Capítulo 7

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Se supone que cuando un nuevo gobernador llega a la ciudad se le recibe con una gran celebración. Durante esa fiesta, tanto él como su familia, son presentados ante la sociedad que los recibe. Pero dado que el comandante Montero olvidó la fecha de llegada del gobernador, también olvidó preparar la fiesta. Por fortuna para él, el gobernador se había mostrado razonable, posponiéndola para cuando tomara posesión formal del cargo.

Aprovechando tal situación, en los días posteriores a la llegada del gobernador, el comandante salió de la ciudad, obedeciendo al requerimiento de su superior en el fuerte de San Sebastián. De eso hace casi dos semanas.

Durante este tiempo doña Emilia acondicionó la casa para recibir a los invitados; con la ayuda de Eleonor de la Vega que, junto con su padre, le ha estado visitando con frecuencia. Visitas que ella ha devuelto en menor grado. Como el día de hoy, en el que casi se encuentra lista para partir, únicamente a la espera de que su rebelde sobrina aparezca en el vestíbulo. Que lo de rebelde está quedando en el olvido. Desde hace días parece un espectro deambulando por la casa y no ha querido acompañarla ni una vez a la hacienda De la Vega. Jamás pensó que extrañaría el correteo de sus pisadas y su mirada pícara, señal de que está tramando alguna de sus locas travesuras.

Miró el reloj del salón, era casi la hora. Esperaría esos minutos y si no aparecía la llevaría aunque sea a rastras.

En su habitación, vestida, peinada y perfumada, Candice se miraba al espejo de cuerpo entero situado en una esquina de la estancia. Se había levantado tarde, cerca del medio día; una costumbre que, si bien no era nueva, se estaba acentuando por la dificultad para dormir que ha estado padeciendo, desde su llegada a América, hace casi tres semanas.

-Dieciocho días -musitó tocando la pulsera que adorna su muñeca izquierda.

Dieciocho días en los que había vivido situaciones que jamás imaginó experimentar. Incluida la más increíble de todas. Había descubierto la identidad del bandido más buscado de la región. Y si bien, en un inicio, se sintió enfurecida y, sin motivo aparente, traicionada, con los días comprendió la posición de Diego.

Claro, eso después de varios días de maldecirlo en silencio cada que su nombre salía a relucir. El asunto empeoraba cuando su hermana o padre visitaban a doña Emilia. Cada que escuchaba el carruaje no sabía si encerrarse en su habitación o correr al salón para verlo. Decisión que al final no debía tomar porque él no iba con ellos. Ni una sola vez, en los últimos doce días, fue. Y no es que llevara la cuenta. No obstante, era peor cuando veía que no llegaba, porque entonces el enojo lo dirigía a ella misma, por haber guardado la esperanza de verlo cuando él no se merecía ni siquiera un pensamiento suyo. Como en ese momento en el que, mientras se tocaba los labios, rememoraba los besos compartidos.

«¿Por qué siento que el toque de sus labios en los míos no se borra? Es como si cada noche acudiera a mí, como si cada noche me besara en sueños», caviló en sus adentros. Emitió un leve suspiro, lleno de melancolía.

Escuchó unos toques en la puerta y se regañó en sus adentros al darse cuenta que se había dejado llevar, otra vez, por esos estúpidos pensamientos que debía erradicar de su mente.

-No merece la pena -se dijo mirándose a los ojos, a través del espejo-, se aprovechó de ti, jugando a ser el caballero de día y al bandido descarado por la noche -continuó su discurso-, debe pensar que soy una descocada que anda besando desconocidos, ¡como se habrá reído! -murmuró, la rabia viajando por su cuerpo hasta sus manos apretadas en puños.

Volvió a escuchar los toques en la puerta, esta vez acompañados de la suave voz de Dorotea. Dando una profunda inhalación, aflojó las manos, se alisó las inexistentes arrugas de la falda de su vestido y caminó hacia la puerta dispuesta a pasar ese trago amargo.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora