ELIZABETH
La verdad, esto me lo merecía.
Me quedé mirándo con desdicha lo que era la pared de cemento oscuro que tenía sobre mis hombros. Cuatro putas paredes estaban rodeándome mientras las cadenas de mis muñecas me tiraban sin más. Sí, eran una putas cadenas que iban a terminar por arrancarme las muñecas.
Escuché los gritos que había dado por el eco y aún seguían retumbando en mi cabeza con cada patada que le había dado a los dos aliados de Frank. Apreté la mandíbula, había sido horrible...
—¡SUÉLTAME! —Grité mientras uno me apretaba de las tetas y otro me sujetaba los pies.
—Tratadla bien, muchachos. Es una dama descente —Dijo Frank con malicia. Mordía, pataleaba, maldecía, escupía, lloraba y seguía gritando por mi vida.
Miré nuevamente el techo y comprendí que al menos no tendría esas dos asquerosas manos apretando mis pechos frágiles contra mi cuerpo. Los apretaba, los deseaba y sabía que su mente ya maquinaba mil maneras de revolcarse en mi cama que, lamentablemente, no era de acolchados, era un simple suelo húmedo y asqueroso.
—¿Estás cómoda, bombom? —Preguntó un chico rubio que estaba mirándome mientras mordía un pan con algo de carne. Se me hacía agua la boca y me dio una punzada leve en las tripas cuando recordé que no solo yo estaba muriéndome de hambre. Quería darme de bofetadas ¿Por qué demonios se me había ocurrido la puta idea de ir a visitar a Frank? Habían pasado ya ocho días desde que estaba aquí metida. Ocho días que estaba aquí esperándo que Frank apareciese... Pero no, no daba señales de su miserable y asquerosa vida. Solamente se limitaba a llamar a sus secuases para que ellos me informasen de lo que preparaba fuera de mi alcance.
—¡Suéltenme! —Suplicaba una voz fina y bastante aguda. Me puse de pie, con las cadenas aún atadas a mis muñecas ¿Quién era esa dulce voz? Entonces, divisé a una chica de no más de unos doce u once años asomándose por el suelo. El hombre rubio que mordía el pan estaba allí tocándola —¡Por favor! ¡Por favor, no! —Gritaba, me quedé asombrada mientras me percataba de algo importante, él no se metía en sus pantalones, solo la sentía. Me mordí los labios y miré el suelo, no iba a impedir que le hiciera eso a la chica, era mejor que la violace a ella que a mí. Yo debía de cuidar a mi hijo. Sí, mi bebé.
—¡CÁLLATE, SOPHIE! —Gritó el rubio. Levanté mi cabeza en un dos por tres y volví a mirar la reja. Era la chica desaparecida, tenía doce años y tu piel en la foto de la televisión se veía clara y fina... Ahora estaba sucia y demacrada. Enarqué una ceja cuando sorprendí al rubio mirándome. Se puso de pie y caminó hasta mi celda. Sus ojos estaban llenos de locura y demensia.
—¿Hace cuánto que no duermes con una mujer de verdad? —Le pregunté con un tono serio. Cualquiera que me conociese sabía que mi miedo se podría traslucir en simples palabras de valentía, pero este era nuevo en mis juegos.
—¿Te estás ofreciéndo, estimada...? —Enarqué una ceja. Sacó una llave de su bolsillo derecho y abrió la reja de mi celda. Me mordí los labios, mierda, estaba muerta.
—¡Joshep! —Desvié mi vista para un pelirrojo que estaba a sus espaldas, se quedó mirándome detenídamente y luego suspiró —El jefe dijo que la chica estaba embarazada, no puedes ni siquiera tocarla —¿Cómo mierda se enteró Frank de mi embarazo? El pelirrojo tomó el cuello de su compañero y lo lanzó fuera de la celda.
—Eres un puto aguafiestas. La tía me ha seducido, no soy el culpable —Dijo cruzándose de brazos. Escupí a la pared, quería lavarme los dientes y no podía. Quería comer y no comía desde hace dos días. Me daban agua, pero no era suficiente. Me tenían como una puta prisionera...
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Memorias imborrables. [TERMINADA]
Ficção AdolescenteComo todos recuerdan, Elizabeth se fue a estudiar de todos modos a Canadá... Dejó su pasado atrás, en donde también olvidó por completo lo que era su amor hacia Braddie Winther. Elizabeth pasa años lejos de Atlanta y vive su vida normal en Ottawa, c...