Capítulo 15 - La granja del tío Sam

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"Soy Bastián Baltasar Bux a lomos de mi gran dragón blanco... ¡Wiiiiiiiii!" pensé mientras surcábamos los cielos a toda velocidad en nuestra majestuosa cápsula de cristal. La explosión del centro psiquiátrico la había mandado a tomar por culo. De no ser porque se desplegó de forma automática un paracaídas, habríamos acabado como los malos de "Jungla de Cristal" pero sin ningún John McClane diciendo "Yippee ki yay, motherfucker":

– Tinman, tengo una pregunta importante que hacerte

– Tranquilo, Bip-bip, lo que sientes es normal – miró de reojo a Sarah – ¿Conoces la expresión "el roce hace el cariño"? – en sus labios se dibujó una sonrisa pícara

– No, no, no – le interrumpí, sonrojado – ¿Que vamos a hacer cuando aterricemos? Se supone que no se puede respirar, y no tenemos ningún generador de oxígeno

– Ohhh... – tiró de una palanca y la escotilla de cristal que servía de entrada a la cápsula fue eyectada de inmediato, dejándonos indefensos ante cualquier peligro

– ¡Pero qué cojones! – aguanté la respiración, pero Sarah no tardó en poner su mano sobre mi hombro. Observé, asombrado, que ella respiraba sin dificultad – No lo entiendo, ¿No me habías dicho que las máquinas habían cortado el suministro de oxígeno fuera de las ciudades?

– Error típico de novato en el fin del mundo; creerse un rumor... mal, mal, mal – se sentó con las piernas cruzadas, negando con la cabeza –. Esperaba mucho más de ti.

– Pe-pero... ¡¿Y las vueltas por la ciudad, las dominatrix y los generadores!?

– Eran una prueba – miró al cielo, pensativo – Y no la superaste

Facepalm. No llevábamos ni una hora con él y ya había trastocado mi visión del apocalipsis. Admito que estuve a punto de arrojarlo por la borda, pero tomamos tierra antes de dar rienda suelta a mis sueños homicidas:

– Bueno chicos, ¿Cual es el plan? – preguntó Sarah tras bajar de la cápsula – No sé vosotros, pero yo tengo mucha – enfatizó esa palabra – hambre

– Mmm... ¿Qué os parece esa granja? – Tinman señaló a lo lejos

Rodeados por cientos de hectáreas baldías sin el más mínimo rastro de vida humana, animal, vegetal o robótica, tuvimos la suerte de aterrizar cerca de lo que parecía ser una de las famosas granjas de plasma que había repartidas por todo el mundo. Precursoras de los generadores de oxígeno, las granjas de plasma fueron el primer intento de purificar el aire en las zonas rurales. Por desgracia, eran demasiado caras de mantener. Con el tiempo cayeron en el olvido y se convirtieron una mera atracción turística con fachadas estilo "Salvaje Oeste".

¿Recordáis el trabajo que abandoné justo antes de mudarme a casa de mi abuela? Ellos fueron los que crearon estas granjas. CÚPULA, la empresa que garantizó la repoblación de los bosques y que, al final, optó por otros medios más lucrativos para generar aire respirable. Grandísimos bastardos hijos de... ya da igual, el daño está hecho. Será mejor seguir con la historia.

Caminamos durante varios kilómetros hasta llegar a la valla que rodeaba la granja, o lo que quedaba de ella. Cuando pusimos el primer pie dentro del recinto, un anciano armado con una escopeta salió del interior de la granja y comenzó a dispararnos. Como alimañas nocturnas expuestas a la luz del sol, corrimos a escondernos detrás de un enorme robot escacharrado que, en su momento, se encargaría de vigilar el lugar:

– ¡Largaoh da'qui máquinah de merda, no tengo na pa daroh! – disparó al aire

– ¡Agachaos, agachaos! – insistió Sarah – ¡No os levantéis!

– Pobre hombre, está tan solo – susurró Tinman – ¿Creéis que necesita ayuda?

– ¡Y si soih humanoh menoh todavía, no necesito ayuah de naieh! – volvió a disparar

– Pobrecillo... voy a darle un abrazo – se levantó

– ¡¿Qué haces?! – intenté sujetarlo, en vano – ¡Vuelve aquí!

Tinman caminó hacia el paleto sin miedo en el rostro, y con los brazos abiertos:

– ¡Tú, ya te advertioh! – apuntó a mi amigo – Ahora vah a probah mi plomo

Cerré los ojos, esperando escuchar el funesto final de aquel hombre desnudo. Pero nada. Ni un solo disparo, ni un grito desgarrador, nada. Cuando volví a mirar, ambos se estaban abrazando:

– Ea, ea... todo va a salir bien – le dio palmaditas en la espalda –. Tinman está aquí

– Ereh el primeh humano que veo en semanah, ¡Pensé que iba morih solo!

– Nadie muere solo, colega – se dio la vuelta – ¡Bip-bip, novia de Bip-Bip, venid aquí! – hizo gestos con las manos para que nos acercásemos – Ya está solucionado

– ¿Cómo me ha llamado? – preguntó Sarah, no respondí

Con cierta desconfianza, salimos de nuestro escondrijo y caminamos hacia el hombre armado:

– Perdoh poh disparah – se secó las lágrimas – Eg que llevo mucho tempo solo, soih loh primeroh que vienen pa'qui dede que se volvieron tarumba lah máquinah.

– No pasa nada, ¿Quién no ha disparado a alguien alguna vez? – empecé a levantar la mano, pero Tinman me miró mal y la bajé – Mi nombre es Tinman, este es Bip-bip y esta su no... – Sarah lo fulminó con la mirada – Y esta es... Emmm...

– Sarah – interrumpió – Un placer conocerle, señor – extendió su mano

– El placeh eh mío hermosha muhercita – le sujetó la mano y se la besó – Mi nombre eh Sam, aunque todoh me llaman tío Sam – sonrió, mostrando su único diente "vivo" – Poh favoh, adelante, mi hogah eh vuehtro hogah... Seguro que teneih hambre

Antes no lo había notado, quizás por los nervios del tiroteo, pero un intenso aroma a carne recién hecha flotaba en el aire. Casi se podían saborear las especias con las que había sido condimentada. Guiados por la imperiosa necesidad de satisfacer nuestro apetito, nos sumergimos en los misterios de la granja. Nunca había estado en el interior de una granja de plasma, así que cuando crucé la puerta y vi las paredes recubiertas de placas de metal, la media docena de ordenadores de última generación y el superordenador tamaño todoterreno que había en el centro de la habitación... estuve a punto de desmayarme.

Por un instante, imaginé toda esa tecnología arremetiendo contra mí. Devorándome y sodomizándome hasta mi último aliento. Gracias a Dios (o al paleto), no ocurrió nada. Todo estaba apagado, y una suculenta comida nos esperaba sobre la mesa.

La insignificante vida de un cazabotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora