Capítulo 21

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La puerta del carruaje se abrió antes de que este se detuviera por completo. Los Cortés de Altamira fueron recibidos por sus anfitriones y por algunos de los invitados que ya se encontraban en la hacienda para presenciar la casi unión De la Vega-Andley.

Terence estaba en su habitación, terminando de vestirse. Había llegado con el tiempo justo de comer algo rápido, bañarse, afeitarse y vestirse. El papeleo para su liberación tardó horas. No le cabe duda que Montero lo hizo a propósito, retrasando el asunto lo más posible para impedir que pudiera asistir a su propio compromiso.

Agradecía que Antonio fuera un hombre de carácter y no un pelele como el gobernador anterior; al que Montero manejaba a su antojo junto al juez de la ciudad. Todavía no está totalmente absuelto y el desgraciado debe estar ideando la mejor forma de volver a encerrarlo, esta vez con opción a horca.

Terminó de abrochar la chaqueta y se peinó con los dedos. Fue a su velador por la cajita que llevaba días queriendo entregar y finalmente salió de la habitación en busca de su futura esposa.

En el salón, Candice no paraba de sonreír. Sentía el corazón rebosante. Después de las horas de angustias por fin llegó la paz. Dejó un momento a los invitados con los que conversaba y se dirigió a su tía para comunicarle que debía ir al tocador un momento. Doña Emilia se ofreció a acompañarla pero ella declinó el ofrecimiento puesto que no tenía ninguna intención de ir al tocador.

Se perdió entre los invitados y salió del salón en dirección a las escaleras que llevan a las habitaciones familiares. Tratando de evitar que la vieran, se condujo por uno de los pasillos menos concurridos. Ya casi llegaba a su objetivo cuando alguien la tomó de la cintura y la arrinconó contra la pared, en el hueco debajo de las escaleras. Imaginando que se trataba de Terence no opuso resistencia, no obstante, cuando una mano enguantada le tapó la boca, y un aliento que no era el de su bandolero le habló al oído, se llenó de miedo.

—Tranquila señorita, estese quietecita y nada le va a ocurrir —dijo el hombre en el momento en que ella empezó a forcejear, tratando de soltarse.

Con una mano obstruyendo su boca y la otra coartando sus movimientos, no había mucho que pudiera hacer.

«Calma Candice, respira. No puedes perder los nervios en un momento como este». Se obligó a serenarse y mantenerse quieta, a la espera de lo que el hombre fuera a decir.

—Eso es. Quietecita. —El hombre ajustó la presión en su boca pero no quitó la mano—. Ahora, escúcheme bien, si en algo aprecia la vida de Diego de la Vega irá a ese salón y dirá que no acepta el compromiso.

«¡No! No, no, no», agitó la cabeza negando.

—Sí, sí lo hará, porque si no, antes de que usted termine de decir sí, una bala habrá atravesado la frente de Dieguito, ¿y usted no quiere eso verdad?

Candice quería gritar, no de miedo sino de impotencia y rabia. ¿Cómo era posible que la felicidad le durara tan poco? Ella no podía hacerle esa bajeza a Diego pero tampoco podía arriesgarse a que le hicieran daño, si eso sucediera se moriría ahí mismo; y que los entierren juntos.

—Ya está advertida. Dígale que su amigo el Zorro le da la enhorabuena. —Dicho esto, el hombre la soltó al tiempo que la arrojaba al suelo y huía del lugar.

La pobre señorita Andley no se levantó del piso. Quería quedarse ahí toda la noche y no salir hasta que alguien le dijera que se había quedado dormida y lo sucedido no era más que una pesadilla.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora