Capítulo 8

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Tres días después de la comida en la hacienda, no había podido hacer ningún movimiento en favor de su cortejo. Una escaramuza con los soldados, ese mismo día por la noche, le había dejado una pequeña herida en el antebrazo; cortesía del capitán Rodríguez. Nada de gravedad, pero lo suficientemente grande para permanecer vendada. No podía hacer esfuerzos hasta que no estuviera totalmente cerrada porque comenzaba a sangrar. Suerte que fue el brazo izquierdo y él usa la espada con la derecha. Nadie debe enterarse de la herida, por lo que se inventó un resfriado, y no salió de su habitación ni para comer porque Eleonor le llevaba la comida a la cama.

La prudencia y cautela han regido su vida desde que se puso el traje del Zorro. El secreto de su identidad, y su vida, dependen de ello. Pero la noche anterior decidió que hoy, con herida o no, iniciaría su cortejo. Se levantó temprano y se vistió con esmero, cuidando no forzar el brazo pero, por si acaso sangrara, eligió una camisa verde oscuro; habría preferido una negra pero no quería nada que a ella le pudiera recordar al bandido. Al terminar su arreglo se miró al espejo y sonriendo pensó que, si le gustaran los hombres, sin duda se gustaría.

Con renovados ánimos bajó a desayunar. La reprimenda, por levantarse de la cama, llegó mientras degustaba una taza de café. Y la aguantó sin rezongar. No porque no tuviera nada que decir si no porque no quería alargarlo. La ansiedad ya le había hecho comerse, aparte de su desayuno, tres bolillos y dos tazas de café, y lo que menos quiere es una indigestión que le impida ir a visitar a Candice.

Cuando por fin salió del comedor ya había perdido media mañana. Se montó en el carruaje descubierto de su familia, el cual Bernardo tenía listo casi desde anoche. Prefería cabalgar pero un cortejo sin un paseo en carruaje no es cortejo. Sonriendo tomó las riendas que le ofreció el mozo y azuzó a los caballos. La herida le molestó un poco, pero ni las punzadas que sintió enturbiaron sus ánimos. Tenía una cita con su destino y nada ni nadie se la iba a sabotear.

O eso creyó.

Parado frente a la puerta de gruesa madera, levantó la mano y golpeó con la aldaba en forma de puño. A los pocos segundos alguien abrió la puerta de casa del gobernador. Sorprendido pensó que, o la joven era muy rápida, o estaba cerca de la puerta.

-Buen día -saludó a la chica que le abrió.

-Buenos días, pase usted -al reconocerlo, como amigo de la familia, la joven lo invitó a pasar enseguida.

Terrence atravesó las puertas de la propiedad, con el corazón y la herida latiéndole al mismo ritmo. Mientras cruzaba el jardín, comenzó a hilvanar frases sueltas para decirle en cuanto la tuviera enfrente. Desde el "buenos días, qué espléndida mañana para un paseo", hasta el "perdóname, cásate conmigo". Lo último, por supuesto que no se lo pensaba decir, no por falta de ganas, pero no quería que se le espantara; y terminara pidiéndole a su hermano una guardia de soldados que lo mantenga a leguas de ella.

En el vestíbulo lo recibió otra joven, la que ha visto en otras ocasiones junto a Candice.

- ¿La señorita Candice se encuentra en casa? -preguntó con la esperanza de que la señorita pecas no se negara a recibirle.

-Salió a un picnic y no ha regresado -contestó ella, disimulando una sonrisa al pensar que el joven estaba interesado en su patrona. Incluso percibió la desilusión del joven al escucharle decir que no está.

Pero Terrence, no solo estaba desilusionado, también se sintió enojado. Aunque no entendía, o no quería entender, por qué.

«¿Con quién rayos se fue a un picnic si la doncella está aquí?», meditó en sus adentros, antes de averiguarlo con quien tenía más a mano.

-Disculpa... -se quedó callado esperando el nombre de ella.

-Dorotea.

-Dorotea, ¿sabes a donde fue a pasear? -preguntó con amabilidad, camelándola con su sonrisa.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora