Las supervivientes del "Last Frontier" se habían instalado en el subsuelo del centro comercial, en túneles de mantenimiento redecorados de tal forma que podían considerarse un hogar. Tinman y yo fuimos detenidos y encarcelados. Poco después de nuestra entrada en presidio, Cleopatra (la líder del grupo) nos interrogó y decidió si éramos o no una amenaza. Yo quedé en libertad. Tinman... digamos que, aunque inofensivo, fue considerado algo "inestable". Quizás demasiado como para dejarlo suelto, al menos por el momento:
– Astuto, muy astuto – dijo Cleopatra mientras recorríamos los túneles – Analizar la demanda de oxígeno para encontrar supervivientes... a mi también se me habría ocurrido – se apartó con arrogancia un mechón de pelo que le cubría el rostro
– ¿Gracias? – mi asocialidad, adormecida durante largo tiempo, despertó
Caminamos bajo la sombra de un incómodo silencio hasta que llegamos a la principal zona de convivencia. El grupo de Cleopatra estaba formado en su totalidad por mujeres, niñas y niños. Ni un solo hombre adulto. No tuve que preguntar, ella comenzó a explicarme el porqué:
– Verás, durante la primera oleada unas pocas tuvimos la lucidez suficiente como para huir de las ciudades y escondernos – hablaba sin mirarme, no me había dado cuenta antes –. Cuando llegó la segunda oleada, la mayoría de los hombres se quedaron en la superficie luchando contra las máquinas. Nosotras, junto a nuestras hijas e hijos y... algún hombre... nos refugiamos en los túneles hasta que amainó la tempestad
– Entiendo – cientos de ojos indiscretos me miraban con recelo, era incómodo
– Con el paso del tiempo hubo conflictos, luchas internas que provocaron grandes discrepancias – había un extraño brillo en sus ojos – Amigos se convirtieron en enemigos, pacíficos demócratas en tiranos dictadores y gente corriente en elocuentes líderes que desquebrajaron la unidad de nuestra pequeña sociedad
– Si, la vida es dura – un niño gordo se hurgó la nariz y me saludó con el moco
– Entre todo aquel caos se alzó una voz, la voz de una mujer que incitó a las masas a tomar medidas drásticas, pero necesarias, para solventar la inestabilidad en la que estábamos sumidos - volvió a apartarse el mechón de pelo –. Yo fui esa mujer.
– Bien está lo que bien acaba – el sitio parecía una cárcel, dormían en cuartos donde apenas entraban dos camas unipersonales... miedo me daba pensar en los baños
– Fue entonces cuando decreté una serie de leyes que, de ser violadas, conducirían de forma inevitable al destierro – me miró por primera vez y enfatizó esa última palabra –. Sé que puede parecer cruel pero, al margen de eso, lo cierto es que funcionó. Las disputas cesaron, la paz reinó y la vida continuó en armonía
– Entonces... – por fin le presté atención – ¿Ya no queda ningún hombre?
– No – su respuesta fue tajante – Todos los hombres han sido desterrados por incumplir las leyes – se quedó pensativa – Bueno, si, queda un hombre... Alex
– ¡Yujuuuuuuuuu! – un hombre de ropajes extra-ajustados nos saludó entusiasmado
– Aunque prefiere que lo llamen Alexis – le devolvió el saludo – Sabes, siempre me ha gustado observar el comportamiento de los seres humanos. Si los observas el tiempo suficiente te das cuenta de que solo son monos con chistera. Si eliges la correcta serán tus mejores amigos, pero si eliges la incorrecta...
– ¿Cuáles son esas leyes? – cambié de tema, tenía los pelos de punta
– Primera ley – levantó un dedo –. Un individuo no hará daño a otro individuo o, por inacción, permitir que otro individuo sufra daño – levantó otro dedo – Segunda ley. Un individuo debe obedecer las órdenes dadas por un superior, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley - levantó un dedo más – Tercera ley. Un individuo debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Nos detuvimos a la entrada de una cutre habitación. En su interior, un niño con el pelo cortado a tazón, sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas, miraba una mancha de moho:
– Este será tu cuarto, por ahora – seguía con los tres dedos levantados – Tienes ropa limpia y algo de comida sobre la cama – agitó la mano – Recuerda las tres leyes
Y así, sin despedirse, cerró la puerta en mis narices y se marchó. Aunque ya no había nadie que me observase, esa sensación de incomodidad seguía muy viva en mi interior:
– Esto... Hola – me presenté – Soy Bip-bip, ¿Tú cómo te llamas?
– Zabez – respondió el niño – Tengo pueztoz unoz calzetinez de loz avengez - se remangó los pantalones y me mostró sus calcetines de "Los vengadores" de Marvel
– Sí, que chulos – no sabía que decir –. Yo tenía un pijama de Star Wars
– ¿Zabez que ez lo mejor de loz avengez?
– Cuéntame – suspiré y me senté sobre la cama, iba a ser un día largo
– Que también tengo calzonzilloz de loz avengez, ¿Quierez verloz? – se levantó
– ¡No, no, no, no! – interrumpí su siguiente acción antes de que me acusasen de pervertido, puede que abandonarme en aquella habitación hubiese sido una prueba
El niño se encogió de hombros, se volvió a sentar y siguió mirando el moho. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar las palabras de Cleopatra: "Todos los hombres han sido desterrados por incumplir las leyes". ¿Acaso era posible que solo los hombres hubieran incumplido las leyes? Algo no cuadraba en su historia, y la amenaza oculta tras el símil de los humanos y los monos con chistera me hizo pensar que algo iba mal:
– Eh, chico, una pregunta – me miró, expectante – ¿Dónde están tus padres?
– En el cielo... zolo me queda mi abuelo, pero ze marchó a luchar contra loz robotz. Cleopatra me dijo que, zi era bueno, volvería y traería maz cozaz chulaz como miz calzetinez... ¿Haz vizto miz calcetinez? Zon zuper chuloz – me los volvió a enseñar
– ¿Sabes cuándo volverá tu abuelo?
– Cuando la mancha de moho dezaparezca – señaló la mancha que vigilaba con tanta persistencia – Pero no podemoz tocar la mancha, o jamaz volverá
– Y Cleopatra te ha dicho eso, verdad... mmm...
– Me llamo Zam, como mi abuelo, aunque todos me llaman pequeño Zam
Y así, cuando un inesperado déjà vu me hizo recordar la expresión de terror del tío Sam cuando lo abandonamos a su suerte, una frase acudió a mis labios: "Mierda, maté a tu abuelo"
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La insignificante vida de un cazabots
Ciencia FicciónMi historia no es la típica historia apocalíptica en la que las máquinas se hacen con el control del mundo tras una masacre sin precedentes. Olvidaos de los perfectos héroes, de las hermosas damiselas y del monstruo malvado. Este es el paraíso de lo...