Capítulo XIII

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Al amanecer me quedo un rato tumbada en la cama observando cómo sale el sol; es un día precioso. Es domingo, día de descanso en casa. En mi antigua rutina los domingos eran los únicos días que me permitía dormir un poco más, hasta mi mamá se relajaba y no se ponía tan estricta con los horarios, claro que de igual forma quería que estuviéramos despiertas y activas a cierta hora pero al menos no era tan temprano. Me pregunto como sera todo en casa, como estará mi mama sin nadie a quien despertar.

Fiama llama a la puerta para recordarme que me espera otro «¡día muy, muy, muy importante!». Mañana por la noche nos van a entrevistar por televisión, así que supongo que todo el equipo estará preparándonos para el acontecimiento.

Me levanto, me doy una ducha rápida prestando más atención a los botones que toco y bajo al comedor. Matteo, Fiama y Germán están inclinados sobre la mesa, hablando en voz baja, lo que me parece extraño, pero el hambre vence a la curiosidad y me lleno el plato antes de unirme a ellos.

Tengo solo la mitad de la comida cuando me doy cuenta de que no habla nadie. Le doy un buen trago al jugo de naranja y me limpio la boca.

-Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos van a preparar para las entrevistas, ¿no?

-Sí -respondió Germán.

-No tienen que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez.

-Bueno, hubo un cambio de planes con respecto al enfoque.

-¿Cuál?

No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última estrategia que recuerdo es intentar parecer mejores amigos frente a los otros tributos.

-Matteo nos pidió que los entrene por separado -responde Germán, encogiéndose de hombros.

-¿Que? -pregunto incrédula.

-Así es -responde Germán

Traición. Es lo primero que siento cuando escucho a Germán decir eso. Suena absurdo pero había una parte de mi que confiaba en Matteo.

Por otro lado, me alivia un poco que ya estemos abandonando el teatro de mejores amigos. Es obvio que debíamos cortar con lo que comenzaba a crecer entre nosotros, y ya era hora, porque los juegos empiezan dentro de dos días y la confianza no sería más que una debilidad. No sé qué fue lo que hizo que Matteo cambiara de opinión (aunque sospecho que tiene que ver con que lo aventajara en el entrenamiento), pero me alegro. Quizá por fin haya aceptado el hecho de que, cuanto antes reconozcamos abiertamente que somos enemigos, mejor.

-Bien, ¿cuál es el horario?

-Cada uno tendrá cuatro horas con Fiama para la presentación, y cuatro conmigo para el contenido -responde Germán- Empezas vos con Fiama, Nina.

Aunque al principio ni me imagino por qué necesita Fiama cuatro horas para enseñarme algo, acabo aprovechando hasta el último minuto. Vamos a mi cuarto, me pone un vestido largo y tacones altos (no los que llevaré en la entrevista de verdad), y me explica cómo debo andar. Los zapatos son lo peor: nunca uso tacones y no me acostumbro a ir dando tumbos sobre la punta de los pies. Sin embargo, Fiama corre por ahí con ellos las veinticuatro horas del día, y decido que, si ella es capaz de hacerlo, yo también. El vestido me supone otro problema; no deja de enredarse en los zapatos, así que, por supuesto, me lo subo, ahí es cuando Fiama se lanza sobre mí como un halcón para golpearme en la mano y gritar:

-¡No lo subas por encima del tobillo!

Cuando por fin domino los pies, todavía me queda la forma de sentarme, la postura (al parecer, tengo tendencia a agachar la cabeza), el contacto visual (algo que me cuesta horrores), los gestos de las manos y las sonrisas. Sonreír ya no consiste en sonreír nada más. Fiama me obliga a ensayar cien frases banales que empiezan con una sonrisa, se dicen sonriendo o terminan con una sonrisa. A la hora de la comida tengo un tic nervioso en los músculos de las mejillas, de tanto estirarlos.

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