Capítulo 59.

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Cómo era de esperarse, Paul actuó más rápido que yo. Este se lanzó en picada hacia donde se encontraba Mike, y en un movimiento rápido logró que este subiera a su caballo y ambos se encarreraron hacia el barco. No tardé mucho en seguirlo. 

    Corrimos a toda velocidad por el puerto hasta llegar a la rampa del Fancy, donde los hombres ya se habían puesto a trabajar, abrieron las velas y desataron nudos, todo estaba listo para poder huir. El barco cargado de soldados estaba acercándose cada vez más a nosotros. 

    —¡Rumbo al este! ¡Carguen los cañones! ¡Quiero que tiren todo el peso muerto si no quieren morir!— por una milésima de segundo me sentí molesto por ver cómo era que Paul lanzaba instrucciones a todos sus hombres, pero entonces recordé que yo ya no era capitán de nada. 

    No había tiempo de ponerse melancólico. Sabía que Paul podría ser muy listo, pero conduciendo un bote era un desastre, por lo que corrí hacia el timón sucio y enegrecido de la embarcación y lo tomé para posteriormente comenzar a sacarnos del puerto. 

    —¡John! ¡Aléjanos de ellos!— me gritó Paul desde abajo, cargando los cañones y midiendo distancias entre el barco de la reina y el nuestro. Quizá el Fancy había sobrevivido a tantos capitanes por el simple hecho de ser muy pequeño y veloz. No habían más de treinta hombres conformando la tripulación, y contaba con unas velas un tanto desgastadas, pero equilibradas para poder impulsar el navío, por lo que salimos a toda velocidad del puerto. 

    Creí que no habría necesidad de tener que disparar, pero me equivoqué. 

    Puede que el Fancy fuera veloz, pero tenía siete cañones de corto alcance, mientras que el barco que nos seguía era una máquina de guerra, conformada por quince cañones de largo alcance y más de cincuenta tripulantes, de los cuales todos eran soldados expertos, mientras que los míos eran solo veinte mocosos piratas y algunos veteranos. Era claro que si nos alcanzaban estaríamos muertos. 

    Aunque, claro, dudaba que el barco de la reina tuviera un mejor capitán que el nuestro. 

    Todos los hombres comenzaron a tirar baratijas inservibles, espadas oxidadas y algunos cuantos cascos manchados de sangre. 

    Estábamos saliendo del alcance de los cañones del navío de la reina, que no nos había acertado ni una sola vez, y por su peso estaba quedándose atrás. 

    —El viento nos está ayudando— le dije a Paul, que permanecía a mi lado, atento a cualquier percance que pudiéramos tener. —No te confíes, hasta que no estemos lejos de este puerto, esos malditos pueden alcanzarnos— volví la vista al muelle, donde el barco intentaba perseguirnos sin éxito, y entre todo eso, logré distinguir a Stuart corriendo a toda velocidad, aún con la lanza clavada en su hombro. Este continuó corriendo hasta llegar a lo que parecía ser un barco pesquero y se refugió ahí, donde un par de hombres se lanzaron a ayudarlo. 

    —No va a morir— me dijo Paul, relajándose de la amenaza del otro barco, del cual ya habíamos podido escurrirnos, y fijando su vista hacia donde momentos antes había estado Stuart. 

    —Es mejor así. Quiero verlo cuando lo haga— comenté, volviendo mi atención hacia el timón y a los hombres, que habían comenzado a guardar los cañones y sujetándolos a sus respectivos sitios. —¿Qué hablaste con él?— preguntó Paul después de un rato en el que miró hacia donde antes estaba el puerto, pero ahora solo se lograba ver la señal de humo más grande de la historia. 

    Los recuerdos de la risa de Stuart y mi impotencia al no poder matarlo volvieron a mi. Parecían una verdad muy lejana, ocurrida hacia siglos. Sonaba como una locura creer que hubiera ocurrido tan solo media hora antes. Y ahora el maldito continuaba vivo. 

    —Me confesó algunas cosas— contesté. 

    —¿Y quieres hablar de ello?— preguntó Paul tranquilamente. Negué con la cabeza. 

    —Aún no. Quiero que... sane un poco— solté el timón y dejé que el barco corriera por su propia marcha, a fin de cuentas no teníamos ningún lugar a dónde huir. Me recargué en el borde del barco, mirando hacia el humo proveniente de tierra, que se iba desvaneciendo conforme nos alejábamos. Stuart estaba ahí, vivo, y en mi mente solo pasaban escenas sobre la mejor forma en la que lo despellejaría vivo. 

    Paul se colocó a mi lado y discretamente tomó mi mano. Permanecimos así unos momentos. 

    —Gracias por no dejarme morir— le dije, intentando sonreír. 

    —Tómalo cómo mi pago para lo que le hiciste a Henry— contestó, mirando alrededor en busca de hombres mirones, pero todos parecían demasiado ocupados en sus asuntos, por lo que se inclinó y me besó furtivamente. Parecía una locura creer que Paul y yo estábamos vivos, besándonos como si nada en un barco pirata.

    Al ver los mechones negros de Paul balanceándose de un lado a otro, noté que le hacía falta algo. Llevé mi mano hacia mis pantalones y casi por milagro, logré dar con la tela roja que Paul había dejado en mi camarote. La extendí hacia él. 

    —La olvidaste— le dije para intentar que disimulara su sorpresa. Este la tomó como si no pudiera creerlo y soltó una pequeña risa —La guardaste— me dijo, sonriendo. 

    —La iba a usar para comprar unos perros rastreadores y encontrarte, no te emociones— contesté, intentando fingir que no me sentía feliz por haber podido conservar la tela casi intacta. 

    —Era de mi madre— explicó Paul, tomando la tela firmemente entre sus dedos. Este recargó su cabeza sobre mi hombro y soltó un pequeño suspiro. 

    —Lamento haber huido después de que nos hubiéramos acostado— susurró, haciéndome reír —Te perdono, pero si la próxima vez haces lo mismo, déjame en el primer puerto al que lleguemos— contesté, cerrando los ojos para poder disfrutar del sol que me golpeaba en la cara y el agua que salpicaba del océano, y quizá un poco de Paul. 

    —¿Te quedarás? 

    —Sí. 

    —¿Aunque sea un barco pirata?

    —Quizá esto te sorprenda un poco, Paul, pero ahora mismo seguro que todo Inglaterra cree que soy un verdadero pirata. 

    —¿Y aunque yo sea el capitán?— abrí mis ojos, solo para encontrarme con la mirada divertida de Paul —Demonios, es cierto— me quejé fingidamente —Pues no tengo más opción, capitán McCartney— Paul soltó una pequeña risa y me soltó de la mano para ponerse al timón. Me recargué en la barandilla del barco, disfrutando cómo era que Paul batallaba para poder sujetar el timón. 

    —¿A dónde vamos, capitán?— le pregunté. Este sonrió y me miró a los ojos, sonrojándose un poco. 

    —¿Alguna vez has escuchado de la buena comida que tienen en Grecia?

Captive [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora