Capítulo 17

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De espaldas a ella, Terence, vestido de negro, se colocaba unos guantes de piel, oscuros como su humor. Al fondo, Bernardo revisaba las alforjas para luego colocarlas en el corcel; ese que tantas veces vio galopar en la distancia mientras él se alejaba de ella, dejándola con el corazón dolorido.

El ondulante movimiento de la capa, al ser colocada en la espalda del bandolero, regresó su atención al hombre que durante tantas noches le juró amor. Al hombre que a la luz del día, en su papel de Diego, la trataba con fría cortesía. El mismo que se atrevió a insultarla, insinuando que tenía una relación amoral con el Zorro.

Entonces, como un borrón, recordó la tarde en que se enteró de la paternidad de Diego. Ella le había echado en cara el haber ocultado al niño, lo cual fue una idiotez pero que desencadenó el suceso que más le arañaba el corazón en ese instante. Su mente revivió el momento en que, luego de darle en la quijada con el puño, él había intentado besarla.

- ¿Está celosa señorita Andley? -Le había provocado él, encerrándola entre su cuerpo y el árbol a su espalda.

-No sea idiota y quítese de mi camino. -Debido a sus confusos sentimientos, ella estaba furiosa y él, con su actitud, no le ayudaba a calmarse.

-Me busca con la mirada, me reclama igual que una novia celosa, luego me descarta como a una fruta podrida. -Sus rostros estaban muy cerca, sus labios a punto de tocarse y Candice se había encontrado deseando que lo hicieran-. Y ahora, sus ojos me acarician, sus labios están pidiendo ser besados por los míos. ¿Es así con todos los hombres o solo conmigo señorita Andley? ¿Al Zorro también le permite que la bese? ¿Cuántos favores le ha pagado ya? -Ante ese insulto le había dado un golpe, de esos que sus primos le habían enseñado a dar en la fábrica de bebés.

- ¡Candice! -El casi grito de Terence la hizo levantar la mirada, abandonando sus recuerdos.

No supo en qué momento había terminado mirando al suelo, ni cuándo sus mejillas comenzaron a mojarse por las lágrimas que se derramaban cual lluvia de verano. Tampoco supo que sus sollozos entrecortados fueron los que alertaron a Terence de su presencia. Lo único que sabía es que su corazón estaba hecho trizas. Porque nunca es lo mismo imaginar y suponer que verlo. No es lo mismo tener los pelos del Zorro en la mano que atraparlo en su guarida.

«¿Cómo se atrevió a tratarme de ese modo, sabiendo que yo le entregaba mi amor y mis besos a él y solo a él, sabiendo que mi virtud y decencia seguían y siguen a salvo?», pensó mientras lo veía con las manos tras la cabeza, al parecer había estado amarrando su antifaz cuando la vio.

Entonces el dolor dio paso a la furia. Impulsada por una fuerza que manaba desde su herido corazón, caminó hasta quedar a un paso de él y elevando el brazo tomó el antifaz, quitándoselo con violencia. Sin embargo, el ver el rostro de Diego, la confirmación real de todas sus sospechas, la quebró.

- Tú, aquella tarde... ¿Por qué? -balbuceó, antes de romper en amargos sollozos.

Terence sabía perfectamente a que tarde se refería. Esa en que, empujado por los celos, había puesto a prueba su fidelidad. Prueba de la que se arrepentía y que tantas veces le remordió la conciencia al recordarla. Dio un paso, impulsado por la necesidad de consolarla, más no dio un segundo. Sentía la garganta tirante, las manos frías a pesar de los guantes. Estaba entumecido, como si la sangre hubiese huido de su cuerpo. El amargo dolor de Candice le estaba rompiendo por dentro. Ni siquiera se preguntaba cómo había llegado ahí, en su mente solo había cabida para el dolor que todo su ser experimentaba.

En la distancia, Bernardo observó la escena con el rostro atribulado. Caminó hacia su patrón y le colocó una mano en el hombro, en mudo gesto de apoyo. Luego de eso salió de la guarida pasando junto a la rubia que, con las manos en el rostro, continuaba expulsando su sufrir a través de las lágrimas.

Bandolero: Entre el deber y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora