Capítulo 24 - Final

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Estaba perdido.

El esfuerzo de años desperdiciado, tirado a la basura por culpa de Diego de la Vega y Antonio Andley.

En cuanto su espía, en la casa de gobierno, le informó de los planes de Antonio y el abogado —planes que lo incluían a él y una soga alrededor de su cuello—, se había movido con rapidez.

Tuvo que hacerlo solo. Rodríguez también huía, por lo que no contó con su ayuda.

Se embarcó en una carrera contra el tiempo para sacar  de su escondite todo el oro que fue capaz, así como sus pertenencias más importantes.

Susana había pegado el grito al cielo cuando le comunicó que debían huir. Ella no estaba enterada de sus andanzas y se puso histérica al saberlo. No obstante, no tenía muchas opciones; o se iba con él o se quedaba a su suerte. No le fue difícil decidirse.

Con todo listo para largarse, Julio Montero pensó que era injusto que a Diego de la Vega le saliera todo bien. Así que se jugó todo a una carta.

«Nunca mejor dicho», pensó con el paquete de cartas de Eleonor de la Vega en las manos, envuelto en una tela.

Al principio, cuando Rodríguez se las entregó, les echó una ojeada y las desechó. Solo eran cartas de amor entre amantes y no le eran de utilidad. Sin embargo, en vista de los nuevos acontecimientos, decidió hacer uso de ellas.

Así que ordenó a su hermana que escribiera una nota y ella misma buscó a un chiquillo para que la entregara a Sofía.

En el mensaje Susana le pedía reunirse con ella pues, supuestamente, había convencido al comandante de retirar las acusaciones contra De la Vega pero no de que desistiera de hacer públicas las cartas.

Dado que Sofía no conocía la existencia de esas misivas, le enviaron un como prueba; la más comprometedora, en la que Eleonor le informaba a su amante de su embarazo.

Y la señorita Andley picó. Corrió a la cita a impedir que el sucio secreto de los orígenes  de Diego de la Vega saliera a la luz. Porque, aun cuando su amadísimo prometido resultara exonerado, la distinguida Emilia Andley jamás permitiría un enlace que dañara la reputación de su intachable familia;  Sofía lo sabía, y él también.

La observó, sentada frente a él en la diligencia. Estaba callada. Cosa rara pues desde que la obligara amablemente —entiéndase a punta de pistola  y empujones—, a subir con él a su caballo en la primera fase de la huida, no dejó de amenazar, maldecir y gritar que De la Vega y el gobernador le cortarían la cabeza; primero le sacarían las entrañas, vivo, le aclaró incontables veces.

«Bastante sanguinaria resultó la delicada señorita».

Lo peor acaeció cuando a su querida hermana se le ocurrió decirle, delante de Sofía, que se regresaba a Los Ángeles a conquistar a Diego.

—Tú vas a desaparecer con ella —había dicho Susana—, ahora podré seducirlo y casarme con él.

Entonces, la que él siempre consideró una delicada y sensible dama, se transformó ante sus ojos en una Gorgona. Si no llega a intervenir, en lugar de estar viajando a Missouri, estaría en los oficios por el descanso eterno de su hermana.

«Es una fiera», y estaba deseando amansarla.

La Gorgona viajaba en silencio, pensando.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora