Melissa
Hoy es el día. Me visto con unos vaqueros rotos por las rodillas y una ajustada camisa negra que deja al descubierto mi abdomen. La chaqueta de cuero se siente como una segunda piel cuando la coloco sobre mis hombros. Cojo mi casco y el móvil, sintiendo la adrenalina palpitar en mis venas.
Subo a la moto y, tras ponerme el casco, arranco. El motor ruge con fuerza mientras me dirijo al lugar de la carrera. La carretera me ofrece un sentido de libertad, cada giro y aceleración son un alivio.
Al llegar, me reúno con las chicas de mi grupo. Mi mirada se dirige de inmediato al otro bando, y allí está Diego, su presencia iluminando la línea de competición. Me acerco a él y lo encuentro sonriendo.
— ¿Eres la jefa de ese grupo? –Me pregunta con una sonrisa juguetona–
— Sí. –Le respondo, desafiándolo con la mirada–
— Nos toca competir juntos.
— ¿Preparado para llorar? –Hago una mueca–
Él suelta una risa que me hace sonreír a su vez. Subo a mi moto, las chicas me animan mientras su grupo también alienta a Diego. Me pongo el casco y me posiciono en la línea de salida. La tensión es palpable.
Cuando dan la salida, el rugido de los motores llena el aire. Acelero, sintiendo la velocidad recorrerme como una corriente eléctrica. Durante la carrera, nos adelantamos mutuamente, la competencia se vuelve intensa. Finalmente, cruzamos la línea de meta a la misma vez.
Me quito el casco, la risa se asoma en mis labios mientras Diego se acerca.
— Bueno, empate. –Dice, la diversión en sus ojos es bastante notoria–
— Sí. –Encojo de hombros–
Al final, tras un rato, todos empezamos a dispersarnos.
[ . . . ]
Me detengo en un semáforo y espero a que se ponga en verde. De repente, siento un empujón fuerte que me hace perder el equilibrio. Caigo al suelo y oigo el rugido del motor al caer.
— ¡No! –Grito, levantándome de inmediato y corriendo tras ella–
Mi corazón se acelera y el miedo se apodera de mí cuando veo que se aleja. Sigo corriendo todo lo que puedo, pero pronto se pierde de vista. Me quito el casco y caigo de rodillas, sintiendo la impotencia inundarme.
Las lágrimas comienzan a brotar, y tapo mi rostro con las manos. No puedo permitir que esto esté pasando. Me levanto, y en un arranque de rabia, le doy un puñetazo a una señal cercana. Siento el dolor punzante en mis nudillos, pero no me importa.
— ¡Mierda!
Pego otro puñetazo, y en ese momento, siento que alguien me aferra la cintura. Me deshago rápidamente del agarre, volviéndome a mirar, y ahí está Diego, mirándome preocupado.
— Mel, ¿qué ha pasado? –Pregunta, su voz suave, pero firme–
— Mi moto. –Niego repetidas veces–
— ¿Qué pasa? –Su tono se vuelve serio–
— Me empujaron en el semáforo. Caí al suelo y me la robaron. –Mis palabras salen atropelladas, llenas de desesperación–
Él toma mi muñeca derecha y mira mis nudillos, ahora ensangrentados.
— No vuelvas a hacer eso. –Su voz rebosa de preocupación–
— Eso ahora mismo me da igual.
Me aparto de su agarre, pero él no me deja ir. Con facilidad, me levanta y me carga sobre su hombro.
— ¡Diego! –Pataleo–
Me baja y, sin dudar, me sube en su moto.
— Basta, no te comportes así.
— Soy así y así voy a ser siempre. –Replico–
Se sienta frente a mí y, con suavidad, aprieta mi rostro. Su mirada se acerca peligrosamente a mis labios, y su voz se vuelve más suave.
— Para ya. Aprende a aceptar la ayuda de los demás, entiendo tu carácter pero no intentes apartar a las personas que te ayudan. –Murmura–
Observo sus ojos, incapaz de encontrar las palabras. Hay una vulnerabilidad en su mirada que me atrapa, pero no puedo hacer nada más que quedarme en silencio.
Finalmente, me baja de la moto y él se monta hacia delante, mirándome con un gesto claro. Obedezco, y me siento tras él, aferrándome a su espalda, sintiendo la calidez de su cuerpo.
[ . . . ]
Al llegar frente a mi casa, me bajo y le miro.
— Te ayudaré a encontrar tu moto. Denunciaremos y mientras tanto, puedo prestarte la mía si la necesitas.
— Está bien, muchas gracias. –Asiento lentamente–
— Quiero curarte esas heridas. –Dice, señalando mis nudillos–
Sé que negarme sería un esfuerzo en vano, así que simplemente asiento. Entramos en casa y cuando encuentra el botiquín donde le indique que estaba, se sienta frente a mí para curar mis nudillos.
— Ya hace casi un mes y medio que nos conocemos y siempre nos encontramos en situaciones bastante peculiares. –Alza suavemente sus cejas–
— Cierto. –Frunzo el ceño al percatarme de ello–
Diego
Tiro el algodón al cubo de la basura y me acerco a Mel, que mira sus nudillos con una expresión de descontento.
— No vuelvas a hacerlo más. –Suspiro–
Ella me mira y se encoge de hombros, como si nada importara.
— ¿Por qué lo dices?
Me acerco a ella, buscando sus ojos.
— No quiero que te lastimes.
Observo sus labios y me encuentro suspirando. Siento la necesidad de tocarla, de mostrarle que me importa de verdad.
— De nuevo, siento mucho lo del otro día. –Toco suavemente sus labios, un gesto lleno de significado–
Ella niega con la cabeza.
— No pasa nada.
Se pone en pie, y la imito. Nuestras miradas se encuentran, y no puedo evitar sonreír.
— ¿Qué? –Pregunta, con un ligero rubor en sus mejillas–
— Nada, solo que me gustan tus ojos.
Levantando su mentón con cuidado, vuelvo a mirarla a los ojos. Me acerco lentamente a sus labios y la escucho susurrar mi nombre.
— Diego...
El mundo exterior se desvanece, y en ese instante, lo único que importa es ella y lo que podría ser este momento entre nosotros.
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Perdona si me enamoro.
Teen FictionEs fuerte, independiente, y ha aprendido a no necesitar a nadie. Con un carácter de acero y un corazón blindado, ella vive para sentir el rugido de las motos bajo sus pies y la adrenalina de las carreras junto a su grupo de amigas. La vida es simple...