Capítulo 10

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A Terrence no lo calentaba ni el sol. La noticia de que el Zorro había incendiado un caserío, provocando la muerte de doce personas, tres de ellos menores, se había esparcido igual que tamo al viento. Allá a donde iba, escuchaba comentarios al respecto. Todos malos, claro. El Zorro, de ser el héroe, había pasado a ser el villano.

Le dolía. Le dolía mucho. El trabajo de años, eclipsado por una jugarreta de Montero. Porque está seguro que fue Montero, él es el perpetrador de todo.

¡Cómo debe estar disfrutando!

«¡Desgraciado!», pensó mientras caminaba con andar resuelto hacia la Casa de Gobierno.Tiene una cita con Antonio a las cuatro en punto.

Desde hace cuatro días, es decir, desde la noche de la ceremonia, la hacienda está recibiendo a familias damnificadas por el incendio. Su madre y su abuelo se entregaron a la labor de ayudar a esas personas, dándoles cobijo y trabajo en lo que logran reconstruir sus hogares.

Y ese es el motivo de la visita al gobernador. Desde que había decidido colaborar en la construcción de las viviendas, se han reunido dos veces, y esta era la tercera reunión, en la cual definirían el cronograma de trabajo. En la reunión anterior, George, mano derecha de Antonio, había presentado los costes del proyecto. El cual será financiado con las arcas del erario público y las contribuciones de los pudientes de la región.

Entró a la Alameda y, a lo lejos, vislumbró la fachada de la Casa de Gobierno. Siempre le ha parecido demasiado ostentosa, con esas columnas con relieves, al estilo griego. Tan en discordia con el par de gárgolas, con las fauces abiertas, que custodian los veinte escalones que llevan hasta la puerta principal.

Siguió caminando sin perder de vista la entrada. Unos pocos pasos después, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y echó un vistazo a su reloj. «Las 03:52 de la tarde». Regresó la mirada hacia la gobernación y casi dio un traspié.

En la puerta de la Casa de Gobierno, Candice fue abordada por el comandante Montero. Acababa de despedirse de su hermano, quien había vuelto a sus ocupaciones. Antonio ha estado trabajando mucho, perdiéndose varias comidas, como la de hoy. Por eso había preparado una canasta con suficientes viandas para él, Tomás y George; y acompañada de Dorotea, se presentó en el despacho del gobernador, dispuesta a hacerlo parar sus labores para que se alimentara. Rato después, cumplida su misión, se había despedido presurosa. Sobre todo al escuchar que en breve tendrían una reunión, en la que se esperaba la presencia de Diego.

Y ahora, el inoportuno del comandante, con quien se había tropezado en la entrada, la estaba entreteniendo más de la cuenta. Miró de reojo a Dorotea, quien captó al vuelo la intención de su patrona.

-Señorita, se nos hace tarde -la interrumpió "apenada", ganándose una mirada de fastidio por parte del militar.

-Me apena dejarlo comandante, pero debo llegar pronto a casa -se disculpó con una sonrisa, que Montero interpretó como pesarosa.

-Pierde cuidado Sofía -la tuteó, envalentonado por la certeza, según él, de que no le era indiferente.
Candice, al escucharle pronunciar su nombre, sintió un escalofrío. Y no precisamente de placer. Fue ese tipo de escalofrío que sientes cuando ves un bicho, un bicho rastrero, un insecto; una cucaracha. Quiso sonreír pero apenas y estiró los labios. Estaba por decirle que no era correcto que se dirigiera a ella de manera tan informal cuando, la voz de Diego, desde detrás del comandante, fluyó hasta ella.

-Buenas tardes.

Irritado, Montero se dio la vuelta para ver al recién llegado.

-De la Vega -lo saludó.

Airado, Terrence pensó que Montero siempre se las arreglaba para que su apellido sonara como un insulto. Pero no era por eso que se sentía rabioso. Había escuchado al militar dirigirse a su señorita pecas, por su nombre, como si tuviera el derecho de hacerlo. Para el militarsucho debe ser siempre la señorita Andley, sin confianzas, y sentía unos deseos enormes de dejárselo claro a puñetazos.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora