Capítulo IX

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¡Ras! Aprieto los dientes mientras Kelly, una mujer de pelo color turquesa y tatuajes dorados sobre las cejas, me arranca una tira de tela de la pierna.

-¡Lo siento! -canturrea con su estúpido acento del Capitolio- Es necesario que lo hagamos cielo.

¿Por qué habla esta gente con un tono tan agudo? ¿Por qué apenas abren la boca para hablar? ¿Por qué acaban todas las frases con la misma entonación que se usa para preguntar? Vocales extrañas, palabras recortadas y un siseo cada vez que pronuncian la letra ese... Es muy pegadizo todo eso.

Kelly intenta demostrar su comprensión.

-Pero tengo buenas noticias: éste es el último. ¿Lista?

Me agarro a los bordes de la mesa en la que estoy sentada y asiento con la cabeza. Ella arranca de un doloroso tirón la última tira de mi pierna.

Llevo más de tres horas en el Centro de Renovación y todavía no conozco a mi estilista. Al parecer, no está interesado en verme hasta que Kelly junto con los demás miembros de mi equipo de preparación no se hayan ocupado de algunos problemas obvios, lo que incluye restregarme el cuerpo con una espuma arenosa que no sólo me ha quitado cualquier rastro de suciedad, sino también unas tres capas de piel, darle uniformidad a mis uñas y, sobre todo, librarse de mi vello corporal que aunque no tengo, parece que era necesario asegurarse de ello. No me gusta, tengo la piel irritada, me pica y la siento muy vulnerable. Sin embargo, he cumplido mi parte del trato que hicimos con Germán y no puse ni una objeción.

-Lo estás haciendo muy bien -dice un tipo que se llama Theodore. Agita sus tirabuzones naranjas y me aplica una capa de pintalabios morado-. Si hay algo que no aguantamos es a los llorones. ¡Terminemos con los retoques!

Kelly junto con Briggit, una mujer regordeta con todo el cuerpo teñido de verde guisante claro, me dan un masaje con una loción que primero pica y después me calma la piel. Acto seguido me levantan de la mesa y me quitan la fina bata que me han permitido vestir de vez en cuando. Me quedo aquí, completamente desnuda, mientras los tres me rodean y utilizan las pinzas para eliminar hasta el último rastro de pelo. Sé que debería sentir vergüenza, más siendo como soy yo que literal todo me da vergüenza, pero me parecen tan poco humanos que es como si tuviese a un trío de extraños pájaros de colores picoteando el suelo alrededor de mis pies.

Los tres dan un paso atrás y admiran su trabajo.

-¡Excelente! ¡Estas mucho mas hermosa de lo que ya estabas! --exclama Theodore, y las demas asienten de acuerdo con él.

-Gracias -respondo con dulzura, obligándome a sonreír a pesar de la incomodidad para demostrarles lo agradecida que estoy.

-Y no termina todo acá -añade Kelly-. Cuando Dominic acabe contigo, ¡vas a estar absolutamente divina!

-¡Te lo prometemos! -afirma Theodore- ¡Vamos a llamar a Dominic!

Y acto seguido los tres abandonan la habitación, dejandome sola y desnuda.
Miro las paredes y el suelo, todo tan frío y blanco, y resisto el impulso de recuperar la bata. Sé que este Dominic, mi estilista, hará que me la quite en cuanto llegue, así que me llevo las manos al cabello, la única zona que mi equipo tenía órdenes de respetar. Lo acaricio buscando tranquilizarme.

La puerta se abre y entra un joven que debe de ser Dominic. Me sorprende lo normal que parece; casi todas las personas que vi desde que llegue al Capitolio están tan teñidos, pintados y alterados quirúrgicamente, pero Dominic lleva el pelo corto y, en apariencia, de su color castaño natural. Viste camisa y pantalones negros sencillos, y lo único fuera de lo común parece ser un delineador de ojos dorado aplicado con generosidad. Resalta las motas doradas de sus ojos verdes y, a pesar del disgusto que me da la moda acá y en general, no puedo evitar pensar que lo hace muy atractivo.

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