Capítulo 11 - En los límites de la realidad

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Al igual que John Valentine en el remake de "Pesadilla en las alturas" de la famosa serie "The Twilight Zone", sentía la imperiosa necesidad de gritar "¡Lo he visto, lo he visto!", pero unas fuerzas invisibles me paralizaron y lo único que logré murmurar fue algo así como "Eeeeeeeeeeh" seguido de un estornudo. Debo de ser alérgico a los fenómenos paranormales.

El suceso apenas duró unos segundos, pero fue suficiente para causarnos un shock a los tres que lo presenciamos. Si, incluso al monito. Cuando aquel "portal" improvisado se "evaporó", el pobre capuchino huyó a una esquina, se abrazó las patitas y comenzó a balancearse hacia delante y hacia atrás. Sarah se levantó del sofá y revoloteó por el pabellón B como una mosca contra un cristal. Yo, por el contrario, me quedé quieto mirando a la nada mientras la espada laser de mis calzoncillos envainaba a toda velocidad:

– Fase DOS completada – exclamó la robótica voz que controlaba el lugar – Se ruega la colaboración de todos los sujetos para el inicio de la fase TRES – Sarah me miró, yo le devolví la mirada – Por favor, sigan el camino de flechas amarillas.

Un zumbido en el collar me avisó de que debía abandonar el lugar si no quería ser víctima del dios del trueno. Me levanté sin preámbulos y me dirigí a la salida, pero Sarah se interpuso en mi camino. Estaba pálida, como si hubiera descubierto una terrible verdad:

– He desactivado el collar. Ya no pueden electrocutarte ni escucharte – miró de un lado a otro, nerviosa – Pero saben dónde estamos, así que no debemos demorarnos demasiado. Escucha, pase lo que pase no te separes de mi. Te quiero pegado a mi culo como una lapa, ¿Ha quedado claro?

– Eeeeeeeeeeh – volví a la realidad – Perdón, ¿Que has dicho? He oído algo de culo...

– NO-TE-SEPARES-DE-MI – enfatizó, a la vez que gesticulaba cada palabra de forma exagerada y movía las manos con gesto amenazador

– Entendido – respondí, aunque no era del todo cierto

Abandonamos el pabellón B casi de inmediato, y no tardamos en encontrar una larga fila de personas que seguían las flechas amarillas como vacas en el matadero. Al final de la fila, en último lugar, Stephen Hawking interactuaba con el ordenador incorporado a su silla de ruedas mientras seguía a la multitud:

– No hay una... imagen única... de la realidad – dijo Stephen – Lo que habéis visto... no es más que el principio... de lo que está por llegar

– ¿A qué se refiere señor Hawking? – preguntó Sarah

– He estado investigando... buscando la razón... de este apocalipsis – hizo una breve pausa – Tengo acceso a las... cámaras de vigilancia... he presenciado la apertura del portal... interdimensional... deduzco... que...

– ¡Agh, a la mierda! – tanta lentitud me estaba sacando de quicio – Mejor lo cuento yo, acabaremos antes – respiré hondo – La fase UNO consistía en reunir a las mentes más brillantes del mundo. Cuando llegué aquí se dio por finalizada, comenzando así la fase DOS. Ya sea por el portal, por la realidad alternativa que hemos visto al otro lado o por cualquier otro motivo, la fase DOS ha terminado y una fase TRES da comienzo, ¿Correcto?

– Correcto – respondió – Pero esa obviedad... no era lo que quería contar.

– ¿Y que querías contar?

– La verdad... La razón del apocalipsis

– ¿Y cuál es? Cuéntenosla, por favor — suplicó Sarah

– Ya no me apetece

Aumentó la velocidad de su silla de ruedas, alejándose de nosotros. Por desgracia para él, se topó con una puerta cerrada al final del camino de flechas amarillas. Todos los demás la habían cruzado ya. Sobre la puerta había un cartel en el que se podía leer "Zona de cuarentena":

– Me pregunto que habrá al otro lado – dije con voz temblorosa

– OVNIS – afirmó Stephen

– ¿De verdad? – pregunté

– No

– Recuerda, chico nuevo, no te separes de mi – Sarah me dio la mano – Pase lo que pase nos mantendremos juntos. Encontraremos una solución – miró a Stephen – Con o sin ayuda – el físico teórico le devolvió la mirada con cierta petulancia

El mundo, tal y como lo conocíamos, desapareció tras acceder a la zona de cuarentena. Cuando las puertas se cerraron detrás de nosotros, dejando a Stephen atrás, nos vimos sumidos en un vacío infinito. Era un lugar donde la nada reinaba y donde el todo nunca había existido. En medio de la más completa oscuridad, noté como unas correas se enrollaban alrededor de mi cuerpo y me ataban al suelo. Después, silencio absoluto acompañado de esa sensación de pasar de cero a cien kilómetros por hora en un segundo:

– ¡Tranquilo, chico nuevo, creo que solo es otra cápsula de transporte!

– ¡Estoy tranquilo, pero las correas me aprietan demasiado en zonas sensibles!

– ¡¿Intentas tranquilizarme o es que no eres capaz de ver la seriedad de la situación?!

– ¡Ambas!

Nos llevaban a un lugar muy lejano, mucho más lejano que el centro psiquiátrico y que cualquier otro lugar en el que yo hubiera estado. Recorrimos el mundo oscuro hasta que, al final, la luz volvió a nuestras vidas y la cápsula se detuvo. Si soy sincero, prefería la oscuridad. Era mucho más alentadora que lo que teníamos ante nuestros ojos.

Miles y miles de cápsulas, tanto en vertical como en horizontal, unas encimas de la otras como productos llenando las estanterías de un supermercado. En el interior de cada una, personas en un aparente estado de sueño inducido (preferí pensar eso a pensar que estaban fiambres).

Un gas verdoso comenzó a entrar por los respiraderos. Y así fue como, poco a poco, nos vimos sumidos en un sueño profundo durante el resto de la eternidad... Fin.

Post scríptum: Es broma, no es el fin.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora