Capítulo L

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Al parecer no sucede nada interesante, porque, cuando abro los ojos, la ardiente luz de la tarde entra a través de las rocas.

-¿Alguna señal de nuestro amigo? -pregunto.

-No, no se está dejando ver, y eso resulta inquietante.

-¿Cuánto tiempo crees que nos queda hasta que los Vigilantes nos obliguen a juntarnos?

-Bueno, la Comadreja murió hace casi un día, así que la audiencia ha tenido tiempo de sobra para hacer apuestas y aburrirse. Supongo que podría suceder en cualquier momento.

-Sí, tengo la sensación de que será hoy --respondo; después me siento y contemplo el pacífico paisaje-. Me pregunto cómo lo harán. -Matteo guarda silencio. La verdad es que no hay respuesta posible- Bueno, hasta que lo hagan, no tiene sentido desperdiciar un día de caza, aunque deberíamos comer todo lo posible, por si nos metemos en problemas.

Matteo empaqueta nuestro equipo mientras yo preparo una gran comida: el resto de los conejos, raíces, verduras, los panecillos con el último trocito de queso. Lo único que dejo en reserva es la ardilla y la manzana.

Cuando terminamos, sólo queda una pila de huesos de conejo. Tengo las manos grasientas, lo que no hace más que añadirse a mi sensación general de suciedad. Puede que no me interese tanto la ropa que me ponga o arreglarme, pero jamas llegue a estar ni la mitad de sucia de lo que estoy ahora. Una capa de mugre me cubre todo el cuerpo, salvo los pies, que han caminado por el arroyo.

Dejar la cueva es como cerrar un capítulo; no sé por qué, pero creo que no pasaremos otra noche en el estadio. De una forma u otra, vivos o muertos, me da la impresión de que saldré de aquí hoy mismo. Me despido de las rocas con una palmadita y nos dirigimos al arroyo para lavarnos. La piel me pica, deseando meterse en el agua fresca; puede que me peine el pelo y me lo ate mojado. Me pregunto si podremos darle un fregado rápido a nuestra ropa cuando lleguemos al arroyo... o a lo que antes era el arroyo. Ahora es un lecho completamente seco. Lo toco.

-Ni siquiera un poco húmedo, tienen que haberlo drenado mientras dormíamos -digo.

Empiezo a asustarme al pensar en la lengua agrietada, el cuerpo dolorido y la mente embotada de mi anterior deshidratación. Tenemos bastante llenas las botellas y la bota, aunque, al ser dos personas y hacer tanto calor, no tardaremos en vaciarlas.

-El lago -dice Matteo-. Ahí quieren que vayamos.

-Quizá en los estanques tengan algo de agua.

-Podemos mirar -responde él, pero sé que lo hace para darme esperanzas. Yo también lo hago por eso, porque sé lo que encontraré cuando regresemos al lago en el que me empape la pierna: un agujero polvoriento y vacío. Sin embargo, vamos hasta allí de todos modos, sólo para confirmar lo que ya sabíamos.

-Tienes razón, nos llevan al lago -reconozco. Un sitio donde no te puedes esconder, donde tendrán garantizada una lucha sangrienta a muerte sin nada que les tape la vista- ¿Quieres ir directamente o esperar a que nos quedemos sin agua?

-Vámonos ahora que estamos descansados y hemos comido. Acabemos con esto de una vez.

Asiento. Tiene gracia, es como si volviese a ser el primer día de los juegos, como si estuviese en la misma posición. A pesar de que ya han muerto veinte tributos, sigo teniendo que matar a Carter y, un detalle grande que casi había olvidado, sigue estando Lucy con vida. ¿Como se supone que voy a hacer? ¿Como puedo pensar en ganar los juegos, si eso implica tener que deshacerme de aquella pequeña que fue mi aliada? ¿Como siquiera puedo permitir que Carter se deshaga de ella? No se que diablos voy a hacer.

Sin embargo, también está el chico que espera a mi lado, el que me rodea con sus brazos al verme tan pensativa.

-La próxima vez que comamos, será en el Capitolio. -me susurra estrechandome mas entre sus brazos.

-Seguro que sí.

Nos quedamos quietos un momento, abrazados, sintiendo nuestros cuerpos, el sol y el murmullo de las hojas a nuestros pies. Después, sin decir palabra, nos separamos y nos dirigimos al lago.

Ya no me importa que las pisadas de Matteo hagan correr a los roedores y volar a los pájaros, porque tenemos que luchar contra Carter y me da igual hacerlo aquí o en la llanura. Por otro lado, dudo que tengamos alternativa: si los Vigilantes nos quieren en campo abierto, allí nos tendrán.

Nos detenemos unos momentos bajo el árbol en el que me atrapó Carter. El cascarón vacío del nido de rastrevíspulas, hecho trizas por las lluvias y secado después al ardiente sol, confirma nuestra situación. Lo toco con la punta de la bota y se disuelve en un polvo que la brisa se lleva rápidamente. No puedo evitar levantar la mirada hacia el árbol en el que se ocultaba Lucy, esperando para salvarme la vida. Rastrevíspulas; el cuerpo hinchado de Brooke, las terroríficas alucinaciones...

-Sigamos -digo, deseando huir de la oscuridad que rodea este lugar.

Matteo no pone objeciones.

Como nos ponemos en marcha tarde, llegamos a la llanura a primera hora de la noche. No hay ni rastro de Carter, ni de Lucy, ni de nada que no sea la Cornucopia dorada brillando bajo los últimos rayos de sol. Por si Carter decide hacernos un truco a lo Comadreja, rodeamos la Cornucopia para asegurarnos de que está vacía. Después, obedientes, como si siguiésemos instrucciones, nos acercamos al lago y llenamos los contenedores de agua.

-No nos viene bien luchar contra él a oscuras -comento, frunciendo el ceño-. Sólo tenemos unas gafas.

-Quizá esté esperando por eso -responde Matteo, echando con cuidado las gotas de yodo en el agua-. ¿Qué quieres hacer? ¿Volver a la cueva?

-O eso o subirnos a un árbol, pero vamos a darle otra media hora o así. Después, nos escondemos.

Nos sentamos junto al lago, a plena vista; no tiene sentido ocultarse ahora. En los árboles a la orilla de la llanura veo revolotear a los sinsajos; se lanzan melodías los unos a los otros como si fueran pelotas de colores. Abro la boca y canto la canción de cuatro notas de Lucy. Noto que se callan, curiosos al oír mi voz, y esperan a que cante algo más. Repito las notas. Un primer sinsajo imita la melodía, después otro y, finalmente, todo el bosque se llena del mismo sonido.

-Es increíble -dice Matteo fascinado

-Es la canción de Lucy -respondo, moviendo mi mano involuntariamente hacia donde tendría que estar la medallita de Luna, pero caigo en cuenta de que aún la tiene Lucy. Si ella muere ¿que harán con la medallita luego de recoger su cadaver? Si salgo con vida de acá ¿me la devolverán?

La música sube de volumen y reconozco su genialidad; al solaparse las notas, se complementan entre sí formando una armonía celestial y encantadora.

Durante un momento me limito a cerrar los ojos y escuchar, hipnotizada por la belleza de la canción. Entonces, algo interrumpe la música, la melodía se rompe en líneas irregulares e imperfectas, y unas notas discordantes se entremezclan con ella. Las voces de los sinsajos se convierten en un chillido de advertencia.

Nos ponemos en pie de un salto, Matteo con el cuchillo en la mano y yo preparada para disparar, y Cartee sale de los árboles y corre hacia donde estamos. No tiene lanza; de hecho, lleva lasmanos vacías, pero va directo a por nosotros. Mi primera flecha le da en el pecho e, inexplicablemente, rebota en él.

-¡Tiene alguna clase de armadura! -le grito a Matteo.

Y se lo grito justo a tiempo, porque tenemos a Carter encima. Me preparo, pero él se estrella contra nosotros sin intentar frenar antes. Por los jadeos y el sudor que le cae de la cara amoratada, sé que lleva mucho tiempo corriendo, pero no hacia nosotros, sino huyendo de algo. ¿De qué?

Examino el bosque justo a tiempo de ver cómo la primera criatura entra en la llanura de un salto. Mientras me volteo, veo que se le unen otras seis. Después salgo corriendo a ciegas detrás de Carter sin pensar en nada que no sea salvar el pellejo.



















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