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Sus sublimes palabras me dejaron anonadada, incapaz de procesar información y sin saber qué carajo responder ante eso. ¿A qué se refería? Quise preguntárselo, pero tenía miedo de la posible respuesta que ésto tendría, entonces preferí guardar silencio y seguir en mi ignorancia.

Él sólo se quedó allí, observando cada centímetro de mi rostro, mientras nuestros cuerpos estaban demasiado juntos. Lentamente, subí mis manos hacía su pecho, para tratar de alejarlo. Pero él lo notó, y tomó mis muñecas con suavidad, para posarlas a cada lado de mí cuerpo, inmovilizandome con su agarre.

Noté como su rostro estaba aún más cerca del mío, e intuía lo que iba a pasar. Lo deseaba, más que cualquier jodida cosa. Y él lo sabía, aunque en el fondo sabía que el sentimiento era recíproco, lo cual era extraño y excitante a la vez.

La distancia entre nuestros rostros se cortó, reuniéndonos en un suave beso. Al principio no supe cómo reaccionar, pero al instante caí en cuenta que ésto era lo que estaba esperando desde hace mucho. Su agarre se soltó, sólo para posicionar sus gélidas manos en mi cintura, atrayéndome hacía su cuerpo. Lentamente, teniendo cuidado de no dañar el momento, llevé mis manos a su cuello, para subirlas y enredarlas en su largo cabello negro.

A pesar de toda la agresividad y odio que su cuerpo y alma transmitían siempre, aquel beso fue sumamente suave y dulce. Era tan delicado que parecía que me tratara como una muñeca de porcelana, la que tenía miedo de romper.

No pude evitar olvidar todo lo que había causado en mí vida, no podía pensar en eso. Sólo podía pensar en lo jodidamente enamorada que estaba; aunque muchas veces me lo negué a mí misma, sabía que en el fondo lo sentía. El sentimiento no se iba, siempre estaba ahí, golpeando mí interior.

Bajé mis manos y la puse en su pecho, notando como su corazón golpeaba furiosamente contra su pecho. Noté que era por su cercanía hacía mí, por lo cual me sentí completamente complacida. No era la única que estaba jodida aquí.

—Oye... No. Ésto está mal, muy mal.— Susurré, con los ojos cerrados y mí frente contra la suya.

—¿Desde cuándo te importan las consecuencias?— Me cuestionó burlón.

Lo observé en silencio, mientras él sólo llevó su mano a mí mejilla.

—¿Qué me estás haciendo?— Susurró.

Sentí aquel revoltijo en el estómago, y quise simplemente quedarme allí con él, para siempre.

Junté nuestros labios y él me siguió, con delicadeza. Dios, estaba a punto de morir.

De la nada, se separó y me miró, para luego voltear su mirada hacía el desolado pasillo. En silencio y confundida, le dije:

—Hey... ¿Qué pasa?

Él me calló posando sus dedos en mi  boca, y siguió con la vista fija en el pasillo.

—¡Sólo dame un minuto! ¡Veré como está Liz y volveré allí!— Gritó una voz conocida, acercándose cada vez más.

Jeff, perdido en sus pensamientos, siguió estudiando el pasillo, mientras yo me alteraba. Era Jeremy, y venía para acá.

Antes de poder divisarlo, jalé a Jeff de la sudadera, tratando de sacarlo del jodido trance. Él reaccionó, sabiendo que no podían vernos juntos.

Antes de que alguno de los dos se moviera, los pasos de Jeremy se pararon enfrente nuestro.

Él sólo nos observó. La rabia pareció oscurecer su rostro, y entonces, todo pasó muy rápido.

Jeremy sacó un arma de su bolsillo, y le disparó a Jeff antes de que él pudiera notarlo. El resultado fue que su estómago empezó a sangrar, haciéndolo caer. Las lágrimas empezaron a agolparse en mis ojos, mientras el pitido otra vez se hacía presente en mis oídos.

—¡¿Qué haz hecho?!— Le grité a Jeremy llorando, mientras él me miraba sorprendido.

Mis manos temblaban, mientras él horror me recorría. Tomé la cabeza de Jeff y la puse en mis piernas, acariciandolo y hablándole.

—No... porfavor no me dejes. No, joder, no.— Dije llorando.

Oí pasos corriendo apresuradamente hacía nosotros, mientras unos médicos y policías aparecían. Se acercaron a nosotros y al mismo tiempo alguno de ellos trataron de alejarme de él, pero no lo permití. Empecé a forcejear enloquecida, no quería dejarlo, me rehusaba a hacerlo.

—¡Sueltenme joder! ¡Déjenme! ¡Maldita sea! ¡Porfavor!— Sabía que si lo dejaba, no podría volver a verlo. Aquel pensamiento me aterraba.

Unos policías me alejaron del cuerpo de Jeff, mientras los médicos lo levantaban a una camilla. Seguí forcejeando, hasta que fue casi imposible detenerme.

Un doctor sacó una jeringa de su bata blanca, para luego hundir la punta en mí cuello, mientras yo sentía aquel líquido correr por mis venas.

Lentamente, caí sedada al suelo.

Lo último que vi fue correr a la camilla, llevándose a Jeff.

Eternos «Jeff The Killer» ||Book 2||.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora