Capítulo 13

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Aine Foley caminaba con prisa por las callejuelas de la ciudad, la noche le estaba cayendo encima, envolviéndola en la oscuridad a la que está tan acostumbrada. Un par de calles más y estaría a salvo. Minutos después llegó a la entrada del callejón en el que está su casa -si es que a ese cuartito sin ventanas se le puede llamar así-, pero no le dio tiempo adentrarse, una mano le oprimió el brazo, deteniéndose su avance.

-Es muy tarde palomita -El miedo reverberó en su piel al reconocer la voz del hombre.

-La señora de Córdoba tenía muchos vestidos que ajustar -respondió tratando de ocultar el temblor de su voz. Sin éxito.

-Esa vieja me va a conocer como siga sacándote tan tarde -dijo el hombre, sin aflojar el agarre sobre ella. Dándole vuelta para que lo mirara.

-Yo, yo, necesito el dinero -logró decir a duras penas. La oscura mirada de él siempre le ha intimidado.

-Si aceptaras mi proposición, no tendrías que enhebrar una aguja nunca más -La tomó por el otro brazo y la acercó a él, pegando su duro rostro al de ella.

-Por favor, es tarde, debo irme -rogó, girando el rostro para evitar el contacto que estaba segura él buscaba.

-Mi paciencia está agotándose palomita -le dijo al oído, aspirando el olor de su pelo.

La joven soportó la cercanía del hombre, aguantándose el miedo y las ganas de huir de él.

-Anda, vete, el domingo vendré por ti para acompañarte a la iglesia -le dijo al tiempo que la soltaba.

Aine no perdió tiempo y sin emitir palabra se metió al callejón, rogando porque él no la siguiera, rogando porque desapareciera del lugar, y de su vida. Con manos temblorosas introdujo la llave en la puerta, mirando de reojo sobre el hombro, vigilando a la sombra que seguía erguida en el filo de la calle. Apenas logró abrir entró a la casa y cerró tras ella. Con el corazón galopante se recargó en la puerta, intentando serenar sus nervios y respiración. No podía seguir así, no iba a poder mantener a raya a ese hombre mucho tiempo más, tenía que irse pronto de la ciudad.

Miró al techo y pensó en Antonio, en sus ojos de cielo, en su sonrisa que le aceleraba el corazón; sintió pesar, no quería marcharse. Desde el día en que fue a pagar su deuda con él, ese en que se enteró que es nada menos que el gobernador y la máxima autoridad del estado, no lo ha sacado de su mente. Tampoco lo intentó. Lo ha visto en varias ocasiones desde entonces. Incluso dieron un paseo por la alameda la semana anterior.

Ese mes ha sido el más feliz de su triste existencia. Felicidad que deberá dejar atrás en pos de su libertad y bienestar. Antonio ha sido muy amable y galante con ella pero no se atreve a contarle sobre el acoso que sufre desde que llegó al pueblo. Y pensar que traía la ilusión de asentarse, de comenzar una nueva vida lejos del dolor. Sin embargo, tal parece que la felicidad no está hecha para ser disfrutada por ella.

Con resignación se separó de la puerta y caminó los pocos pasos que la separaban de la cama. Su residencia era un cuarto sin ventanas en el que solo cabían la cama individual, una mesa corta, dos sillas y su máquina de coser; instrumento con el que se gana la vida desde hace tiempo. Jamás imaginó que las clases de costura y bordado, que tomaba tan a la ligera, serían las que le darían de comer. Emitiendo un suspiro de pesar se sentó en la cama. Era muy tarde y estaba cansada, la espalda le dolía horrores y los ojos le ardían de estar cosiendo todo el día. Quería dormir pero debía pensar detenidamente en su futuro, idear sus pasos a seguir.

En el fuerte, el comandante Montero daba los últimos retoques a su plan. Plan con el que logrará, por fin, la captura y muerte del Zorro. Necesita aprehenderlo antes de la visita del General. Días atrás había recibido una carta en la que le informaban que, el condecorado militar, está de visita en La Nueva España y recorrerá los fuertes más importantes, incluido el suyo. No sabe el día exacto de su llegada, puesto que lo más probable es que llegue por tierra, y eso lo tiene nervioso, muy nervioso. Es por eso que después de dos meses de paciencia, y sin ver resultados con los carteles recompensa, se aventuró a fraguar otra manera de hacer que el Zorro salga de su madriguera, esa en la que se ha mantenido oculto, fuera del alcance de su espada y de la horca.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora