Capítulo 26 - Animales fantásticos y como matarlos

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Éramos carne de cañón. Pandora, la última esperanza de la raza humana, estaba rodeada por un escudo eléctrico que impedía el acceso a los robots. Fuera de ese escudo, todo rastro de humanidad había sido engullido por una tecnología que parecía evolucionar sin control. Por eso, cuando abandonamos su protección, nos convertimos en carne de cañón.

El sargento Sam había formado un grupo bastante variopinto. Aunque ninguno de los más acérrimos aliados de Chewbacca nos acompañaba, aún se palpaba en el aire ese innecesario rencor hacia nosotros. Nada más comenzar la expedición, se formaron dos grupos. En primera línea estábamos Sam, Tinman y yo, mientras que Chewbacca, Diana, Willow y las siamesas vigilaban la retaguardia.

El gran Chewbacca lideraba ese segundo grupo. Los pelos de su musculoso torso desnudo ondeaban al viento cual banderas. Tenía unas ojeras y una sonrisa delatadoras. La viagra que Tinman le había dado la noche anterior había hecho efecto. No me atreví a mirarle a los ojos.

A su lado estaba Diana, la amazona. No hay mucho que decir sobre ella. Era una mujer fuerte, negra e independiente. Hablaba poco, caminaba erguida y, por cómo miraba a Chewbacca, creo que estaba enamorada. Si eran pareja es algo que nunca llegué a saber.

Willow, el enano, parecía sacado de El señor de los anillos. Era regordete, barbudo y pelirrojo. Fumaba puros tan grandes como una barra de pan y, a pesar de su ruda apariencia, tenía una voz bastante afeminada. Oírlo cantar era como oír cantar a una quinceañera, y que llevase el pelo sujeto con un par de trenzas no ayudaba. Era la "Britney Spears" del grupo.

Respecto a las siamesas Kita y Pon, según tengo entendido, se convirtieron en Cazabots sin importar el hecho de que sus cuerpos estuvieran unidos desde la cintura hasta el hombro, justo en el punto donde debería estar el brazo derecho de una y el izquierdo de la otra. Ágiles, veloces e incansables. Su "defecto" era su mayor virtud. Admirables. No tengo otra palabra.

Llegamos a las llanuras casi una hora después de iniciar nuestro viaje:

– Cuidado – susurró Sam – Loz ozoz mecánicoz de laz llanuraz deben de eztar cerca – oteó el horizonte - Preparad vueztraz armaz, ezto ze va a poner muy feo

Armas. Cualquiera con dos dedos de frente no nos habría dejado ni un cuchillo de plástico, pero allí estábamos... armados hasta los dientes. Nos dieron un par de revólveres, un cinturón de granadas, un rifle de francotirador ultra ligero y una ametralladora laser de mano. Literal, era un guante que te colocabas en la mano y disparaba rayos láser por la punta de los dedos. Era una de esas cosas que es mejor no llevarse al baño:

– ¡Ahí eztán, rápido, formación defenziva!

Sam, Chewbacca, Diana, Willow, Kita y Pon realizaron una hermosa coreografía de ballet y se agruparon formando un círculo protector. Nosotros nos quedamos quietos, sin la más remota idea de que hacer. Tinman intento subirse encima de Willow, pero se apartó al ver que no le hacía demasiada gracia. En cuestión de segundos, cientos de osos panda nos habían rodeado:

– ¡Son una monada! – exclamó Tinman, que se abalanzó sobre los osos con los brazos abiertos – ¡Ositos, ositos! – gritaba mientras corría detrás de ellos

– ¡Detente, inzenzato! – pero ya era tarde

– ¡Bip-bip, mira! – nunca lo había visto tan feliz – ¡Son super achuchables! – restregó su rostro contra la panza del osito que había atrapado – Suave, suave, suave...

– ¡Bip-bip! – Sam me miró, yo lo miré – ¡Pero tú erez tonto o qué, ven aquí! – obedecí

Los osos no tardaron en centrar su atención sobre el apetitoso círculo de Cazabots. Sus bocas se abrieron, desafiantes, igual que las de los extraterrestres de la película "Depredador". Llamémoslo instinto, por no decir pánico. Desenfundé mis revólveres y disparé con los ojos cerrados hasta quedarme sin munición. Pasada la tormenta, abrí los ojos y me percaté de que todos, incluidos los osos, observaban en silencio al osito que acababa de acribillar a balazos:

– Zi, no cabe ninguna duda – dijo Sam mientras negaba con la cabeza – Tu erez tonto

Fue entonces cuando recordé las últimas palabras que Sam había pronunciado antes de salir:

<<Loz ozoz mecánicoz de laz llanuraz ze caracterizan por zu debilidad individual, pero zi zuz ziztemaz detectan la pérdida de algún miembro de la manada, entrarán en modo defenzivo. Traducción, ze convertirán en un único ozo gigante baztante difícil de matar. Zi queremoz ganar, tendremoz que atacar de forma zimultánea para que el ozo gigante rezultante zea lo máz pequeño pozible.>>

Admito que la cagué un poco, sí, pero es que se me olvidó. No sé, ¿Vosotros no olvidáis las cosas? Es lo más normal del mundo, ¿No?:

– ¡Formación de contención! – exigió Sam – ¡Chewbacca, Diana y Willow, dezviaz la atención de la beztia, divizión triangular! – se le veía nervioso – ¡Bip-bip, Kita y pon, laz granadaz! – los osos se amontonaban unos encima de los otros

– ¿Cómo que quite y ponga las granadas? – no lo entendía

– ¡No, coño, Bip-bip, Kita y Pon, laz granadaz, que uzéiz laz granadaz!

– ¡¿Pero si quieres que use las granadas para que me dices que las quite y las ponga?!

– ¡Me cagoh... en tuz muertoz, pedazo retrazado, noz vaz a mataz a todoz! – sí, sin duda yo lo puse todavía más nervioso

Se acercó y, mediante gestos obscenos, me lo explicó por tercera vez. Así fue cómo me enteré de que las siamesas se llamaban Kita y Pon. Sabéis, ese es otro de los inconvenientes de no ser sociable. Lo peor es que, de no ser por la situación, podría haber estado un mes junto a esas personas y habría seguido sin saber sus nombres. Empiezo a pensar que tengo un problema.

De inmediato, me uní a las siamesas y comencé a lanzar las granadas. Cada explosión generaba una lluvia de ositos muertos. Chewbacca, Diana y Willow distraían al monstruo mientras esquivaban sus zarpazos. Con cada golpe levantaba la tierra y hacía profundos surcos sobre ella. Sam había desaparecido. Tinman, ajeno a la batalla, seguía jugando con el osito.

¿Cinco minutos? ¿Diez? Desconozco cuánto tiempo estuvimos combatiendo al suave, esponjoso y colosal panda. Hubo una ocasión en la que Chewbacca y Diana, hombro con hombro, detuvieron un golpe demoledor con sus propias manos. Willow logró subirse a su cabeza y le propinó varios hachazos antes de ser arrojado contra el suelo. Las siamesas, que se habían quedado sin granadas, daban volteretas alrededor de la batalla, moviéndose a toda velocidad y cortando con sus katanas los tendones invisibles que unían las patas. Lograron doblegar al monstruo varias veces, pero se regeneraba a una velocidad alarmante. Parecía que luchábamos contra la Hidra de Lerna, la despiadada criatura acuática de la mitología griega que regeneraba dos cabezas por cada una que perdía.

Al ver que las granadas apenas menguaban el tamaño de la bestia, decidí utilizar la ametralladora. Los rayos láser salieron disparados en todas las direcciones, provocando que el oso se fijase en mí (y solo en mí). Estaba claro que me había levantado con el pie izquierdo. No tuve más remedio que salir corriendo. Por mucho que intentaron desviar de nuevo la atención del oso... fue inútil. Los rayos láser de mi mano lo atraían como la miel, y en aquel momento no tuve la inteligencia necesaria para quitármelo o, al menos, para dejar de disparar.

Así que ahí estaba yo, corriendo por una llanura de un mundo desconocido y perseguido por un oso panda gigante. Sé que parece un tema recurrente, pero que os voy a decir... tengo la capacidad de librarme con facilidad de situaciones peliagudas. Vamos, que tengo suerte.

Desde la lejanía, surcando los cielos, una figura conocida comandaba el ejército más inusual que jamás había visto. Un ejército compuesto por miles de abejas del tamaño de una vaca que pasaron por encima de mi cabeza y se estrellaron contra el oso. Fue una batalla épica donde aguijones y metal crearon una desgarradora balada de muerte y destrucción.

El oso se fue ralentizando hasta que, al final, se detuvo por completo y quedó envuelto en miel e insectos. Sam aparcó su abeja a mi lado y, a duras penas, se bajó. Parecía una bola de pus:

– Laz... laz abejaz de miel... el mayor enemigo del ozo de laz llanuraz – balbuceó – He tenido que matar a zu reina para que me obedecieran – estaba hinchado y lleno de picotazos, parecía que fuera a desmayarse – Nunca penzé que moriría azi – se quedó mirándome mientras se tambaleaba – Puto dezgraciado – se desmayó

Y así fue como Tinman consiguió a Teddy, su mascota de compañía.


La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora