Capítulo 39.

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Paul y yo nos separamos inmediatamente, ambos tomamos nuestras espadas y sin pensarlo mucho nos echamos a correr hacia el exterior, donde las flechas llovían de todas partes, mientras que los hombres disparaban en contra de los árboles. 

    —¡Capitán!— gritó un hombre, arrojando dos pistolas en mi dirección. Las atrapé en el aire justo antes de que Paul me tirara al piso, gritándome —¡Cuidado!— tardé unos segundos más en entender que una flecha me había pasado rozando. 

    Le di una pistola a Paul y de inmediato ambos comenzamos a disparar hacia donde los salvajes se asomaban. Logré darle a dos salvajes antes de que notara que estaba gastando municiones estúpidamente, por lo que me obligué a esperar el momento preciso. No tenía idea de si el resto de los hombres estaban a salvo, o si estábamos teniendo demasiadas bajas, pero por el momento solo tenía la atención suficiente para disparar y asegurarme que Paul continuaba vivo y a mi lado. 

    El sonido de las balas impactando contra los árboles o contra salvajes que se echaban a gritar en cuanto eran impactados impedía que pudiera escuchar lo que Paul me decía, pero juzgando sus acciones, al parecer se había quedado sin balas. Poco a poco los salvajes comenzaron a retirarse, llevándose los cuerpos de los heridos, pero otros tantos se quedaban para continuar intentando darnos con sus flechas. 

    Estas pasaban zumbando por mi cabeza, pero sin llegar a dañarme. Paul se arrastró a un lado mío, intentando llegar a una tienda, pero justo en ese momento una flecha pasó rozándole por el rostro, abriéndole una línea recta en la mejilla y cortando su oreja. —¡Paul!— grité, intentando acercarme a este, pero antes de notarlo Paul ya se había puesto de pie y había tomado un asta de bandera y la balanceó con su mano antes de arrojarla hacia los árboles, donde un salvaje ya estaba apuntando hacia nosotros. 

    El asta se clavó firmemente en el pecho del salvaje, que de inmediato cayó al piso. Otro salvaje, vestido con una enorme piel café y con más pintura en sus mejillas, salió de entre los árboles y corrió hacia el hombre que Paul había herido, momento que yo aproveché para disparar de nuevo. Ni bien hubo caído al piso, la pelea pareció detenerse de parte de los nativos, que parecían sorprendidos por lo que acababa de suceder. 

    Los nativos corrieron hacia los cuerpos de los dos hombres y los cargaron en sus espaldas antes de salir corriendo a esconderse al bosque. Mis hombres de inmediato lanzaron gritos de júbilo por nuestra pequeña victoria, mientras que Paul se esforzaba por sonreír mientras sujetaba su rostro herido. Me puse de pie.

    —No sabía que podías lanzar— le dije. Este hizo una mueca extraña que se ubicaba entre el dolor y la diversión —Te sorprendería la cantidad de cosas que puedes aprender en Grecia— este intentó dar un paso, pero se tambaleó y terminé sujetándolo entre mis brazos —Ven aquí, te dejaré en mi tienda y llamaré al médico ¿Está bien?— 

    Arrastré a Paul hacia mi tienda, mientras sentía su sangre manchando mi camisa. Una vez ahí, logré recostarlo en mi cama con relativa suavidad —Voy a ensuciar tus sábanas— me dijo Paul, cerrando los ojos —No me importa— quité la mano de Paul de su oreja para poder ver la herida. No lucía como algo muy severo, pero sin duda había perdido un buen pedazo de piel, por lo que tendrían que coserle —¿Qué tan mal se ve?— preguntó este, mientras yo cortaba un pedazo de mis sábanas para cubrir la herida —Al menos aún tienes oreja— bromeé. Limpié la sangre del rostro de Paul y acomodé su cabello —Voy por el médico— anuncié.

    —Espera— Paul me tomó del brazo y tiró de él —Bésame— ordenó —¿De verdad crees que es buen momento para esto?— pregunté exasperado —Tomando en cuenta que en cualquier momento vamos a morir, sí— solté un suspiro y me incliné sobre Paul para depositarle un pequeño beso en los labios, que fue brutalmente interrumpido por sus fríos dedos apretando fuertemente mi espalda, que de inmediato comenzó a arderme —Lo sabía— susurró Paul en cuanto me separé de él.

    —Date la vuelta— me ordenó firmemente, tanto que no tuve ganas de replicar y obedecí. Paul volvió a pasear sus manos por mi espalda, ahora un poco más suavemente —También te hirieron a ti— me dijo. No había notado que me habían dado hasta ese momento, supongo que estaba más preocupado por Paul que por cualquier cosa que pudiera pasarme a mi.

    En ese momento me di cuenta de que yo podría haber dado mi vida por Paul ese mismo día, y no me hubiera arrepentido ni por un segundo.

Captive [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora