Capítulo 20

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-¡Esto es un atropello! -Don Alejandro había intentado mantener la calma en todo momento, no obstante, tras las nulas intenciones de cooperación del comandante, terminó por perder los estribos.

-Comandante, por favor, reconsidere su decisión. Le aseguro que nosotros no tenemos nada que ver con ese bandolero del que habla. -Eleonor se levantó de la banca en que llevaba sentada desde que llegaron al fuerte y se paró junto a su padre.

-Probablemente usted no, pero ¿qué me dice de su hermano?

-¡No es posible que nos esté acusando con una simple nota como prueba!

-Papá, por favor, tranquilo, te va a hacer mal si te alteras. -Posó la mandó en su hombro, apretándolo con suavidad.

-¡Cómo no quieres que me altere si nos están tratando de traidores!

Fuera se escuchó la voz de Diego, exigiendo ver a su padre y hermana.

-¡Déjenlo pasar! -ordenó Montero a sus soldados. Quiso sonreír pero logró contener su satisfacción. Tenía a De la Vega donde quería.

Terence entró a la sala de los reos con la rabia bullendo en sus entrañas. Antes de encarar a Montero había buscado al sargento García para investigar sobre la situación de su familia. Lo que le dijo no le gustó. Montero pensaba dictar sentencia al día siguiente. Sin un juicio ni defensa, pues tenías "pruebas concluyentes" de la participación de los De la Vega en los delitos cometidos por el Zorro.

«¡Desgraciado!», pensó, deseando poder ir por su traje y sacar a su familia a la brava. Agradecía que el pequeño Alejandro se quedara al cuidado de Beta, porque de haber estado ahí, entonces sí habría perdido el control.

-Adelante, adelante.

Ignoró el comedido recibimiento del comandante y aceptó el abrazo de su madre, que se había desplazado hacia él apenas lo vio entrar. La besó en la frente y en voz baja le aseguró que arreglaría todo.

Caminó hacia su abuelo y se paró junto a él, diciéndole sin palabras que a partir de ese momento él se encargaría de la situación.

-Bien, comandante, infórmeme de qué se les acusa.

-No solo a ellos De la Vega. La prueba señala a toda la familia, aunque si te soy honesto, creo que es más factible que exista un solo culpable.

-¿De qué está hablando? Mi familia es incapaz de cometer traición. -Terence interpretó a la perfección la pose de noble ultrajado.

-Don Alejandro es un condecorado militar, y tu bella hermana aparenta ser inofensiva -respondió pensativo-. Quizá podría creer en su inocencia, incluso dejarles libres, pero de ti, Diego, no me fío.

«¡Estúpido arrogante! Eso es lo que quieres, coaccionarme con la seguridad de mi familia, acorralarme hasta que confiese lo que no sabes».

-Empiece la investigación entonces, para que pueda declarar mi inocencia cuanto antes.

-Haré más que eso. -Montero sonrió, liberando al fin su regocijo-. ¡Guardias! -su potente voz resonó en la estancia.

Mientras los soldados entraban, Terence se obligó a mantener una expresión serena. Quería gritar, golpear, maldecir. Visualizaba al comandante en el suelo bajo la punta de su espada, a punto de hundirla en su indeseable garganta. Necesitaba calmarse. Acudió al rostro sonriente de Candice, al despedirse esa tarde, desplazando así a sus sanguinarios pensamientos; de momento.

-Acompañen a nuestros invitados a sus habitaciones.

Los militares tomaron a Eleonor y don Alejandro de los brazos, obligándoles a ir con ellos.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora