CAPÍTULO 10

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Diego

Sin pensarlo, cierro la distancia entre nosotros y la beso. Tarda unos pocos segundos pero me corresponde. Nuestros labios encajan de forma perfecta; hay algo en la suavidad de su boca, en la forma en que me responde, que me hace perderme por completo. Besarla es mejor de lo que había imaginado, como si todo lo que quería estuviera aquí, en este momento.

Nos separamos al quedarnos sin aire, sin apartar la mirada de sus ojos.

— Diego, no quiero que te enamores de mi. –Suspira, bajando la vista–

— Entonces perdona si mi enamoro.

Mis palabras quedan flotando entre nosotros, y ella parece debatirse entre sus propios sentimientos, aunque no dice nada más. La veo tocarse los labios, perdida en sus pensamientos. Algo me dice que, aunque me advierte, quizá ya no pueda evitar lo que empieza a surgir entre nosotros.

Melissa

Mientras camino hacia mi habitación, mi mente sigue atrapada en ese beso. Acaricio mis labios, como si aún pudiera sentir el calor de los suyos. Por mucho que lo niegue, ese beso ha despertado algo en mí. Pero enamorarme de Diego... eso no puede ser. Debo mantenerme firme.

Necesito liberar esta confusión. Mi impulso es subir a mi moto y perderme en la carretera, pero luego recuerdo que ya no la tengo. La rabia me invade de nuevo, hasta que el sonido de un mensaje interrumpe mis pensamientos. Es de Diego.

• Diego: Mel, ¡sal fuera, rápido!
• Yo: ¿Qué pasa?
• Diego: ¡Es urgente!
• Yo: ¡Voy!

Me precipito escaleras abajo, la adrenalina acelerando mi pulso. Cuando abro la puerta, allí está él, sonriendo como si escondiera algo importante.

— ¿Qué pasa?

— Tengo algo que mostrarte. –Me sonríe de manera juguetona, y antes de que pueda responder, se acerca por detrás y cubre mis ojos suavemente con sus manos–

— Diego, cuidado. –Murmuro, aunque su toque me hace sentir una extraña seguridad–

Él me guía y unos segundos después nos detenemos.

— ¿Lista?

— Sí.

Aparta sus manos de mis ojos, y mi respiración se corta. Justo enfrente de mí está mi moto, mi fiel compañera, como si nada hubiera pasado.

— ¡No puede ser! –Exclamo, incapaz de contener la emoción. Giro sobre mis talones, y sin dudarlo, lo abrazo con todas mis fuerzas–

Me separo de él y vuelvo a mirar mi moto, emocionada y sin entender nada.

— ¿Cómo lo lograste? –Le pregunto, mis ojos llenos de gratitud–

Él simplemente se encoge de hombros, sonriendo.

— No importa el cómo. Lo importante es que está aquí, otra vez, contigo.

— Diego, en serio... gracias, de verdad. –Le doy un beso en la mejilla y lo abrazo de nuevo, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad que hacía tiempo no sentía– No tienes idea de cuánto significa esto para mí.

Él me sonríe, y acaricia mi frente con ternura antes de besarla.

— Me alegra verte así. –Ríe suavemente– Te queda bien esa sonrisa.

Sonrío y me giro hacia mi moto, sintiendo que he recuperado una parte de mí misma.

— ¿Damos una vuelta? –Alzó suavemente una de mis cejas–

— Pensé que no lo preguntarías nunca. –Me muestra una sonrisa ladina–

Subimos a nuestras motos y arrancamos. El motor rugiendo es la melodía perfecta, y la carretera se convierte en nuestra única testigo mientras avanzamos juntos. La brisa golpea mi rostro y siento que puedo respirar de nuevo. La conexión con mi moto es como un abrazo agridulce; es un regalo de mi madre, un recuerdo de ella que llevo conmigo.

Al cabo de un rato, Diego y yo nos detenemos en un mirador. Las vistas son impresionantes, las luces de la ciudad a lo lejos y el cielo cubierto de estrellas nos envuelven en un silencio cómodo. Me bajo de la moto y miro el paisaje, embargada por una paz que hacía tiempo no sentía.

— Es hermoso, ¿verdad? –Me dice, acercándose–

— Sí, demasiado. –Respondo, y alzo la vista, sintiendo una calidez en el pecho–

Mientras observo las vistas, un recuerdo me invade: días como este, de pequeños viajes con mis padres. Sonrío sin darme cuenta, hasta que la voz de Diego me saca de mi ensueño.

— Me encanta verte sonreír así. –Dice, con palabras llenas de sinceridad–

Lo miro, avergonzada pero al mismo tiempo agradecida.

— Supongo que tendré que acostumbrarme a sonreír más, ¿no?

Él asiente, y su sonrisa es tan cálida como las luces de la ciudad frente a nosotros.

— Definitivamente. –Sonríe– 

— Tú siempre muestras una sonrisa y nunca has dudado en ayudarme. Te lo agradezco mucho, de verdad. –Confieso–

— Me harás sonrojar.

Nos reímos juntos, y aunque nuestras palabras son pocas, el silencio entre nosotros está lleno de complicidad. Por un momento, todo parece estar en su lugar.

Perdona si me enamoro. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora