Capítulo 16

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-Señorita, deje de apretar tanto la sombrilla o le romperá las varillas. -Candice miró de reojo a Dorotea y aflojó el agarre en su delicado parasol.

-Es que la veo y quisiera tener sus greñas entre mis manos -masculló la joven Andley-. Mírala Dorotea, mírala como sonríe y se abanica la descarada, es una... ¿Ese es Diego? -En ese momento, un sonido muy parecido al crujido de una varilla se escuchó.

-Le dije que la iba a romper -dijo la doncella negando levemente con la cabeza-. Sí, es el joven De la Vega quien acaba de llegar -contestó después, viendo al aludido saludar con mucha floritura a la señorita Montero.

Hacía rato que estaban sentadas en esa banca de la alameda, viendo pasear a la buena sociedad de Los Ángeles; y a la no tan buena. Y entonces, mientras comían una nieve, la curvilínea figura de Susana Montero apareció entre los pasillos de la plaza, arrasando con las miradas de todos los caballeros; y los no caballeros. Apenas vio su bamboleante andar, Candice sintió que todo el coraje de hace tres noches regresaba y no paró de estrujar a su pobre parasol, el cual no aguantó más, quebrándose sin remedio en el momento que la señorita Andley vio al mentiroso bandolero besar la mano de su rival.

«¿Mi rival, ella? ¡Por favor! ¡Esa frentona no tiene nada qué hacer al lado mío!», bufó indignada para sí.

Porque sí, Candice tiene razón. La señorita Montero si bien tiene un bello rostro, de pómulos altos, boca delineada, nariz fina -sin pecas- y unos luminosos ojos azul cobalto, también tiene una amplia, muy amplia frente.

-Debe persignarse en la coronilla -murmuró Candice, sonriendo con malicia, llamando la atención de Dorotea, quien la miró pero no hizo ningún comentario.

Mientras la señorita Andley rumiaba toda suerte de maledicencias contra la frentona, quiero decir contra Susana, dicha frentona, señorita, dicha señorita se deshacía en sonrojos ante los galanteos del desvergonzado, cara dura, mentiroso y mujeriego Terence. Palabras de Candice, no mías.

-No es necesario Don Diego. -Susana lo miró a través de las pestañas, mostrando toda la timidez que no tiene.

-Por supuesto que sí -contestó, sonando casi escandalizado-. ¿Qué clase de caballero sería si permito que usted pague? -Mientras hablaba sacó unas monedas de su saquito y se las dio al hombre que esperaba el pago por el pasador que Susana eligió minutos antes.

- ¡Qué vergüenza, qué va a pensar de mí! -murmuró escudada tras su abanico abierto.

«Que eres una descarada embaucadora», pensó en sus adentros pero en cambio dijo:

-Que es la mujer más bella a la que he tenido oportunidad de... -interrumpió la frase al sentir el familiar aroma que no lo deja dormir por las noches.

Candice -que había decidido no quedarse mirando cómo le rayaban su cuaderno- se detuvo detrás de Terence, alcanzando a escuchar la interrumpida declaración.

«Así que la mujer más bella... canalla mentiroso», lo insultó en silencio, mirando su espalda con rencor.

- ¡Qué afortunada casualidad! -Exclamó poniendo su mejor cara-. Señorita Montero, Diego, buenas tardes. -Se colocó al lado de Terence, obligando a Susana a moverse, desplazándola de su lugar junto a él.

-Señorita Andley, que agradable sorpresa. -La sonrisa forzada de la hermana del comandante desmintió sus amables palabras. No le pasó desapercibido la informalidad con que Candice le habló a su prospecto de marido.

-Señorita Andley. -Terence acompañó su saludo con una inclinación de cabeza; impostando una sonrisa afable se obligó a mantener la indiferencia con que se ha manejado frente a ella.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora