Capítulo 24.

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Esa noche casi no pude dormir. Creo que no había tenido un día tan agitado desde que tenía diecinueve años.

    Además, claro, de que tuve que masturbarme para eliminar mi pequeño problema ocasionado por Paul.

    Soñé con Paul, o si acaso a eso se le podía llamar sueño: solo era mi mente dando vueltas acerca de qué era lo que quería conseguir Paul de mi y la misma pregunta ¿Por qué aún no lo he matado?

    En cuanto salió el sol me puse de pie de mi cama, lavé mi rostro y después de verificar que mi espalda no tenía daños muy graves causados por la caída, comencé a vestirme.

    Le había enviado a Paul una de mis camisas, ya que los hombres casi nunca cargaban con ropa extra. También le envíe unas botas secas y ordené desmantelar una de las hamacas que usaban los hombres para dormir bajo la cubierta.

    Los daños de la tormenta parecían haber incrementado gracias a la luz que nos permitía ver completamente qué era lo que había sucedido. Ordené reparar el hueco por dónde había caído con un poco de savia y madera que habíamos recolectado en la isla que habíamos encontrado.

    Otros hombres se ocupaban de verificar que el mástil de la vela menor estuviera en condiciones para seguir navegando, por lo que solo teníamos dos velas para poder mover el barco.

    Poco antes del medio día fue cuando las reparaciones terminaron, dejándome así un poco de tiempo que emplee en escribir en mi cuaderno de viaje lo que había sucedido desde que había comenzado la tormenta. Después tomé los mapas y dos tazas de té y me dispuse a bajar a los calabozos.

    Me topé con pocos hombres en la cubierta, casi todos estaban tan agotados que, en cuanto notaron que al parecer ya ni tendríamos más problemas, se fueron a dormir.

    Paul también parecía agotado, tomando en cuenta la posición en la que dormía sobre la hamaca que había instalando inteligentemente en la parte superior de los oxidados barrotes de hierro. El agua ya no se encontraba ahí; con el sistema de tuberías que desembocaban el agua y algo más de vuelta al océano se había esfumado. Todo lo que quedaba de vestigio de la tormenta eran los daños que había causado.

    Miré a Paul dormir un momento. Nunca lo había podido ver dormido, incluso ni siquiera creí que alguna vez durmiera. Tenía una expresión seria, sus labios dibujaban una perfecta línea recta, pero sus ojos parecían relajados, sin una sola arruga que me llevara a pensar que Paul estaba teniendo un mal sueño.

    Mi camisa le quedaba bastante holgada, además de que le hacían falta botones, por lo que lograba vislumbrar el pecho de Paul parcialmente. Este soltó un pequeño gemido de placer y se removió en la hamaca hacia su izquierda. La tela casi blanca de mi camisa se deslizó por la piel de Paul con tanta delicadeza y lentitud que creí que alguien me estaba poniendo a prueba. 

    El pecho de Paul tenía apenas una pequeña sombra causada por su vello, pero eso no fue lo que me llamó la atención, si no la figura que estaba dibujada en su pecho izquierdo. No se trataba de la tinta negra de algún tatuaje -hubiera deseado que se tratara de eso- en cambio era más de un color café claro rodeado de un poco de café oscuro. Del color de una quemadura que había sanado exitósamente era de lo que estaban conformadas dos letras: HE, y debajo estaba el dibujo de una calavera.

     No tardé mucho en notar que el dibujo y las letras habían sido hechas a fuego vivo, como si Paul se tratara de ganado. Antes de siquiera poder encolerizarme por el pensamiento de que alguien le hubiera hecho eso a Paul, este abrió los ojos.

    Parecía sorprendido, pero después su mueca se transformó en una sonrisa burlona. —¿Qué tanto me mirabas?— preguntó, sentándose sobre la tela de la hamaca y desperezándose un poco »Tu pecho ¿Quién te hizo eso?« estuve a punto de preguntar, pero no lo creí prudente.

    —Intentaba encontrar la mejor forma de arrojarte un balde de agua, vividor— Paul bajó de la hamaca de un brinco y volvió a estirar su cuerpo, produciendo unos pequeños crujidos. —Quizá sí soy un vividor. ¡Mira! ¡Trajiste el desayuno!— celebró Paul sonriendo. Este se sentó en el piso y estiró la mano como mendigo en busca de monedas para que le pasara su té.

    Este no notó que había visto sus cicatrices.

    —¿Qué tal quedó el barco después de la tormenta, capitán? — preguntó Paul detrás de su taza de té.

    —Devastado, la vela menor se vino abajo y ahora más de tres maderos crujen, es un desastre— contesté sentándome en el piso y tomando mi taza de té. —Una vez vi como un barco se hundía por una tormenta que no era ni la mitad de lo que fue la que atravesamos, creo que tenemos suerte de seguir vivos— me dijo Paul seriamente.

    ¿El pirata que había comparado a Paul le habría hecho eso? ¿Qué clase de persona era?

    —¿Hola? Me gustaría hablar con el capitán de este barco— dijo Paul, pasando su mano por mi rostro —¿Qué?— pregunté aturdido, logrando que Paul rodara los ojos —John, le tiraste té a los mapas— dijo Paul señalando el montón de papeles que había dejado en el piso, que tenían una enorme mancha de té.

    —¡Mierda!— saqué mi pañuelo de la pequeña bolsa de mi camisa y comencé a limpiar frenéticamente los mapas —Con esa boca, ni aunque yo fuera la reina te dejaría ser capitán — se burló Paul, dándole otro sorbo a su té.

   Terminé de limpiar los mapas y los abrí para intentar hacer que el té secara. mientras esperaba, le contesté a Paul: —Es porque soy tan buen capitán que puedo decir las barbaridades que quiera y aún así nadie me sanciona— Paul soltó una pequeña risa —Eres tan buen capitán que caíste del barco, bien hecho— ironizó

    —Eso no es cierto, caí por accidente, y los accidentes pasan. 

    —Sí, pero no a un capitán. Un capitán debe de estar listo para todo, a toda hora— las palabras de Paul me revolvieron el estómago, arrastrándome hasta la pesadilla del niño castaño con los mechones de cabello cubiertos de sangre, de la que solo pude salir en cuanto sentí los mapas deslizándose entre mis dedos hasta llegar a la mano de Paul. 

    —Estás muy raro hoy, John— me dijo este, inspeccionado el mapa con suma atención —No he dormido bien— me excusé rápidamente, levantando la vista hacia el ceño fruncido de Paul. Sus mejillas se pintaron de rojo en cuanto dijo: —Pensé que era por lo que había ocurrido ayer— el calor de pronto se volvió aplastante y la tensión palpable, creando un ambiente pesado. 

    —Había pensado en continuar un poco más al norte ¿Qué opinas?— señalé la línea trazada tenuemente con grafito y Paul desvió la vista hacia esta, sin replicar nada acerca de porqué no contesté lo que me había dicho. —No, nos vas a llevar a la muerte si seguimos esa ruta, tenemos que tomar curso hacia el sur por unas diez millas más para evitar acercarnos mucho al fin del mundo, después hacia el oeste sin desviaciones o terminaremos por perdernos, si no tenemos un buen mapa lo más probable es que nos internemos a reinos desconocidos—

    —¿Crees que más allá hay monstruos marinos?

    —No lo sé, pero no quiero averiguarlo. ¿Tienes algo más fuerte que té? Esto va a tomar tiempo— Paul enarcó una ceja, ahora mucho más severo que antes. Acababa de notar que Paul había bajado sus defensas esos últimos días, pero ahora su frialdad había regresado, quizá por la forma abrupta en la que evité hablar sobre nosotros. 

     No, alto, no había ningún nosotros

     Metí mi mano a la división de la tela del pantalón y mi piel y saqué una pequeña ánfora inglesa de metal donde escondía mi licor personal -Ron, bebida de piratas- Paul sonrió y tomó el recipiente, dándole un trago profundo —De esto estaba hablando— exclamó este alegremente, haciéndome sonreír —Guárdame un poco de eso, se me está enfriando el culo aquí—

    Paul soltó una carcajada y me extendió la ánfora —Es enserio, yo no te daría el puesto de capitán— sonreí ligeramente y asentí —Yo tampoco te lo daría— Paul sonrió apenadamente y de nuevo desvió su vista hacia el mapa. 

    En ese entonces no lo sabía, pero me gustaba verlo sonreír. 

Captive [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora