Capítulo 18

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La puerta principal estaba abierta. Ni Dorotea ni Candice recordaron cerrarla por lo que le fue fácil colarse en el jardín. Ya dentro cerró y se dirigió, dando un rodeo por la casa, hacia el balcón de la causa de sus tormentos. Al llegar a la ventana que corresponde al despacho notó que había luz, por lo que dedujo que el gobernador seguía levantado. Se pegó a la pared con sigilo y tras las cortinas de gaza divisó la figura de Candice, de pie frente a la puerta. Quiso escuchar lo que ahí dentro se decía pero la ventana permanecía cerrada, por lo que se dirigió a la de junto, la que da a la sala contigua y que siempre está sin seguro.

En el despacho, luego de lo que parecieron minutos, Antonio se levantó y caminó hacia su hermana. La tomó de los hombros, llevándola con él al sillón de dos plazas donde se sentó a su lado.

- ¿Qué te hace pensar que Diego pueda ser el Zorro?

-Yo, bueno...

Candice miró alrededor y una sensación de déjà vu la envolvió; afortunadamente, esta vez Antonio estaba solo. Maldijo en silencio su impulsividad, había corrido, igual que una mocosa consentida, a acusar a Diego. Antonio es su hermano pero también es el gobernador, la autoridad del estado, decirle a él es casi lo mismo que denunciarlo ante un juez. Y eso no podría hacerlo jamás.

-Sofía, hace un momento dijiste que Diego de la Vega es el Zorro, es una acusación muy grave y necesito que me digas de dónde sacaste esa información.

En la sala contigua, a Terence se le fue el aire de los pulmones. Una patada de mula en el pecho habría sido menos dolorosa que esta traición. Y él que venía a rogarle, echando al viento todos sus recelos, dispuesto a aclararle el porqué de la visita en la casa Montero. Aturdido se dio la vuelta y salió de la estancia, caminando casi sin ver por el jardín; con los sentidos embotados atravesó la puerta de la propiedad y se alejó.

Antonio miraba a Sofía con el ceño fruncido. La noticia que le soltó, tan abruptamente, le pareció absurda y tan creíble al mismo tiempo que necesitó un poco más que segundos para procesarlo, sin embargo, la que ahora parecía necesitar tiempo era su hermana.

- ¿Sofía?

-Lo siento, creo que me expresé mal -dijo ella finalmente, tratando, con todo su ser, que su voz sonara normal-. Lo que quise decir es que Diego de la Vega es un zorro. Acabo de verlo salir de la casa del comandante Montero, específicamente del balcón de la frentona. -Candice tomó las manos de Antonio y las apretó entre las suyas-. Hermano, no te dejes engañar por esa mala pécora, ella solo busca riquezas y posición social. No es buena para ti -terminó, transmitiendo con su voz la preocupación sincera que el tema le provoca.

Antonio iba a tranquilizarla, sobre su inexistente relación con la señorita Montero, cuando en su mente hizo clic algo que estaba pasando por alto.

-¡Saliste de la casa! ¡Y a estas horas! -Enojado se soltó de las manos femeninas y se levantó del sillón-. Ya habíamos hablado sobre esto, Sofía, prometiste no volver a hacerlo. ¡No te bastó con que un desalmado casi te desgraciara la vida, sino que te expones nuevamente!

A estas alturas el gobernador se paseaba, exasperado, por el reducido espacio que los sillones le dejaban.

Candice se encogió en el asiento pero se mantuvo en silencio, presta a recibir el más que merecido sermón. Cualquier cosa con tal que Antonio olvide el incidente. Con tal de que olvide que acusó a Diego de ser el Zorro.

Terrence llegó a la hacienda y fue directo al despacho de su abuelo. Necesitaba algo fuerte que le raspara la garganta, le calentara las entrañas y le incendiara el pecho.

- ¡Maldita sea su estampa! ¡Y maldita sea mi estupidez! -Azotó la puerta del despacho y al instante se arrepintió, no quería que Eleonor se despertara y bajara a investigar; no estaba de ánimos para interrogatorios maternales.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora