Capítulo 23 - La teoría del caos

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Vivimos en un mundo de variables. Así es, así ha sido y así será. Ya sea de forma casual o deliberada, hay veces en las que esas variables nos encaminan hacia la autodestrucción y, por desgracia, no hay nada que podamos hacer al respecto. Perturbador, ¿Verdad?

Un chico con delirios de héroe se disponía a descubrir el paradero de las llaves del Last Frontier, pero le entraron ganas de ir al baño. Cuando llegó estaba ocupado, así que tuvo que esperar. Mientras tanto, Tinman se escapaba de su celda e iniciaba su propia investigación.

Tras esperar un par de minutos, una mujer descomunal salió del baño. Dicha mujer había comido jalapeños en mal estado, así que podéis imaginar el temible regalo que había dejado. Mientras el chico buscaba con desesperación otro baño, Tinman acosaba a una anciana.

Poco después, el chico consiguió "liberarse" y pudo comenzar con su investigación. Primero se acercó a una adorable anciana que pelaba patatas, pero estaba tan estresada que sólo balbuceaba incoherencias. No muy lejos de allí, Tinman huía de los gritos de una embarazada.

Después de varios intentos infructuosos, el chico encontró a una mujer que parecía saber donde estaban las llaves, pero un grupo de veinteañeras asustadas arremetió contra él, tirándolo al suelo y pisoteándolo. Al abrir los ojos la mujer había desaparecido. Tinman, por su parte, disfrutaba de la piruleta de fresa que acababa de darle la doctora.

Magullado, el chico se arrastró como pudo hasta la enfermería. La doctora le dio un paracetamol y le recomendó descansar, así que no tuvo más remedio que abandonar la investigación. Mientras él volvía a su cuarto, Tinman daba un último y exasperante discurso.

Y si tan sólo una cosa hubiera ocurrido de otra forma... si aquella enorme mujer no hubiera comido jalapeños en mal estado, o si esa anciana no hubiera estado estresada, o si el grupo de veinteañeras no hubiera pisoteado al chico, o si la doctora no hubiera hecho lo mismo que hacen todos los médicos... Quizás esta historia hubiera acabado de otra manera. Pero no.

Como ya he dicho, vivimos en un mundo de variables, estilo Benjamin Button, capaces de convertir el aletear de una vieja mariposa en un bebé huracán. Aquel chico (que era yo) no tuvo más remedio que regresar a su cuarto... sin saber que el huracán estaba a punto de llegar:

– ¿Tinman? – lo miré, incrédulo – ¿Qué haces aquí? ¿Qué es todo ese ruido? – estaba semidesnudo, como de costumbre – ¿Dónde están tus pantalones?

– Tengo una mala y una buena noticia – bloqueó la puerta con el peso de su cuerpo – La mala es que no he podido encontrar las llaves – alguien golpeó la puerta – La buena es que creo que nos van a desterrar – otro golpe, más fuerte que el anterior

¿Os parece redundante el hecho de buscar unas llaves para escapar cuando habría sido suficiente con incumplir una de las tres leyes para que nos desterrasen? Sea cual sea la respuesta, estáis en lo cierto y equivocados al mismo tiempo (como el gato de Schrödinger). Las cosas no siempre son lo que parecen, y me temo que el destierro no iba a ser diferente. Cleopatra y sus secuaces nos apresaron y arrastraron hasta una especie de coliseo improvisado. Allí era donde, bajo la feroz mirada de las supervivientes, íbamos a ser juzgados:

– Tres simples leyes – dijo Cleopatra, con tres dedos levantados – Esa es la base de nuestra sociedad, y estos hombres las han quebrantado con premeditación – llevó sus manos a su espalda – El mundo es un lugar peligroso, nuestro hogar un santuario – todas asentían – ¡¿Acaso debemos dejar que los hombres lo mancillen de este modo?! – todas exclamaron "¡No, no, no!" al unísono – ¡¿Cuál es el castigo que consideráis que merecen?! – "¡Destierro, destierro, destierro!" gritaron con odio, Cleopatra nos miró – El pueblo ha hablado

– ¡Me gustaría decir algo en mi defensa! – Tinman dio un paso adelante, desafiante

– La decisión está tomada – respondió – Pero te concedo tus posibles últimas palabras

– Yo, diré en mi defensa – hizo una pausa – que tengo derecho a defenderme – las supervivientes se miraron las unas a las otras, confusas –. Eso es todo, muchas gracias

– Ya... vale... – Cleopatra tardó en reaccionar – ¡Hoy estamos ante una ocasión especial! – volvió a dirigirse a sus súbditos – Es la primera vez que desterramos a dos hombres a la vez, por lo que he pensado una forma más justa de decidir si son dignos del destierro o no – nos miró de nuevo, sonriendo – En lugar de luchar a muerte contra las máquinas del coliseo, lucharán a muerte... ¡Entre ellos! – aplausos, aplausos y más aplausos, aquello parecía una secta

– ¡¿Luchar a muerte?! – no podía creer lo que había oído – ¡Locas, estáis todas locas!

– ¡Pah loca tu, friki! – respondió Alexis desde las gradas

Repetían "¡Muerte, muerte, muerte!" sin parar, siempre de tres en tres... como sus leyes. No lograba entender cómo habíamos llegado a esa situación. No había salida:

– ¡No vamos a luchar! – había más valentía de la normal en mi interior

– Luchar no es una opción, es un hecho... O lucháis, o moriréis los dos – alzó su pulgar de medio lado cual César decidiendo entre la vida y la muerte de un gladiador

– ¡No! – repetí, pero Tinman me dio una colleja y la gente lo vitoreó – ¡Pero qué!

– Bip-bip, no sé tú, pero yo no quiero morir

– ¿¡Y serías capaz de matarme!?

– Yo no he dicho nada de matarte, pero mira – me dio otra colleja, el público estaba extasiado –. ¿Ves? Parece que esto les gusta – empezó a susurrar – Vamos a hacer una cosa, yo te doy unas cuantas tortas, te tiras al suelo y te haces el muerto, ¿Si?

– ¿Y por qué no te las doy yo a ti?

– Bip-bip, por favor, no digas tonterías, que esto tiene que parecer creíble

– ¡Deja de menospreciarme! – entré en cólera

Cuando quise darme cuenta, Tinman y yo estábamos en el suelo peleándonos como dos colegialas. Nos tirábamos de los pelos, de la ropa y nos arañábamos como gatitas mientras rodábamos por el suelo el uno sobre el otro. ¿Daño? Para nada. ¿Ridículo? Sí, mucho. Por suerte, en mitad de aquella infantil batalla, un resplandor azul llamó la atención tanto del público como de los combatientes. El coliseo quedó en silencio.

Desde el otro lado del portal, un Bip-bip alternativo, con dos monos capuchinos sobre sus hombros, nos hacía señas para que corriéramos hacia él. Tenía dos dedos levantados, era nuestra oportunidad. Dejando a un lado nuestras diferencias, ayudé a mi amigo a levantarse y, sin más demora, corrimos de la mano hacia nuestra salvación.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora