Capítulo XXXIV

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A pesar del granso y los peces, me empieza a rugir el estómago. Como estar en el árbol sin hacer nada empeora las cosas, decido rendirme. Al fin y al cabo, perdí mucho peso en el estadio, necesito más calorías y tener el arco me da confianza en mis posibilidades.

Abro lentamente un puñado de nueces y me las como; mi última galleta; el cuello del granso, que me viene bien, porque tardo un rato en dejarlo limpio; después me trago una ala y el pájaro es historia. Sin embargo, a pesar de todo sueño despierta con más comida, sobre todo con las recetas decadentes que sirven en el Capitolio: el pollo en salsa de naranja, las tartas y el pudin, el pan con mantequilla, los fideos en salsa verde, el estofado de cordero y ciruelas pasas. Chupo unas cuantas hojas de menta y me digo que tengo que superarlo; la menta es buena.

Colgada del árbol, con el calor del sol, la boca llena de menta, el arco y las flechas a mano..., es el momento más relajado que tuve desde que llegué al estadio. Si apareciera Lucy y pudiéramos marcharnos... Conforme crecen las sombras, también lo hace mi inquietud. A última hora de la tarde ya decidi salir en su busca; al menos, puedo pasarme por el lugar en que encendió el tercer fuego y ver si encuentro pistas sobre su ubicación.

Antes de irme esparzo algunas hojas de menta alrededor de nuestra antigua fogata. Como las recogimos a cierta distancia de acá, Lucy entenderá que me pase por acá, mientras que para los monigotes no significaría nada.

En menos de una hora me encuentro en el lugar donde acordamos hacer la tercera fogata y noto que algo va mal. La madera está bien colocada, mezclada de forma experta con yesca, pero no se encendio. Aunque Lucy preparó el fuego, no volvió para prenderlo. En algún momento posterior a la segunda columna de humo que vi antes de la explosión, ella se metió en problemas.

Tengo que recordarme que sigue viva, ¿o no? A lo mejor el cañonazo que señalaba su muerte sonó de madrugada, cuando mi oído bueno estaba demasiado dolorido para captarlo. ¿Aparecerá esta noche en el cielo? No, me niego a creerlo, podría haber un centenar de explicaciones diferentes: se perdió, o se encontró con una jauría de depredadores o con otro tributo, como Ethan, y tuvo que esconderse. Pasara lo que pasara, estoy casi segura de que está por alguna parte, en algún lugar entre el segundo fuego y el que tengo al lado; algo la mantiene encaramada a un árbol.

Creo que iré por ese algo.

Es un alivio estar en movimiento después de pasar toda la tarde sentada. Me arrastro en silencio por las sombras, dejando que me oculten, pero no veo nada sospechoso; no hay signos de lucha, ni agujas rotas en el suelo. Me paro un momento y lo oigo, aunque tengo que inclinar la cabeza para asegurarme: ahí está otra vez, es la melodía de cuatro notas de Lucy, cantada por un sinsajo. La melodía que me dice que sigue viva.

Sonrío y avanzo hacia el pájaro. Otro repite un puñado de notas un poco más allá, lo que significa que Lucy estuvo cantándoles hace poco; si no, ya habrían pasado a otra canción. Levanto la mirada en busca de la niña, trago saliva y canto la melodía en voz baja, esperando que ella sepa que es seguro reunirse conmigo. Un sinsajo la repite y, entonces, oigo el grito.

Es un grito infantil, un grito de niña, y en el estadio no puede pertenecer a nadie más que a Lucy. Empiezo a correr sabiendo que puede ser una trampa, sabiendo que los tres monigotes pueden estar preparados para atacarme, pero no puedo evitarlo. Oigo otro grito agudo, aunque esta vez es mi nombre:

-¡Nina, Nina!

-¡Lucy! -respondo, para que sepa que estoy cerca, para que ellos sepan que estoy cerca y, con suerte, la idea de que está cerca la chica que los atacó con rastrevíspulas y que consiguio un once que todavía no se explican baste para que dejen en paz a la niña-. ¡Lucy! ¡Ya voy!

Cuando llego al claro, ella está en el suelo, atrapada por una red. Tuvo el tiempo justo de sacar la mano a través de la malla y gritar mi nombre para hacer que me voltee y dispare.



















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😱

Maratón 5/5

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