Capítulo 23.

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El barco aún no disminuía su velocidad endemoniada, pero al menos no iba tan rápido como para creer que nos mataríamos en cualquier momento.

    Los hombres se tiraron a la cubierta, exhaustos pero sonriendo victoriosos; nadie había muerto en la tormenta, aún tenían capitán y el barco no estaba tan destrozado como para escandalizarnos por el desastre.

    Noté que Stuart no se acercaba demasiado a los hombres, quizá temiendo que se burlaran de él por haber llorado. Algunos de los marinos que habían apostado por quién ganaría la pelea comenzaron a intercambiar monedas con expresiones que iban desde la inconformidad hasta el orgullo.

    —Púdrete, Billy— escuché que le dijo un hombre mayor al chico más joven de la tripulación, que extendía su mano en reclamo de su dinero.

    Miré el barco, las velas permanecían amarradas y en buen estado, el mástil de la vela mayor estaba en un ángulo un poco más inclinado a como debería de ir, algunas maderas de la cubierta baja se habían botado de sus lugares, y los barriles con pólvora parecían a punto de soltarse, pero no era nada que no se pudiera arreglar con unos cuantos clavos. Lo que parecía el peor daño era el agujero por dónde había caído directo al mar.

    —¡Toda mi maldita bota esta llena de agua, igual que el maldito barco!— exclamó un hombre.

    De pronto recordé las galeras y los calabozos, que siempre eran más propensos a inundaciones. Y pensé en Paul.

    —Iré a ver al pirata ¿Eso te molesta?— le pregunté a Stuart, que de inmediato borró su sonrisa del rostro, pero aceptó en rostro solemne: —No tengo inconveniente— asentí y caminé hacia las escaleras de madera que bajaban hasta los calabozos. Estaban ligeramente resbalosas a causa del agua que había entrado por estas, y las lámparas de aceite se habían apagado, dándole un aspecto un poco tétrico al recorrido.

    —Casi me descalabro aquí abajo ¿Quién era el imbécil que estaba al timón?— preguntó Paul seriamente, sujetándose a los barrotes de su celda. Sonreí de alivio al ver que estaba bien, y su sentido del humor no parecía haberse dañado después de tanto movimiento.

    Las celdas estaban un poco más oscuras a causa del agua, y tal y como lo había esperado, estaban tan llenas de agua que el líquido llegaba hasta el borde de mis botas.

    —Por cierto, dijiste que no había ratas aquí, y mira lo que me encontré— Paul señaló lo que parecía un montón de pelos grises flotando sobre el agua. La cola aún se movía. —Creo que tendré pesadillas, esa cosa intentaba acercarse a mi. Bueno, no creo tener pesadillas porque tampoco creo poder dormir en este cuchitril— algo hubo de afeminado en la voz de Paul que me fue imposible no sonreír.

    —Oh, claro, se me olvidaba que estoy trasladando a la reina— bromeé, haciendo que Paul rodara los ojos —Solo pido un trato digno, y déjame decirte que esa rata no me da un trato digno ¡Intentó morderme!—

    —Se estaba ahogando, quería sujetarse a ti— le expliqué como si este fuera un niño pequeño y asustado, haciendo que este se pusiera verde. Tomé la rata por la cola y la intenté acercar a Paul, que se fue de bruces al notar mis intenciones.

    Su trasero fue lo primero en tocar el agua, seguido de buena parte de sus piernas, produciendo una salpicadura tremenda de agua. —¡Aleja eso de mi!— gritó, cubriéndose con el brazo —Pero si es una ratita, no hace nada— le dije, balanceando de un lado a otro la rata muerta —¡John! ¡Saca eso de aquí!— chilló, echándose para atrás, quizá olvidando que no podía acercarme a él por los barrotes.

    —Está muerta, Paul— dije sonriendo. Este soltó un pequeño gritito y de cubrió la boca con las manos —¡Se movió! ¡John, esa cosa se movió! — chilló Paul, haciéndome reír —Pero si está muer...— la rata pareció escupir toda el agua que había tragado y comenzó a moverse y a chillar fuertemente, lo que me hizo soltar un grito y arrojar la rata lejos de mi.

Captive [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora