tarea debe ser mirar y sonreírle a un pueblo doliente? ¿Soy yo o es usted quien no sabe cómo comportarse en este momento?

Nos miramos fijamente, yo solo quería terminar con esta inútil conversación, pero ella no estaba conforme con ello, sin embargo, repentinamente las trompetas entonaron una corta melodía que indicaba que el rey estaba en el palacio. Segundos después la Condesa de yhules se aproximó junto con mis damas y en ese momento me di la vuelta para continuar con mi camino.

—Majestad— dijo— esperemos en sus aposentos, es posible que lleven al rey ahí en estos momentos para que los médicos reales puedan revisar su estado de salud.

Asentí. Todas caminamos hacia mis aposentos, pero fue hasta que llegamos que me di cuenta de que los médicos ya estaban ahí y habían comenzado a preparar materiales de curación y medicamentos que pudiera necesitar el rey y por ello no podíamos permanecer ahí porque nosotras no seríamos de mucha ayuda.

Se reunió un grupo de caballeros y damas de alcurnia afuera de mis aposentos, las dos grandes puertas estaban abiertas para cuando llegara el rey, pero no fue sino hasta diez minutos después que finalmente hizo aparición un pequeño grupo de hombres, desalineados y sucios que traían puestos uniformes de la guardia real y en sus brazos cargaban el cuerpo de un hombre más, parecía estar desmayado. Entonces comprendí que ese hombre era William.

Todos hicieron una reverencia en cuanto los hombres pasaron junto a nosotros y cuando entraron, los médicos cerraron las puertas, lo último que pude ver dentro de la habitación fue como colocaron su cuerpo con cuidado sobre las sábanas blancas de nuestra cama.

Me esforcé mucho para no desfallecer en la espera. Mi corazón sufría una terrible agonía, debía, quería y deseaba estar con él, estar a su lado, pero los minutos, se volvieron horas.

—Majestad—pronunció una voz masculina. Al girar hacia mi derecha pude observar que un hombre hacia reverencia ante mí. Mis damas y la condesa lo miraron con desdén, en ese momento no entendí por qué su extraña actitud hacia el hombre—disculpe que la molesté en este momento de tensión, pero quisiera aprovechar para presentarme ante usted, soy el Conde de Cavour, tal vez no sea lo correcto, pero ¿Le importaría dar un paseo por la sala?

Amor De CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora