Diego
Después de un rato, su respiración se calma. La miro a los ojos; están rojos e hinchados, y parece agotada, como si llevara demasiado tiempo cargando algo mucho más grande que ella.
— ¿Por qué estás así? –Le pregunto en voz baja, intentando abrir una puerta que sé que tiene bien cerrada–
Ella niega con la cabeza y da un paso hacia atrás, queriendo marcharse. La veo batallar entre la necesidad de esconderse y la de quedarse.
— Déjame ayudarte, Mel. Ambos sabemos que no estás bien. –Mi voz es un susurro, sincero–
Ella me mira, dudando, y después suspira, como si al fin estuviera dejando caer una barrera. Limpio las últimas lágrimas de sus mejillas y mantengo su mirada por unos segundos, sin decir nada.
— Parece que el tiempo se ha calmado. –Comento, notando que la lluvia ha cesado–
Mel asiente en silencio, y cuando acaricio suavemente su mejilla, da un paso hacia atrás.
— ¿Quieres que te lleve a casa? –Le ofrezco, sin esperar una respuesta concreta. No sé si dejarla sola es lo mejor ahora–
— Puedo ir sola. –Responde, su voz firme pero apagada–
Asiento. Subimos a nuestras motos y salimos juntos en silencio. La sigo durante todo el trayecto, atento a cualquier señal de que quiera que me quede, aunque no lo pida. Finalmente, llegamos. Aparcamos frente a su casa, y ella abre la puerta, haciéndome un gesto para que entre.
— Espera aquí. –Me dice antes de desaparecer por unas escaleras que suben al piso superior. Intuyo que va a cambiarse–
Mientras espero, recorro la sala con la mirada. La casa tiene un silencio extraño, como si el tiempo se hubiera detenido. Me detengo frente a una estantería llena de fotos, y una de ellas captura mi atención: Mel, junto a una mujer de cabello castaño y una sonrisa cálida. Debe de ser su madre. La foto parece reciente, y no puedo evitar notar la serenidad en los ojos de Mel en esa imagen. Es otra, una que parece tan lejana a la que he visto hoy.
Entonces escucho sus pasos. Me giro y la veo bajando, ahora en pijama y con el cabello mojado cayendo sobre sus hombros.
— Esta foto es muy bonita. –Comento, mostrándole la imagen–
Ella se acerca, y su expresión se suaviza mientras observa la foto.
— ¿Ya no vives con ella? –Pregunto, sabiendo casi de inmediato que he tocado un tema delicado–
Ella me mira a los ojos y, sin decir una palabra, aparta la vista. La respuesta está ahí, clara y dolorosa. Mi pecho se aprieta al comprender.
— Dios, lo siento. –La tristeza me invade– Perdóname. Soy un idota por no darme cuenta antes.
—No te preocupes. –Niega lentamente–
Entonces noto que tiene un secador en la mano. Se lo quito y ella frunce el ceño.
— Vamos, te seco el pelo. –Cambió de tema, buscando aliviar la tensión entre nosotros–
— ¿Tú? –Pregunta, levantando una ceja–
— Sí, yo. –Río, tratando de aliviar la tristeza en sus ojos–
Ella enchufa el secador y se sienta en una silla frente a mi. Su cabello cae como una cascada sobre sus hombros. Al principio dudo, pero luego empiezo a secarlo, pasando mis dedos suavemente entre los mechones mientras el aire caliente hace su trabajo.
Melissa
Cierro los ojos mientras el aire caliente y sus manos recorren mi cabello con suavidad. Me sorprende lo relajante que es, como si con cada caricia en mi cabello él lograra borrar un poco del peso que llevo encima. No sé cómo, pero... siento que estoy bien, al menos por un rato. Quizás porque Diego no pregunta ni fuerza nada, simplemente está aquí, en silencio, respetando mi dolor.
Por un momento, siento algo de culpa. Me he pasado con él antes, dejándome llevar por el dolor y la rabia.
— Diego... –Añado, sin abrir los ojos, dejándome llevar por la calidez del secador y sus manos–
— Dime.
— Siento lo de antes... no debí hablarte así. –Mis palabras salen sinceras, aunque torpes. No estoy acostumbrada a disculparme–
Él no tarda en responder, con su tono calmado de siempre.
— No pasa nada. Lo entiendo.
Abro los ojos y veo su expresión: no hay reproches, solo comprensión. Es extraño... siento que puedo confiar en él.
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Perdona si me enamoro.
Teen FictionEs fuerte, independiente, y ha aprendido a no necesitar a nadie. Con un carácter de acero y un corazón blindado, ella vive para sentir el rugido de las motos bajo sus pies y la adrenalina de las carreras junto a su grupo de amigas. La vida es simple...