Capítulo 2 - Los renacidos

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"Vale, vale, recapitulemos. Estoy despierto, no estoy soñando, tiene sentido. Es domingo, está anocheciendo, hace calor y mi abuela se cree superwoman. Mierda, sí, joder, no, estoy despierto. Spike también está despierto, seguro que todos están despiertos, pero lo importante no es eso, lo importante es que mi abuela acaba de realizar un salto mortal cual ninja de película hollywoodiense... no, espera, lo importante es que ha destrozado el duro cristal de mi ventana con su blanda cabeza de ochenta añera... no, no, no... todo es mucho más simple que eso... lo realmente importante es que mi abuela acaba de descender en cuerpo y alma los siete pisos que marcan la diferencia entre la vida y la muerte."

Mis primeros pensamientos post-apocalípticos... que recuerdos. Una brisa de aire caliente entraba por el recién inaugurado agujero de mi ventana, meciendo mi cabello con gracia y cariño como si fuera una madre intentando consolar a su recién nacido. Eso era yo, un recién renacido en un nuevo mundo. Un mundo creado por y para las máquinas en el que alguien como yo, un humano, no tenía razón para existir. Soy un hijo no deseado. Llegué "de penalti".

Bueno, olvidemos las paranoias. Es hora de volver a los hechos.

Como bien sabéis, mi abuela acababa de saltar por la ventana y yo, que estaba tirado en el suelo intentado asimilarlo, divagaba sobre lo ocurrido. Cuando finalmente obtuve el coraje necesario para volver a la realidad y levantarme, corrí hacia la ventana y me asomé por ella en busca de la respuesta a una pregunta que no había sido pronunciada.

No sé si era peor la idea de ver los restos de mi abuela apachurrados contra el asfalto o que, realmente, allí abajo, en la calle, no hubiera nada ni nadie. ¿Tantas horas jugando a videojuegos me habían pasado factura? ¿Estaba loco? No, ojalá, pero no. Para bien o para mal había sido real. La sangre en la ventana y en el pavimento lo corroboraban.

"Toc, toc". Llamarón a la puerta de casa. Una gota de sudor apareció en mi frente al instante, deslizándose lentamente por mi nariz y goteando hacia su perdición. "Toc, toc" volvieron a insistir. Mis pies no respondían. "Será la policía... ¿O algún vecino?. Peor aun... ¡¿Quizá piensan que lo he hecho yo?! Imposible, estoy siendo demasiado dramático." pensé. "¡Pom, pom!". Golpearon con fuerza la puerta. Caminé hacia ella, "¡Pom, pom!", atravesando el pasillo, "¡POM!", llegando al recibidor, "¡POOOM!" y girando el picaporte.

Al principio no creía lo que veían mis ojos, o quizá mis ojos no creían lo que veían. Mi abuela, mi dulce y adorable abuela, estaba en el rellano cubierta de sangre, con alguna que otra víscera enredada en el pelo y colgando de su interior. Era una masa deforme, sin rostro. Podría asegurar que solo el 75% de ella se encontraba delante de mí, mientras que el otro 25% restante se había perdido en algún lugar entre la puerta y su zona de "aterrizaje".

Se desplomó ante mí tras su último intento de llamar a la puerta con la cabeza... cabeza iluminada por las chispas que emitía el microchip para la demencia senil. Es curioso, siempre pensé que mi abuela era un ángel y, en aquel momento, pude ver su halo divino.

¿Cómo reaccionaríais vosotros ante esta situación? Sé que algunos lloraríais, que otros seríais presa del pánico y que los demás buscaríais ayuda. Yo fui una mezcla de los tres. Con lágrimas en los ojos corrí en busca del teléfono más cercano, marqué erróneamente los botones hasta que encontré la combinación ganadora y descubrí que... no había línea. Ni un solo pitidito al pulsar las teclas del teléfono, tardé en darme cuenta. Inmediatamente, fui a mi habitación y encendí mi móvil.

Nunca debería haber hecho eso. Comenzó a transformarse. Renació como un mini-soldadito ante mis ojos, con sus patitas, sus bracitos y todo. Por rostro, mi fondo pantalla, un furioso orco de World of Warcraft que me devolvía la mirada y tenía muy, muy, pero que muy malas intenciones. Se suele decir que de los errores se aprende... pero lo cierto es que aprender nunca se me dio demasiado bien. Algún día lo entenderéis.

Ahí estaba yo, retorciéndome como un epiléptico, luchando por quitarme de encima aquel "transformer" improvisado en el que se había convertido mi móvil. Sus afiladas extremidades rasgaban mi pijama y hacían cortes perfectos en mi piel. De un guantazo lo lancé al otro lado de la habitación, pero volvió a arremeter contra mí.

Si queréis haceros una idea de la situación, imaginaos un combate de "Mortal Kombat". En el lado derecho de la pantalla un tío con pijama de Star wars, en el lado izquierdo un "transfor-móvil" pequeñito pero matón. Gancho de derecha al aire, corte vertical en mi mano. Me pongo en guardia, pero mi defensa es inútil contra sus ágiles movimientos. Derecha, izquierda, sudo, esquivo, grito, sollozo... y al final me veo a mi mismo agitando las manos como una loca que intenta espantar moscas imaginarias de su cara. Patético, lo sé.

En un momento de lucidez, el único de todo el día, sujeté con fuerza una réplica del escudo del capitán América que escondía debajo de la cama. Entre mi atacante y yo surgió una burbuja de protección. Mientras escuchaba como el monstruito rasgaba la superficie del escudo intentando escalarla, corrí hacia la pared como alma que lleva el diablo y lo hice estallar en mil pedazos. Rápidamente, tiré el maltrecho escudo al suelo (junto a lo que quedaba del soldadito) y recogí a Spike... ¿Por qué? Nunca lo sabré.

Así fue como abandoné mi hogar y me sumergí en un mundo que comenzaba a oscurecerse cada vez más y más... no solo por el hecho de que se estuviera haciendo de noche, es más bien una metáfora. Pues eso, salté por encima de mi abuela y bajé corriendo las escaleras, piso tras piso, a trompicones, hasta que llegué a la calle.

No lo sabía, pero aquel día no solo renací como humano en tierra de máquinas. Renací como cazador, como cazador de robots... como cazabots.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora