CAPÍTULO 17

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Diego

Me levanto al día siguiente, todavía adormilado, y noto que tengo una llamada perdida de mi hermano gemelo, Álvaro. Me estiro y le devuelvo la llamada, y al segundo tono me contesta.

— ¡Buenos días!

— ¿Cómo estás? –Murmuro–

— Tengo buenas noticias, vuelvo a Madrid, ya era hora, ¿no?

— ¿De verdad? ¿Y eso por qué? ¿Qué ha pasado?

— Llego mañana, te contaré con más calma cuando nos veamos.

— Está bien, ¿sobre qué hora llegas?

— A las cuatro y media de la tarde aterrizo. ¿Vienes a recogerme?

— Claro, allí estaré. Me alegra mucho poder verte de nuevo.

— Muchas gracias hermano. A mi también, no sabes cuánto.

— Hasta mañana. –Sonrío–

Cuelgo y dejo el móvil sobre la cama, sintiendo una mezcla de emoción y curiosidad. Álvaro ha estado fuera mucho tiempo, y la última vez que hablamos había cosas que no iban muy bien en su vida. Mañana, a las cuatro y media, estaremos juntos de nuevo.

Me levanto, camino hacia el baño y dejo que el agua caliente de la ducha me despeje la mente. Después de vestirme con unos vaqueros negros desgastados en las rodillas, una camisa blanca, y mi chaqueta de cuero favorita, cojo el móvil y el casco de mi moto. Hoy tengo una carrera, y ya voy un poco tarde.

Me monto en la moto, arranco, y salgo a toda velocidad hacia el lugar donde todos se reúnen. Al llegar, veo a mis amigos de siempre, pero también noto a un grupo de chicas que me resulta familiar.

Mis sospechas se confirman cuando uno de mis amigos me da una palmada en el hombro y señala hacia la pista.

— Tío, están destrozando a Alberto. –Me dice con una sonrisa– Esa chica es una bala.

Miro hacia donde señala y veo cómo una figura cruza la línea de meta, con una actitud despreocupada y segura. Es Mel. Me quedo embobado, sonriendo como un idiota mientras muerdo mi labio inferior. La veo detenerse, quitarse el casco, y reír mientras sus amigas celebran alrededor de ella, chocando las manos. De pronto, Mel se da cuenta de mi presencia y sus ojos se encuentran con los míos. Nos miramos y, en un segundo, empieza a caminar hacia mí con su casco en una mano y una media sonrisa en el rostro.

— Alguien se ha enterado tarde de la carrera.

— Me entretuve con unas cosas. –Sonrío–

Justo entonces, siento una mano sobre uno de mis hombros. Me giro y veo a Victoria, una de las chicas de mi grupo, que me observa con una expresión coqueta.

— ¿Con unas cosas o conmigo? –Ríe como si fuera la dueña de la situación–

— Estaba hablando con mi hermano, Vicky. –Digo sin mucho interés, volviendo la mirada hacia Mel. Ella cruza los brazos, divertida–

Victoria, sin embargo, no parece dispuesta a ceder.

— Hay alguien que está por ti, Diego. –Ríe, y sus palabras llevan un tono cargado de provocación–

Me río y niego con la cabeza, mirando a Mel y dejando que una pequeña sonrisa se asome en mis labios. Me acerco a ella, rodeando suavemente su cintura con mis manos.

— Aquí no... –Susurra Mel, bajando la mirada, aunque no puede evitar sonreír también–

— ¿Tienes miedo, gallina?

Ambos nos reímos, pero la tensión en el aire cambia cuando Victoria me agarra por el hombro y me aparta bruscamente de Mel.

— Deja a mi chico en paz. –Reprocha Victoria a Mel, sus ojos están encendidos de celos y desafío–

—¿Qué dices, fantasma?

— Mira, guapa... –Victoria se acerca, lanzando sus palabras con veneno–

— Muchas gracias por el halago. –Sonríe, desafiante, sin darle la satisfacción de perder la calma–

Victoria, sin embargo, no se deja amedrentar y, en un arrebato, empuja a Mel hacia atrás. Antes de que Mel pueda reaccionar, una de las chicas de su grupo la agarra, intentando evitar que la situación se descontrole.

Intento acercarme para detenerlas, pero uno de mis amigos me sujeta del brazo.

— Tío, déjalas. Esto es entre ellas. –Sonríe como si fuera un simple espectáculo–

Veo cómo Mel se aparta de la chica que la sujeta y se planta frente a Victoria con una mirada decidida.

— Mira, no quiero problemas.

Victoria ríe con desdén y le lanza una mirada desdeñosa.

— Me das asco, ¿sabes? –Provoca, buscando la reacción de Mel–

Veo a Mel cerrar los ojos un segundo, inspirando profundamente para calmarse. Puedo notar que está conteniendo algo, pero no tengo claro cuánto tiempo va a aguantar.

De pronto, abre los ojos y se adelanta hasta quedar cara a cara con Victoria.

— No quiero problemas. –Repite, manteniendo su compostura– Pero no te confundas. No me hagas perder la paciencia.

Victoria sonríe, sin dar marcha atrás. Veo la tensión en el rostro de Mel y me preparo para intervenir, pero ella, en lugar de hacer lo que todos esperamos, simplemente se da la vuelta, dándonos a todos la espalda.

Vuelve a mí y, sin decir una palabra, toma mi mano con una firmeza inesperada, llevándome hacia nuestras motos. Me siento sorprendido, pero le sigo, impresionado por su autocontrol. Me subo a la moto mientras ella se pone el casco y arranca.

Antes de irse, Mel lanza una última mirada hacia Victoria, y aunque no dice nada, es suficiente para dejar claro quién tiene la última palabra.

Perdona si me enamoro. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora