Capítulo XLVII

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Cuando me despierta más tarde, lo primero que noto es el olor a queso de cabra. Tiene en la mano medio panecillo untado con el queso cremoso y cubierto de rodajas de manzana.

-No te enfades -me dice- Es que tenía que comer otra vez. Toma tu mitad.

-Oh, bien -respondo de inmediato, dándole un gran bocado-. Ummm.

-Siempre que íbamos a Italia, mi abuela me hacia tarta de queso de cabra y manzana. Había olvidado ese recuerdo -dice Matteo, arropándose con el saco de dormir. En menos de un minuto está roncando.

En algún momento de mi turno deja de llover, pero no poco a poco, sino de golpe. El aguacero termina y sólo quedan las gotas residuales del agua de las ramas y el torrente del arroyo que tenemos debajo, que estará a rebosar. Sale una luna llena preciosa y veo el exterior sin necesidad de ponerme las gafas. No sé si la luna es real o una proyección de los Vigilantes; recuerdo que hubo luna llena justo antes de irme de casa, porque me quede hasta bien entrada la noche viéndola desde el balcón de mi habitación en la casa de mi mama.

¿Cuánto tiempo llevo fuera? Supongo que hemos estado unas dos semanas en el estadio, además de las dos semanas de preparación en el Capitolio. Quizá la luna haya completado su ciclo. Por alguna razón, deseo desesperadamente que sea mi luna, la misma que veo desde mi balcón; eso me daría algo a lo que aferrarme en el surrealista mundo del campo de batalla, donde hay que dudar de la autenticidad de todo.

Quedamos cinco.

Por primera vez me permito pensar en serio en la posibilidad de volver a casa, de volver famosa y rica a mi propia casa de la Aldea de los Vencedores. Supongo que mi madre se iria a vivir conmigo, aunque la idea de vivir sola no me desagrada. Un nuevo tipo de libertad, pero, después... ¿qué? ¿Cómo será mi vida cotidiana?

-Pero no estarás sola -susurro para mis adentros.

Tengo a mis padres y a mis amigos. Bueno, por ahora. Y después... No quiero pensar en el después, en si alguno de mis amigos sale seleccionado en los próximos juegos. Ahora se que nunca podre casarme, ya que si esto sigue así, no puedo arriesgarme a traer un hijo al mundo, porque si hay algo que dudo que te garanticen como vencedor es la seguridad de tus hijos. Los nombres de mis niños entrarían en las urnas de la cosecha con los de todo el mundo, y juro que no dejaré que eso suceda. No es que este desesperada por tener hijos, pero formar una familia en el futuro era algo que yo suponia que iba a pasar, pero ahora debo descartar esa idea a toda costa.

El sol sale al fin, y su luz entra por las grietas e ilumina la cara de Matteo. ¿En quién se transformará si volvemos a casa? ¿Quién será este asombroso buenazo que me dice lo especial que soy para él? Reconozco que hay momentos en los que me pregunto si él en realidad no estará actuando, aunque luego lo miro a los ojos y descarto esa idea. «Al menos, seremos amigos», pienso. Nada cambiará el hecho de que aquí nos hemos salvado la vida el uno al otro y, además, siempre será el chico fresa. Buenos amigos.

Me acerco a Matteo y le sacudo el hombro. Él abre los ojos con aire soñoliento y, cuando se fijan en mí, estira su mano para despeinarme (aun mas) como si fuera una niña pequeña

-Estamos perdiendo tiempo de caza -digo cuando por fin logro escapar de su mano.

-Yo no diría que esto sea perder el tiempo -asegura; se levanta y se estira con ganas-. Entonces, ¿cazamos con el estómago vacío para estar más alerta?

-Nosotros no. Nosotros nos atiborramos para tener más energía.

-Cuenta conmigo -responde él, aunque veo que le sorprende que divida el resto del estofado con arroz y le pase un plato lleno-. ¿Todo esto?

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