Capítulo 8

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Melissa

— ¡Te ha machacado dignamente! –Le suelto a Pedro, el contrincante de Gara, quien todavía luce incrédulo tras su derrota–

— Claro que no. –Replica él, visiblemente molesto, pero no del todo convencido–

Le lanzo una mirada mientras me subo a la moto.

— Acepta la realidad, Pedro. Gara es mejor que tú.
–Mi tono es claro y firme, y Pedro solo tuerce el gesto antes de encogerse de hombros–

Gara se acerca y me da un beso en la mejilla con su sonrisa de siempre.

— Nos vemos otro día, Mel.

— Nos vemos. –Le devuelvo la sonrisa–

Arranco y acelero, dejando atrás la escena. El rugido de la moto es lo único que necesito para liberar la energía acumulada después de la carrera y las palabras de Pedro.


[ . . . ]


Llego al parque y aparco la moto. El aire está fresco, y me dejo caer en un banco. Cierro los ojos un segundo, disfrutando del silencio, hasta que una voz conocida rompe la calma.

— ¿¡Has visto lo que le has hecho a mi moto, imbécil!?
–La voz de Diego retumba, llena de rabia–

Al abrir los ojos, lo veo sujetando a un chico por el cuello de la camisa, el rostro de Diego tenso y sus ojos fulminantes. Sin pensarlo, corro hacia él y tiro de su brazo.

— ¡La vas a arreglar tú! ¿¡Me oyes!? –Espeta, sin siquiera darse cuenta de mi presencia–

— Diego, detente. –Trato de calmarlo– No tiene sentido armar un escándalo de este modo.

Pero él se sacude de mi agarre, y sin querer, su codo roza mi cara, golpeándome la nariz. El dolor es inmediato, y siento cómo la sangre comienza a brotar.

Me llevo la mano a la nariz y suspiro, tratando de contener las lágrimas de frustración. Diego, al darse cuenta, se detiene de golpe, toda su furia se apaga en un segundo. Se gira hacia mí con los labios fruncidos, los ojos grandes y llenos de arrepentimiento.

— Eres un bruto, ¿lo sabes?

— Perdóname. –Dice en voz baja, acercándose lentamente–

Lo fulmino con la mirada y él me examina la nariz, sus dedos rozan mi piel con un cuidado que contrasta con su arrebato de hace un momento.

— ¿Qué ha pasado exactamente? –Pregunto, mi tono intentando equilibrar el reproche con la curiosidad–

Diego suspira y mira hacia el chico que aún está allí, incómodo.

— Estaba detenido en un semáforo este idiota me dio por detrás.  –Explica, sin apartar la mirada de su oponente–

Sin decir más, saca las llaves de su moto y se las arroja al chico, que las atrapa con manos temblorosas.

— Ahora mismo la llevas al taller. Mañana quiero verla frente a mi casa, intacta. –Ordena–

El chico asiente y se va en la moto, con la cabeza baja. Diego suspira y empieza a caminar, metiendo las manos en los bolsillos, claramente intentando calmarse.

— Diego...

Él se detiene, sin mirarme.

— Ahora no, por favor.

Me muerdo el labio, reprimiendo las ganas de decirle algo más. Finalmente, asiento, me giro, y arranco mi moto, dejándolo ahí solo, como me ha pedido.

Diego

Camino en silencio, el ruido de mis pasos sonando vacío en la calle oscura. Llego a casa y me dejo caer en el sillón, con la imagen de Mel ensangrentada en mi mente. No quería herirla. Jamás.

Suspiro. Tengo que disculparme con ella, de verdad. Sé que no fue justo apartarla así, y mucho menos después de hacerle daño.


[ . . . ]


Al día siguiente, decido cumplir con lo que me prometí anoche: verla, disculparme y hacerle saber que no soy solo un bruto.

Tomo la moto, ya reparada, y en cuanto arranca, siento el alivio de escucharla ronronear como antes. Llego a la casa de Mel, aparco cerca de la puerta, me quito el casco, respiro profundo y toco el timbre. Mi corazón late rápido. La puerta se abre, y ella aparece, mirándome con los brazos cruzados y una expresión impenetrable.

Por un momento, nos quedamos en silencio, y solo puedo observarla.

— Perdóname por lo de ayer. –Le digo al fin, cada palabra cargada de sincero arrepentimiento–

Ella asiente lentamente y, sin decir nada, cierra la puerta en mis narices. Me quedo parado, sorprendido. Suspiro y toco el timbre de nuevo, determinado a arreglar las cosas.

Esta vez abre la puerta y me mira con una ceja alzada, claramente irritada.

— ¿Estás enfadada?

— No. –Responde sin emoción, aunque su mirada dice lo contrario–

Trago saliva y me obligo a mirarla a los ojos.

— De verdad, Mel... perdóname. No quise hacerte daño ni tampoco dejarte así.

Ella me observa y su expresión empieza a suavizarse un poco. Finalmente, desvía la vista hacia la calle.

— ¿Ya está arreglada? –Pregunta, señalando la moto con un leve movimiento de cabeza–

— Sí. –Respondo, siguiendo su mirada hacia la moto–

Mel da unos pasos hacia ella, examinándola, como si estuviera evaluando algo más que el estado de la máquina. Luego, sin avisar, se da vuelta y se encuentra de nuevo con mi mirada.

— Pasa.

Me quedo sin palabras por un segundo, sorprendido, pero en cuanto se da la vuelta para entrar, una sonrisa se asoma en mi rostro y la sigo al interior de la casa.

Melissa

Diego entra, y mientras cierro la puerta detrás de él, lo veo echando una mirada discreta a mi alrededor, como si intentara entender algo de mí a través del espacio que habito.

— Gracias por dejarme entrar. –Dice finalmente, con una media sonrisa–

— Ya está bien de estar enfadada, ¿no crees? –Le respondo, aunque por dentro siento una mezcla de emociones–

Nos sentamos en uno de los sillones del salón, y por un momento, el silencio nos rodea. Diego parece querer decir algo, pero se toma su tiempo.

— Ayer... cuando te hice daño sin querer, me sentí como un idiota. –Dice al fin, con una sinceridad que lo hace ver más vulnerable–

Lo miro y noto en su rostro una especie de incomodidad genuina, como si estar sentado en mi salón no fuera tan sencillo para él. Me sorprende ver esa faceta.

— Está bien, Diego. Supongo que puedo perdonarte esta vez... siempre y cuando seas menos bruto la próxima.

Él suelta una risa suave, y en ese momento, noto la suavidad de su sonrisa.

— Trato hecho.

Ambos sonreímos, y por primera vez, me doy cuenta de que, aunque pueda ser impulsivo y a veces exasperante, hay una bondad en él que me reconforta.

Perdona si me enamoro. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora