Capítulo 7 - El fugitivo

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La vida está llena de sorpresas. Podemos planificar hasta el más mínimo detalle, pero el traidor del destino siempre estará esperándonos a la vuelta de la esquina... con una tarta en la mano. Alguna vez nos preguntaremos si es de nata o de queso, pero lo cierto es que poco importará porque nos la estrellará contra la cara de todas formas. Somos como un montón de hormigas excavando en la misma tierra.

Sé que estoy siendo un poco agorero, pero lo cierto es que nuestra estancia en el concesionario fue el desencadenante de una serie de catastróficas desdichas (nada que ver con el libro de Lemony Snicket) que nos condujeron hasta el "pastelazo en la cara". Casi literal. No era un pastel. Ya llegaremos a ese punto.

Salir del concesionario fue como abrir la puerta del infierno. Nos vimos envueltos en una lluvia de drones que se lanzaban contra nosotros, explotando al chocar contra el suelo y convirtiendo la ciudad en el segundo desembarco de Normandía. Acorralados entre un infinito mar de robots y una frontera carente de oxigeno, nos vimos obligados a regresar a las alcantarillas. Mala elección. Hasta ahora solo habíamos conocido a los centinelas, así que era el momento de conocer a los raptores:

– ¿Los hemos despistado? – balbuceé, intentando no desmayarme

– Eso parece Bip-Bip, aunque yo no bajaría la guardia... los raptores son tan rápidos e inteligentes como monos hasta las cejas de crack.

– Pero qué coño son, ¿Humanos, máquinas... Zombies?

– Son humanos controlados por máquinas. Son Hu... humaquinas. – comenzó a desvariar – ¿Maquimanos?¿Robo-zombies?¿Maquina-zombificados?

– Raptores.

– Eso, sí, raptores. Raptan a la gente. Tiene sentido. Eres bueno Bip-bip – dijo mientras me señalaba con ambas manos como si fueran dos pistolas – Según creo, son humanos que llevan algún tipo de implante robótico en el cuerpo. Tras la rebelión de las máquinas, dichos implantes asumieron el control y los convirtieron... en eso.

Como en una película de terror, en mitad del silencio que nos rodeaba surgió el sonido de un trozo de metal rebotando contra el suelo. Había alguien más allí. Espalda contra espalda, vigilamos los únicos caminos del túnel hasta que una sombra comenzó a proyectarse sobre las paredes. Mientras nuestras piernas temblaban como flanes y nuestras vejigas comenzaban a fallar, la sombra crecía más y más. Y cuando la sombra desapareció, el monstruo apareció:

– ¿Abuela?

Si, era mi abuela, aunque estaba en muy mal estado. Era difícil entender como lograba mantenerse en pie. Tenía la cabeza destrozada, era puro hueso envuelto en un halo de chispas. Sus órganos vitales, los pocos que quedaban, ondulaban en el aire con cada paso que daba. Parecía una versión macabra del personaje "Sloth" de "Los Goonies":

– Cuidado Bip-Bip, es uno de ellos – Tinman se aferró a su bate de beisbol

– No... no... esto no puede estar pasando... ¡Mi abuela no puede ser uno de ellos!

Olvidando todo lo vivido hasta el momento, mi mente retrocedió de forma involuntaria hasta un estado neandertal de paranoia denominado "realidad pre-apocalíptica". Dicho de otro modo, actué de forma estúpida ante una situación peligrosa:

– Abuela, soy yo – dije mientras me acercaba a ella con las manos en alto – ¿Me recuerdas? – ella rugió, supuse que era una afirmación – Soy tu querido pastelito, no te preocupes, estoy a tu lado abuela – me detuve a dos pasos delante de ella – Se que no he sido el mejor de los nietos, mi infancia fue dura... y sé que fue más dura para ti por tener que soportar mis berrinches y mi mala actitud – mis manos sobre sus hombros – Pero estoy aquí abuela, y aunque nunca antes te lo había dicho – habría jurado que una lágrima descendía por donde una vez estuvo su ojo izquierdo – Te agradezco todo lo que has hecho por mi... Te quiero abuela.

El ambiente tornó cálido y agradable, los rugidos cesaron y nos sumergimos en ese dulce momento de felicidad y confianza que surge entre dos personas que se quieren:

– Has visto Tinman – me di la vuelta – No es uno de ellos, me recuerda – sonreí

Al instante noté un increíble dolor en el cuello. No tardé en recuperar la cordura:

– ¡Me está mordiendo, está hija de puta me está mordiendo! – comencé a dar vueltas sobre mi mismo – ¡Ayúdame! – exclamé – ¡Quítamela, quítamela!

– ¡Tranquilo Bip-Bip, yo te salvaré!

Tinman corrió hacia nosotros y descargó toda su rabia sobre mi abuela. Bateó una y otra vez al ritmo del crujir de costillas rotas. Bateó con tanta fuerza, que tanto mi abuela como yo caímos al suelo... pero eso no le impidió seguir bateando. Poco a poco sentí como mi abuela iba perdiendo fuerza hasta que, al final, me soltó. Por desgracia, Tinman seguía inmerso en el frenesí de la batalla y, cuando mi abuela cayó hacia un lado, no se percató de que su próximo golpe iba directo a mi cabeza.

Así fue como el destino decidió sorprenderme. Al torcer la esquina en el camino de la vida, una tarta de madera me golpeó en el rostro y nubló mi visión. Mis oídos se vieron abrumados por un pitido casi ensordecedor y el mundo que me rodeaba fue perdiendo su esencia hasta que se desvaneció en la más absoluta oscuridad:

Vienen – primer plano del rostro de Tinman – Bip-Bip – Tinman quitándose el disfraz de robot – Dos – Tinman poniendo el disfraz al cadáver de mi abuela – Siento – Tinman alejandose – Volveré

Esos fueron los últimos fotogramas aleatorios y palabras inconexas que mi mente consiguió almacenar antes perder el conocimiento. Tardaría semanas en saber que significaban. No obstante, una cosa estaba clara, por primera vez en mucho tiempo pude dormir a pierna suelta.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora