Capítulo 10 - El otro lado

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¿Os habéis preguntado alguna vez donde podríais ver a Bill Gates, Steve Jobs y Linus Torvalds jugando juntos al Pictionary? La respuesta es más sencilla de lo que parece. La resumiré en dos palabras: centro psiquiátrico. Nunca pensé que tendría la oportunidad, el privilegio o la desgracia de conocer a personas de ese calibre, pero ahí estaba yo... rodeado de mentes del pasado recién descongeladas cual Austin powers:

– Es una... ¡Una manzana! – exclamó Steve – No, espera, espera... ¡Si, manzana!

– ¡Idiota! Está claro que es un pingüino – afirmó Linus – ¿No le ves los ojos?

– Oh, perdone usted señor Torvalds – rebosaba sarcasmo –. A veces, cuando se INNOVA – enfatizó aquella palabra – se cometen errores.

– ¡Se acabó el tiempo! – gritó Bill, furioso – Es una pera... es... una... ¡Pera!

Las discusión entre Steve y Linus se alargó tanto que tuve la oportunidad de escuchar la "interesante" historia de Bill contra su robot de cocina. Al parecer, estaba él tan tranquilo haciendo la comida cuando, de repente, su DX-300-C último modelo comenzó a sazonarlo con especias y a perseguirlo por toda la casa. Es irónico, se salvó porque salió por una "ventana". ¿Lo pilláis? Bueno, tras escuchar eso me levanté y me largué. Gilipolleces las justas.

Yo no encajaba allí. Era el "chico nuevo", el marginado. Solo Bill quería jugar conmigo, lo que se traduce en que nadie quería jugar conmigo. Por si fuera poco, no había rastro de Sarah por ninguna parte. Se había evaporado tras nuestra fugaz conversación, abandonándome a merced de los cerebritos. Me sentía más solo que cuando estaba solo, así que decidí arriesgarme y salir por donde había entrado. Al no percibir ningún zumbido eléctrico, supuse que las máquinas me estaban permitiendo deambular por ahí.

Las flechas verdes comunicaban el pabellón "A" con la extraña sala en la que me había despertado, razón por la cual no eran una opción a seguir. ¿Qué opciones quedaban entonces? Flechas azules, amarillas y rojas. ¿Cuales seguir? Opté por hacer uso de mi capacidad de libre albedrío y dejé que mis pies eligieran: Azul. Las cámaras de videovigilancia se giraban en cada esquina para seguir mis movimientos. No me había sentido tan observado desde que se me olvidó tapar con cinta adhesiva la Webcam del portátil. Mi pobre Spike... ¿Dónde estaría?

Al final del camino de flechas azules había una puerta y, sobre ella, un cartel que decía "PABELLÓN B: Centro psiquiátrico Sad para gente especial". Temeroso, abrí la puerta, crucé al otro lado y... nada. La sala era idéntica a la del otro pabellón, pero estaba vacía. Notaba algo raro en el ambiente, una humedad que calaba en los huesos y helaba el alma. Sentí una vez más como si miles de ojos estuvieran clavados en mi. Como si un "yo" alternativo estuviera entrando por primera vez allí y una chica de ojos azules le estuviera dando la bienvenida. Extraño, ¿Verdad? Era el resultado de someter a mi mente a tanta presión, sin duda.

A pesar del "yuyu" que daba aquel lugar, no pude evitar encaminarme hacia el sofá que había al fondo de la sala. Sin pensarlo dos veces, me tumbé y dejé que su acolchada superficie me abrazase con ternura y me llevase al mundo de los sueños. No sé cuánto tiempo estuve durmiendo, ni recuerdo lo que soñé... pero lo que jamás olvidaré fue el despertar.

Una ligera presión sobre la pierna derecha y, después, sobre la izquierda. Sin perder su fuerza, esa presión comenzó a subir por mi cuerpo convirtiéndose en un calor muy agradable. Mis parpados notaban una ligera brisa sobre ellos, acariciándolos. Cuando se abrieron a lo desconocido, un rostro conocido apareció ante mí. La mano de Sarah me tapó la boca, con dulzura y firmeza. Me desperté por completo. La tenía encima de mi cual leona hambrienta. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi corazón quedó sumido en la locura:

– Shhhh – siseó – No te muevas – susurró – No estaremos solos demasiado tiempo – ojos, labios, ojos, labios – Tenemos que aprovechar el momento, chico nuevo.

Estaba en shock. Divagaba entre "¡Adiós virginidad!" y "¡Vas a morir!", con pequeños arrebatos de "¡Alerta, violación!". No sabía lo que iba a pasar, pero estaba dispuesto a dar lo mejor de mí. Toda mi vida esperando ese momento, y solo había tenido que llegar el fin del mundo para conseguirlo. La aniquilación mundial carecía ahora de importancia... ¡Iba a mojar!. "Let's get it on" de Marvin Gaye comenzaba a reproducirse dentro de mi cabeza:

– Spike, dame el destornillador

La música cesó, con un chirriante sonido de disco rayado, cuando el mono del carrito apareció caminando por la espalda de Sarah. Llevaba un destornillador en las manitas. Con cierto recelo, se lo entregó a la joven de ojos verdes:

– ¡Mmmmmm! – intenté hablar, pero su mano me lo impedía

– Silencio, aún pueden oírte – utilizó el destornillador para hacer algo en el collar eléctrico para perros – Creo que yo tampoco fui del todo sincera contigo. Verás, no soy ingeniera genética – se escuchó un "click" – Es una identidad falsa – "click, click" – En realidad... soy la última agente viva de la Agencia de Seguridad Nacional.

Un "plof", acompañado de un ligero olor a plástico quemado, dio por finalizada la operación. Sarah apartó su mano de mi boca. Por fin podía hablar, pero solo tenía una cosa que decir:

– Será mejor que te quites de encima... Pincho...

– ¿Qué pinchas? – me miró, sin entender

– A ti – me sonrojé

– ¿Cómo?

– No quieras saberlo...

Confusa, se quitó de encima y los dos nos incorporamos. En aquel momento, me alegré de no haberme quitado los calzoncillos junto al resto de mi ropa, aunque la bata no era de mucha ayuda. Como explicarlo. La espada laser dibujada en mis calzoncillos de Star Wars... tenía vida.

Sin previo aviso, un haz de luz surgió de la nada. Sarah pegó un brinco, asustada, y cayó sobre mis brazos. El monito salió corriendo, escaló mi espalda y se refugió detrás de mi cabeza. Los tres nos quedamos mirando aquella luz... y lo que había al otro lado.

Una Sarah de ojos verdes miró a una Sarah de ojos azules, un monito capuchino de cara blanca miró a un monito capuchino de cara negra y yo... yo miré acojonado a un "yo" alternativo, también acojonado, que me devolvía la mirada.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora