Capítulo 9 - Una muerte anunciada

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Había mil ojos a mi alrededor, quizá eran menos, pero me parecieron mil. Me sentía sudoroso y un poco mareado, como un gordo en verano. Mi mundo había crecido de forma exponencial, sin avisar. Sentía ese fuego en mi interior gritándome "déjame salir y quemarlos a todos". Y luego estaban esos ojos verdes que me miraban... y hacían que me doliera el corazón. Puede pareceros mentira, pero es la verdad. Un mono apareció de la nada arrastrando un diminuto carrito para bebes y se detuvo delante de mí, creando una barrera invisible entre "ellos" y yo.

Mientras el pequeño capuchino me miraba con expresión de sorpresa, la mano de aquella hermosa loca seguía extendida en mi dirección. Todo el mundo parecía haberse vuelto loco, o quizá el loco era yo. No lo sé, pero tenía miedo hasta de moverme. Recuerdo que pensé "Quizás si me quedo quieto no me ven, como el T-Rex de Jurassic park ". Os lo juro, sentía esos mil ojos posados sobre mí como si fueran putas avispas:

– Eh, chico nuevo – me dijo Sarah Connor (¿Entendéis ahora lo de loco?) –. Será mejor que me des la mano si no quieres recibir un calambrazo – se refería, sin duda, al collar eléctrico para perros que tanto yo como los allí presentes llevábamos en el cuello

– Quien... – la miré – Quienes... – miré a mi alrededor – Que... – miré al mono capuchino, que daba el biberón a un muñeco – No entiendo nada – percibí un zumbido en mi cuello, no precedía a nada bueno, así que di la mano a la mujer.

– Bienvenido al centro psiquiátrico Happy para gente especial – el zumbido cesó, ella me soltó la mano y se la limpió en la bata... todos llevábamos batas blancas – Como habrás supuesto, mi verdadero nombre no es Sarah Connor, pero aquí todos nos llamamos por los nombres de nuestros personajes de ciencia ficción favoritos.

– Si... claro... lo supuse... – mi rostro se contrajo, sonreí falsamente y miré de un lado a otro con los ojos, sin mover el cuello

– Seguro que estas confuso, pero no te preocupes, te iré explicando cómo funciona esto – la gente comenzó a dispersarse, Sarah me dio la espalda –. Oh, por cierto – volvió a mirarme, por encima del hombro, sin darse la vuelta – ¿Cómo te quieres llamar?

– Han Solo – no lo dudé ni un solo instante

– Lo siento, ya está pillado – se cruzó de brazos

– ¿Batman? – negó con la cabeza – ¿Sauron? ¿Gokú? ¿Flash? ¿Bender? ¿Optimus Prime? ¿Quatermain? ¿Frankenstein? ¿Ripley? ¿Spock? ¿Sheldon? – negación, negación y negación tras negación – ¡¿Joder, Biff Tannen?!

– Todos pillados.

– Puedes llamarme Bip-bip – me resigné a decir –. Si quieres...

– ¿Querer? – vi su sonrisa, sin verla – Yo no

Aquella chica tenía algo especial. Mientras se alejaba, el hipnótico tambaleo de sus perfectas posaderas liberó endorfinas en mi cerebro. Quedé reducido a estado vegetal durante unos segundos. Cuando volví en mí, me percaté de que me hacía señas desde la lejanía. Mi pie derecho se movió hacia delante, después el izquierdo, después el derecho... y, sin saber cómo, llegué hasta ella. "¿Qué extraña brujería es esta?" pensé:

– Venga, siéntate, no tenemos todo el día – se quedó pensativa –. Bueno, en realidad sí – bostezó con poca feminidad, fue entonces cuando me di cuenta de que estaba sentada en un sofá – Que aburrido es el fin del mundo, ¿Verdad, chico nuevo?

– Define aburrido – me senté junto a ella

– No sé, aburrido – sonrió –. Llevo aquí desde el día cero – dio un mini-salto, acercándose tanto que nuestras piernas se chocaron – ¿Como es el exterior? Cuéntame – sentí el calor de su aliento

– Por dónde empezar... las máquinas se han hecho con el control mundial. Mires donde mires, solo hay muerte y destrucción. Si encuentras a alguien, hay un ciento por ciento de probabilidades de que esté loco – olvidé mencionar que solo había encontrado a una persona, de ahí las estadísticas – El oxígeno escasea, los coches te intentan atropellar y las dominatrix... Bfff... Mejor no hablemos de las dominatrix.

– Oh, vaya... – parecía desilusionada – ¿Así que todo sigue igual que antes? Menuda mierda – se tumbó en el sofá y puso sus pies sobre mi regazo – ¿Sabes? La gente de aquí es muy sosa. Todos somos científicos, ingenieros o cosas por el estilo. Esas dichosas máquinas no traen aquí a cualquiera, está claro que planean algo – me señaló – Yo soy ingeniera genética, ¿Tú que eres?

– ¿Yo? – era la primera vez que alguien me preguntaba eso – Yo... – no sabía que responder – Yo no soy nada...

– ¡Venga hombre! Que eres, ¿Geólogo? No tienes por qué avergonzarte si eres geólogo. Mira, allí está Bob Dylan, ganador del Premio Nobel de Literatura – señaló a un hombre que jugaba a las cartas con... ¿Leonard Nimoy? – ¿Ves? No hay de qué avergonzarse.

– Debo de estar loco, sin duda... O muerto... Si, lo más seguro es que esté muerto porque esos dos... esos dos llevan décadas bajo tierra – me entró la paranoia

– ¡Pero qué gracioso eres! – me acarició la cara con el pie – Desde que las máquinas llegaron al poder han ido reviviendo a las grandes mentes que, en su momento, optaron por la congelación. Planean algo, sin duda... sino no habrían resucitado a Stephen Hawking – señaló a un hombre en silla de ruedas que mantenía una lenta discusión con el mono

– ¡Oh dios mío, que le han hecho las máquinas a ese pobre hombre!

– Stephen Hawking ya era así antes – puso los ojos en blanco

– Ah... es verdad...

– Bueno, lo dicho, ¿Tú que eres?

– Lo siento, de verdad, pero no soy nada – observé, incomodo, a todos los grandes pensadores que había allí – No sé qué hago aquí...

– Como ya te he dicho... – se levantó – Aquí no traen a cualquiera – suspiró – Si no me lo quieres decir no pasa nada, todos tenemos derecho a empezar de cero – sus ojos verdes penetraron en mi alma – Pero hay algo que te voy a decir, y será mejor que prestes atención – me quedé inmóvil, esperando que el T-Rex no me viera – Sea cual sea tu pasado, solo estás vivo por eso. Así que si quieres seguir vivo, será mejor que tengas claro quién eres y que pueden querer de ti.

Al igual que en "Crónica de una muerte anunciada", parecía que mi destino acababa de ser escrito y sentenciado a muerte. Si, la verdad es que era una buena razón para sentirse jodido.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora