Capítulo XVIII

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Me dejo caer junto a mi mochila, agotada. De todos modos, necesito revisarla antes de que caiga la noche y ver qué tengo para sobrevivir. Cuando desabrocho las correas, noto que es robusta, aunque tiene un color muy desafortunado. Este naranja casi brilla en la oscuridad; tomo nota de que tengo que camuflarla en cuanto se haga de noche.

Abro la solapa; en este momento, lo que más deseo es agua. El consejo de Germán de encontrarla de inmediato no era en vano: no duraré mucho sin ella. Quizá pueda funcionar durante unos cuantos días con los feos síntomas de la deshidratación, pero después me deterioraré hasta quedar indefensa y moriré en una semana, como mucho. Saco con cuidado las provisiones: un fino saco de dormir negro que guarda el calor corporal; un paquete de galletas saladas; un paquete de tiras de carne de vaca; una botella de yodo; una caja de cerillas de madera; un pequeño rollo de alambre; unas gafas de sol; y una botella de plástico de dos litros con tapón para llenarla de agua, aunque está vacía.

Nada de agua. ¿Tanto les costaba llenar la botella? Me doy cuenta de lo secas que tengo la garganta y la boca, de las grietas de los labios. Llevo moviéndome todo el día, hacía calor y he sude mucho. No estoy acostumbrada a esto.

Mientras vuelvo a meter las cosas en la mochila, se me ocurre una idea horrible: el lago, el que vi mientras esperaba a que sonase el gong, ¿será la única fuente de agua del estadio? Así garantizarían que todos tuviéramos que luchar. El lago está a un día entero de camino desde aquí, una excursión muy dura si no tengo nada para beber. En cualquier caso, aunque llegara, seguro que lo custodian algunos de los tributos que se encuentran ahí. Empieza a entrarme el pánico, hasta que recuerdo el conejo que salió corriendo al principio de la jornada; él también tiene que beber, sólo hay que descubrir dónde.

Empieza a anochecer y no me encuentro cómoda. La capa de agujas de pino que amortigua mis pisadas también hace que resulte difícil seguir el rastro de los animales para encontrar agua. Además, sigo bajando cada vez más hacia un valle que parece no acabar nunca.

También tengo hambre, pero no me atrevo a gastar mi preciado tesoro de galletas y carne, así que recurro a una técnica que aprendí en los entrenamientos: saco el cuchillo y me pongo a cortar un pino, quitándole la corteza exterior y sacando un buen puñado de la interior, más blanda. Me dedico a masticarla lentamente mientras camino. Después de una semana disfrutando de la mejor comida del mundo, es algo difícil de soportar, pero soporte toda una vida comiendo la comida macrobiótica de mi mama, me adaptaré rápidamente.

Al cabo de una hora está claro que tengo que encontrar un sitio para dormir. Las criaturas de la noche salen de sus guaridas; oigo algún que otro aullido y a los buhos, lo que me hace pensar que tendré competencia en la caza de los conejos. En cuanto a si me verán como fuente de alimentación, es pronto para decirlo. Vaya a saber cuántos animales me están acechando en estos momentos.

Sin embargo, ahora mismo creo que mi prioridad son los otros tributos, ya que estoy segura de que seguirán cazando de noche. Los que lucharon en la Cornucopia tendrán comida, agua abundante del lago, antorchas o linternas y armas que estarán deseando usar. Sólo espero haberme alejado lo suficiente para estar fuera de su alcance.

Antes de acampar, saco mi alambre y coloco dos trampas de lazo que aprendí a hacer en los arbustos. Sé que es arriesgado, pero no tardaré en quedarme sin comida y puedo preparar trampas. En cualquier caso, camino otros cinco minutos antes de detenerme.

Escojo mi árbol con cuidado, un sauce no muy alto, aunque colocado en un bosquecillo con otros sauces, de modo que pueda ocultarme entre las largas ramas colgantes. Lo trepo utilizando las ramas más fuertes, cerca del tronco, y encuentro una parte que me servirá de cama. Tardo un ratito, pero consigo colocar el saco de dormir en una posición relativamente cómoda y me meto dentro. Como precaución, me quito el cinturón, lo paso por la rama y el saco, y me lo ato a la cintura. Así, si ruedo mientras duermo, no caeré al suelo. Aunque soy lo bastante pequeña para taparme la cabeza con el saco, me subo también la capucha. Mientras cae la noche, la temperatura baja bruscamente. A pesar del riesgo que corrí al agarrar la mochila, sé que hice lo correcto, porque este saco de dormir en el que se refleja el calor de mi cuerpo para devolvérmelo no tiene precio. Seguro que, en estos momentos, la principal preocupación de varios tributos es cómo entrar en calor, mientras que quizá yo pueda dormir algunas horas. Si no tuviera tanta sed...

Justo al caer la noche escucho el himno que padan con el recuento de bajas. A través de las ramas veo el sello del Capitolio, que parece flotar en el cielo. En realidad estoy viendo una pantalla enorme que transportan en uno de sus silenciosos aerodeslizadores. El himno termina y el cielo se oscurece un momento. En el estadio sólo vemos las mismas fotografías que televisaron cuando salieron las puntuaciones del entrenamiento, simples fotografías de nuestras cabezas. Sin embargo, en vez de puntuaciones, lo que ponen debajo es el número del distrito. Respiro hondo conforme surgen los rostros de los once tributos muertos y voy contándolos con los dedos.

La primera es la chica del Distrito 3, lo que significa que los tributos de los distritos 1 y 2 han sobrevivido. No me sorprende. Después, el chico del 4. Eso no me lo esperaba, porque era de los buenos. El chico del Distrito 5... Supongo que la chica sobrevivió. Los dos tributos del 6 y el 7. El chico del 8. Los dos del 9. Sí, ahí está el chico que intentó llevarse la mochila. Estuve llevando las cuentas con los dedos, así que sólo queda un tributo muerto. ¿Será Matteo? No, es la chica del Distrito 10. Ya está. Vuelven a poner el sello del Capitolio con una última cortina musical. Después me quedo a oscuras y regresan los ruidos del bosque.

No puedo evitar pensar que me alivia que Matteo no haya muerto porque, si me matan, al menos el Distrito 12 tendrá un ganador, además de que Luna y Gastón no van a tener que sufrir por él. Es lo que me digo para explicarme las emociones contradictorias que me despierta mi compañero: la gratitud por la ventaja que me dio al declarar que me protegería en la entrevista, junto con el miedo de encontrarme cara a cara con él en la batalla.

Once muertos, pero ninguno del Distrito 12. Intento repasar quién queda: cinco tributos profesionales; la comadreja, Ethan y Lucy. Lucy... Así que al final sobrevivio al primer día; no puedo evitar alegrarme. Con eso somos diez, mañana averiguaré los tres que me faltan. Ahora, a oscuras y después de haber caminado tanto y subido a lo alto de un árbol, llego el momento de intentar descansar.

En realidad no dormí mucho en los dos últimos días, a lo que hay que sumar la larga jornada de viaje por el campo de batalla. Dejo que los músculos se relajen poco a poco. Se me cierran los ojos. Lo último que pienso es que es una suerte que no ronque...










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Maratón 3/4

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