Debe de ser por el tiempo. Si, seguro que es culpa de ese amigo invisible que nos moldea y consume con la suavidad de un papel de lija. El tiempo me ha cambiado, ahora lo sé. Hasta los pelos de la nuca se me ponen como escarpias al mirarme al espejo. No me reconozco. Supongo que soy el fruto inevitable de la semilla de la guerra. Por suerte para vosotros, mi personalidad arrolladora sigue intacta... y la memoria no me falla demasiado.
Recuerdo la mirada del sargento Sam, y el extraño rencor que albergaba en ella. Durante unos segundos se debatió entre la consciencia y el coma, pero tras unas cuantas convulsiones optó por lo segundo y se quedó más tieso que un pirulí. Eso sí, esa mirada que sólo parecía querer compartir conmigo permaneció intacta hasta que los otros cazabots corrieron en su ayuda.
Diana llegó en primer lugar, sudorosa y acongojada, seguida de Willow, Kita y Pon. Los cuatro suspiraron de alivio al descubrir que Sam todavía respiraba. Sin más preámbulos, Diana levantó el peso muerto en el que se había convertido el cuerpo del sargento y se lo colocó sobre los hombros. Estaban preocupados. Chewbacca, por el contrario, se tomó la situación con mucha tranquilidad. Caminó despacio hasta la escena del crimen, con aires de grandeza y rebosante de felicidad. En su rostro, una macabra sonrisa de triunfo. ¿Por qué? Al parecer, en ausencia de nuestro líder, él asumía el mando... así que disfrutó de su nuevo cargo:
– Vaya, vaya, parece que los nuevos son un lastre – hundió su dedo índice en la cabeza hinchada de Sam – Por el bien del equipo, someto a votación un abandono por fuerza mayor – levantó la mano – ¿Votos a favor?
Una a una, las manos de los cazabots se fueron levantando. Como no sabía de qué iba la cosa, yo también levanté la mano. Chewbacca puso los ojos en blanco y Tinman, a lo lejos, soltó una carcajada cuando Teddy comenzó a hacer la croqueta por el suelo.
Fue algo fugaz, un visto y no visto. Todos nos abandonaron, hasta las abejas que revoloteaban alrededor del difunto oso gigante se marcharon. Para dar más dramatismo a la situación, un grupo de grillos entonó un "blues" desde algún lugar:
– Colega, ¿Donde está la gente rara que nos acompañaba? – preguntó Tinman al acercarme a él – ¿Has visto que cosa más bonita? – seguía tumbado en el suelo junto al oso – Creo que lo llamaré Teddy – y así lo hizo
– Se han ido sin nosotros – me senté junto a él, derrotado – Se acabó... Sin nadie que nos guíe nunca encontraremos el camino de vuelta
– Bip-bip –me miró a los ojos – Yo sé volver
– ¿De verdad?
– Nop... pero lo último que se pierde es la esperanza –miró a nuestro alrededor – Además, no puede ser tan difícil – se levantó de un saltó – Veamos, el sol sale por el oeste y se esconde por el este, al norte y al sur no podemos ir, porque habría que volar o excavar – respiró hondo y continuó – Para llegar hemos atravesado una jungla, así que lo que jamás debemos hacer es...
– Déjalo Tinman – lo interrumpí. Por desgracia, no había ningún baño cerca donde un hombre como yo pudiera llorar... así que metí mi cabeza entre mis piernas
– ¿Tú qué opinas? – preguntó
– Qué estamos jodidos– respondí entre sollozos
– No, tu no, le preguntó a Robin Williams
– En la jungla vas a esperar, hasta un cinco o un ocho sacar – levanté la cabeza y regresé a la realidad, bueno, a lo que fuera eso
– ¡Ajá, así que necesitamos dados! – hurgó en su bolsillo y sacó un par – Por suerte siempre llevo unos dados conmigo – los tiró al suelo – Vaya, ha salido un trece...
Será mejor pasar por alto las seis caras de los dados y que, desafiando a toda lógica, Tinman consiguió sacar un trece. En estos casos siempre puedo decir "Eh, es Tinman" y encogerme de hombros. Sin embargo, que Robin Williams estuviera a nuestro lado, vestido igual que cuando aparece por primera vez en Jumanji, es algo que no puedo ignorar. Me pregunté a mi mismo si el león de la película también estaría por allí (y si sería un robot):
– ¿Robin? – pregunté – ¿Robin Williams? – atónito
– Soy Alan, Alan Parrish – había un toque infantil en su forma de hablar – ¿Tu eres mi hermanita? – dijo... ejem, mirándome
– No... Yo soy Bip-bip – había interiorizado mucho ese nombre – Y este es Tinman
– ¿Y mamá? ¿Papá está en la fábrica? – estaba grillado... pero al menos se sabía el guión
– PAN-DO-RA – enfatizó Tinman – Nosotros buscar Pandora – le habló como si no entendiera el idioma – ¿Saber tu llegar? Nosotros agradecidos si tu ayudar a nosotros – levantó una mano – I have an apple – levantó la otra – I have a Pen – gracias a Dios no acabó
– ¡Pandora! – comenzó a hacer aspavientos con las manos – Puedo llevaros, pero con una condición – hizo una pausa – Tenéis que ayudarme a volver a casa
– No creo que...
– ¡Hecho! – me interrumpió – Si nos llevas a Pandora te ayudaremos– me guiñó un ojo
– ¡Hurraaaaaa! – exclamó mientras se alejaba corriendo hacia la profundidad de la selva
– Como ya te dije, la esperanza es lo último que se pierde
Tener un guía fue algo tan útil como un preservativo para un eunuco. Exacto, como si nada. ¿Hasta un cinco o un ocho sacar? Y una mierda, este Alan Parrish no habría salido de allí ni gritando "Jumanji". Y yo quejándome de Tinman por hacerme recorrer la ciudad en busca de unos generadores de oxígeno... al menos él sabía a dónde iba.
Pasada la hora de viaje, tiempo que tardamos en llegar de Pandora a la llanura, empecé a sospechar que Alan no conocía el camino. A las dos horas la selva se volvió más espesa y pensé que, quizás, todos los caminos llevan a Roma. Pero ya cuando anocheció y tuvimos que parar para levantar campamento... lo supe. No íbamos Pandora. No creo que supiera donde íbamos.
Para bien o para mal, se desenvolvía con bastante soltura. En cuestión de minutos, encendió el fuego que nos protegería del frío nocturno y cazó las ardillas que nos servirían de cena. Fue un momento hermoso. Los cuatro sentados alrededor de la hoguera y comiendo brochetas de roedor. Incluso Tinman se atrevió a deleitarnos con una versión friki de la chica de Ipanema:
"Mira que Leia más linda
tan llena de moños
es ella la princesa
que viene y me besa
mientras a Han Solo
le toca mirar..."Creo que fue entonces cuando comenzó a llover:
– Cada mes al menguar la luna, el monzón inunda tu laguna... – recitó de forma teatral
– Exacto, ¿Como lo has sabido? – preguntó Alan... oh, ¿Pensabais que la otra frase la había dicho Alan? No, no... había sido mi querido amigo
El agua no tardó en llegarnos hasta las rodillas. Tinman cogió en brazos a Teddy, pero cuando nos llegó a la cintura no tuvo más remedio que ponérselo sobre los hombros. Aunque el árbol más cercano nos sirvió de barco en mitad de la tempestad, el nivel del agua subió sin control y pronto nos quedamos sin árbol que escalar. Quizás fue por la tormenta, quizás por el rugir de las olas o, quizás, porque estábamos más preocupados de lo que había bajo nuestros pies que de lo que había sobre nuestras cabezas. La cuestión es que no escuchamos las aspas del helicóptero hasta que unas escaleras de cuerda cayeron delante de nuestras narices:
– ¡Un cazador de la selva oscura te hace sentir como una criatura! – esto si lo dijo Alan – ¡Es Van Pelt! – señaló el helicóptero con el dedo igual que el mono de padre de familia señala a Chris Griffin – ¡Sálvese quien pueda!
Alan saltó al vacío. La corriente se lo llevó. Fin.
ESTÁS LEYENDO
La insignificante vida de un cazabots
Science FictionMi historia no es la típica historia apocalíptica en la que las máquinas se hacen con el control del mundo tras una masacre sin precedentes. Olvidaos de los perfectos héroes, de las hermosas damiselas y del monstruo malvado. Este es el paraíso de lo...