Capítulo 31

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—Es un lindo día—expreso la condesa de Yhules mirando por los ventanales del pasillo mientras caminábamos hacia el jardín

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—Es un lindo día—expreso la condesa de Yhules mirando por los ventanales del pasillo mientras caminábamos hacia el jardín.

Cada paso que daba hacia ese lugar solo me recordaba mi propia miseria porque se suponía que tendría la desgracia de almorzar en el jardín con el zar de Cromenia como lo dictaba el protocolo, de todas las reglas que existían en ese lugar aquella me había resultado de lo más desagradable, de haber tenido opción hubiese preferido pasear con un cerdo y dedicarle toda mi atención a ese animal que al zar, aunque probablemente entre el animal y él no había mucha diferencia.

—Supongo— bostecé.

Me había trasnochado con la esperanza que después del banquete, William llegara a la habitación y aunque lo espere hasta la madrugada él no llego, sufrí pensando en que tal vez él había visitado a su consorte y si eso había ocurrido mi dignidad quedaría por los suelos para que la Ileana pasara sobre ella glorificándose de haber sido su mujer mientras que yo no era más que una esposa falsa que terriblemente estaba comenzando a sentir algo por aquel rey que no se daba cuenta de que cada vez que me tocaba se robaba un pedazo de mi corazón.

—Últimamente la veo muy cansada majestad ¿Ha dormido bien?

No me sorprendió la pregunta, de hecho, la esperaba desde mucho tiempo atrás, pero como podía explicarle a la condesa que tal vez estaba celosa de la consorte.

—Estaba un poco preocupada por la llegada del zar y su hermana, por lo que estos días no he podido dormir adecuadamente—me excuse cubriendo mis labios al bostezar con el abanico blanco que debía portar hoy.

Por ser un almuerzo en el jardín, la condesa escogió entre los cientos de vestidos que conformaban mi ajuar, uno azul en un tono muy claro casi parecía blanco, la tela era suave al tacto, tenía un bonito bordado de flores que casi podía jurar que eran margaritas, pero no había logrado observarlo con detenimiento gracias al escote, era cordial, pero me preocupaba que la piel que mostraba provocara las terribles insinuaciones del zar. De no ser por ese inconveniente, quizás ese vestido se hubiese convertido en mi favorito, hasta le hubiese rogado a la condesa poder quedármelo y no dejar que lo regalaran, aunque no se me permitía usar un vestido dos veces, pero sabiendo que el zar vería ese vestido prefería que lo quemaran y que ninguna otra mujer tuviera la desgracia de usar un vestido en donde los ojos del zar se habían posado. Porque sabría que sus ojos me observarían.

—Por favor majestad, ya no se extenúe por eso, el zar parte mañana a su reino—dijo en un intento de calmar mis nervios.

Me detuve en seco al ver la puerta al jardín a tan solo unos metros de mí, el jardín era el único lugar que se asemejaba al campo extenso en donde antes vivía y donde podía pasear y hacer lo que yo deseara y aunque desde mi llegada no había podido poner un solo pie en ese lugar, lo único que lamentaba era que mi primera vez fuese con ese hombre insufrible.

—¿Sucede algo, majestad?—la condesa volvió unos pasos hasta mí, preocupada.

Verla me hizo recordar que, aunque no deseara estar con el zar, debía hacerlo porque se suponía era mi obligación atenderlo.

Amor De CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora