Capítulo 12

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Montero estaba que se subía por las paredes.

En tres semanas, no le ha visto al Zorro ni la capa. El escurridizo bandolero no ha hecho sus acostumbradas apariciones, esas en las que hace gala de sus habilidades. Esta vez ha sido muy sigiloso, astuto, igual que la alimaña de la que toma su nombre.

Nadie ha acudido con información tampoco. Ni la recompensa los tienta, eso, o el Zorro trabaja solo. Esa es una posibilidad que se le ha ocurrido en varias ocasiones pero que, por descabellada, nunca ha desarrollado. Los golpes, que el desgraciado ha dado, no podría llevarlos a cabo sin la ayuda de nadie. Es por eso que, ya que no ha podido capturarlo a él, decidió que capturará a sus cómplices; seguro de que el Zorro hará lo imposible por salvarlos, incluso entregarse.

«No. El Zorro no los dejaría morir en lugar suyo», pensó, dando una larga calada a su puro. Disfrutando del profundo sabor del tabaco.

Con el humo invadiendo la oficina, su mente discurrió por otros derroteros más sentimentales, a saber, su infructuoso y agobiante cortejo.

Sofía Andley está siendo un quebradero de cabeza. No hay momento en que la encuentre sola. Si no es la vieja fósil, es el primo arrimado que, por la manera en que la cuida, pareciera que la está apartando para él.

Y, por si eso no fuera suficiente, De la Vega tiene un sentido de la oportunidad, ¡que hasta parece que lo hace a propósito!.

-Imbécil afeminado -masculló entre caladas.

El idiota le ha estropeado las pocas ocasiones en que ha conseguido, por obra y gracia de vete tú a saber que ente, unos segundos a solas con ellas. Segundos que pensaba aprovechar para degustar esos labios que, cada que está en su presencia, ella se humedece sin cesar. Señal inequívoca de que también lo desea, una clara invitación. Invitación que está más que dispuesto a aceptar, y que no le han dado chance de hacer efectiva.

De no ser porque Sofía parece tolerar a Diego, por mera cortesía, le preocuparían sus fútiles intentos de sabotaje.

-Paciencia Julio -murmuró, sonriendo.

Seguro de sí y sus posibilidades, su humor mejoró.

En la casona Andley, el ambiente no era tan distinto.

El gobernador y Tomás, reunidos en el despacho desde hace horas, revisando documentos -en los que estaban seguros hallarían la evidencia para procesar al comandante-, sin comer ni beber, cansados y mal dormidos, miraban a la nada; pensando.

Pese a que saben perfectamente que Montero ha estado robando a la corona, él militar lo ha hecho tan bien, que es casi imposible demostrarlo. Todos y cada uno de los gastos cuadran. Todos tienen su respectivo comprobante y cada emisor de ellos corroboró haber recibido los pagos.

Antonio, pese a que intentaba hallar una fisura en la pantalla de Montero, no lograba concentrarse del todo. Aine Foley ocupaba buena parte de su mente.

La mujer había acudido el día anterior a pagar su deuda, como ella misma había dicho. Y aunque no le gustó que George recibiera las monedas, la admiró por su determinación, por su sentido de la responsabilidad y por no permitir que un desconocido se hiciera cargo de sus problemas.

Eso le decía mucho de ella. De sus principios y moral. Le gusta. Le gusta mucho. Y sabe que el hecho de ser el gobernador, lejos de favorecerlo, lo deja en desventaja. Se lo dijo su mirada al despedirse el día anterior, a instancias suyas, cuando la alcanzó casi en la puerta.

-¡La remesa!

Desconcertado miró su primo. Se había extraviado en sus pensamientos, olvidándose de la presencia de su primo.miró a Tomás, que se había levantado y caminaba de un lado a otro, con la mano derecha en la barbilla y la izquierda en la espalda.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora